Fiestas - Mª del Pilar Alvarez.

ADDAREVISTA 7

Se ha convertido en un tópico decir que «España es una Fiesta». Campañas publicitarias promovidas por la Dirección General de Turismo en revistas de difusión internacional promueven la imagen de España como un país festivo donde el visitante puede divertirse y encontrarse con algo inesperado y original y nos muestran imágenes de las «Fiestas de Moros y Cristianos» levantinas donde los trajes y los maquillajes son los protagonitas, la «Semana Santa» andaluza, las «Fiestas de los Muertos» en Galicia o las coloristas imágenes de las romerías andaluzas. Existen unos 8.000 municipios en España pero el número de fiestas es muy superior. Resulta aventurado establecer una cifra total porque no se ha efectuado hasta la fecha un censo a nivel nacional y porque en cualquier momento se puede organizar otra nueva. La creatividad festiva de español es ilimitada. Los cálculos más aproximados establecen la cifra de 25.000. Más o menos: una fiesta cada 20 minutos.


Una realidad desconocida por el gran público, a pesar de la enorme frecuencia con que sucede es, la utilización de animales a los que se les somete, durante horas, a toda clase de sufrimientos y torturas. Es la parte dramática y oscura de una gran parte de las «fiestas». Aún hoy y a pesar de la fuerte presión que se está ejerciendo a nivel internacional y desde el interior del país ante autoridades y organismos, no se ha logrado que el tema sea objeto de debate público.
En la Comunidad Valenciana se conceden anualmente 2.500 autorizaciones para celebrar festejos con animales, todos ellos consistentes en ganado vacuno. Los más frecuentes son los encierros, los toros embolados y los toros ensogados. Pero también existen las corridas marineras y las exhibiciones de ganado vacuno que es una variedad del encierro. Mientras que los encierros se suelen realizar por las calles, en una zona protegida con barreras y la gente corre delante del ganado, en la exhibición dejan a los animales sueltos en una explanada cerrada amplia, que puede ser en ocasiones una plaza de toros portátil.

Aunque los festejos tienen lugar a lo largo de todo el año, la concentración mayor se produce en los meses meses de Julio y Agosto, lo que significa, en el caso de la Comunidad Valenciana, unas 40 fiestas por día de media; pero la frecuencia es muy superior en la provincia de Castellón. Cuando uno viaja por los pueblos de esa provincia durante el mes de Agosto, raro es el pueblo donde no existe una zona vallada preparada para el encierro o para el toro embolado de la noche. Los programas de fiestas suelen ser repetitivos hasta la saciedad: lo único que ofrecen desde la mañana a la noche son toros: suelta de vaquillas por la mañana temprano, encierro por la mañana, encierro al atardecer y toro embolado a la madrugada. En los últimos años suelen celebrar encierros infantiles donde permiten que niños y mayores molesten a un ternero de unos meses y también se ha extendido la celebración de encierros para la tercera edad.

Muy frecuentemente a los animales se les mata al final porque está muy extendida la creencia que una res que «prueba la calle, se vicia y se vuelve peligrosa». El pasado año fuimos a ver las fiestas de Morella en Castellón: Vicky y Tony Moore de F.A.A.C.E., dos miembros del grupo Argus Archives de Estados Unidos y yo misma. Presenciamos la muerte de tres vacas y un toro en la calle. En el año 1989 habían matado 14 reses y en el año 1990 pensaban superar la cifra porque tenían más dinero y por lo tanto habían comprado más ganado para las fiestas. Y toda vaca que salía al encierro era vendida como carne al día siguiente en un local habilitado para la ocasión. La gente encantada, porque podían comer tanta carne como quisieran a muy bajo precio durante los tres o cuatro días de toros. Para matarlos les disparan un tiro de aire comprimido en la cabeza e inmediatamente le cortan la yugular. Esto lo hacen una vez que tienen sujeto al animal con cuerdas, atado al poste donde lo embolan. Todo ello delante del público. Si no matan al animal en la calle lo hacen inmediatamente después en el matadero, pero en la provincia de Castellón es bastante común que realicen la matanza en la calle.
Es costumbre que la carne de una de las reses, como mínimo, sea regalo del Ayuntamiento al pueblo y que con la misma se celebre una barbacoa popular el último día de la fiesta. Es igualmente frecuente que la peña más pudiente, o la organizadora de las fiestas, compre una de las reses: en esos casos la suerte del animal suele ser especialmente terrible porque los mozos que componen la peña son los que controlan el (tiempo que el animal está en la calle y son ellos quienes lo ejecutan).

Aunque los toros y el ganado vacuno es el animal más utilizado en las fiestas también se utilizan otros como los gallos o gallinas (Nalda, Cantalapiedra y en general en todas las fiestas de los quintos en las Comunidades de Castilla la Mancha y Castilla León), burros (fiesta de Pero Palo en Villanueva de la Vera, Cáceres), cabras (Manganeses de la Polvorosa en Zamora), cerdos (la variedad de cerdos engrasados, está en decadencia pero aún se celebran en algunos pueblos de Cantabria y Asturias) o gansos (Lekeitio donde en los dos últimos años se han utilizado muertos previamente).
Curiosamente son las fiestas en las que se utilizan estos animales los que más repercusión han tenido en los medios de comunicación porque diversas asociaciones españolas y extranjeras han realizado fuertes campañas contra la crueldad de las fiestas en España, centrándose en el burro del Pero-Palo o las cabras que lanzan desde un campanario en Manganeses de la Polvorosa. Básicamente las promotoras de estas campañas en el extranjero ha sido F.A.A.C.E. fundada por Vicky y Tony Moore y E. Svendsen. Es quizá el carácter inofensivo y doméstico de estos animales lo que conmueve a la gente. Sin embargo la especie animal más utilizada y víctima por excelencia en las fiestas es el ganado vacuno. En España se tra¬ta sin piedad a toros, vacas o terneros —no importa la edad—. Existe una capacidad ilimitada para inventar formas y modos de torturar al animal: soplillos (alfileres con contrapeso que se lanzan con cerbatana y que penetran en el cuerpo del animal, caso típico de Coria), banderillas, picas, lanzas, navajas, palos, piedras, cohentes, botes vacíos de bebida y rellenos de arena, atropellos realizados con jeeps, bolas de estopa y alquitrán a los que les prende fuego y se les colocan en los cuernos, empujones para tirarlos al mar o tirones de rabo. Todo sirve.

La triste realidad es que en España cualquier persona puede ir a cualquier pueblo del país que esté de fiesta a torturar al animal de turno sin que por ello le convierta automáticamente en un delincuente, porque al no existir una ley de ámbito nacional de protección al animal, éstos están totalmente desprotegidos ante los humanos. La división administrativa en Comunidades autonómicas ha complicado enormemente la situación. Aunque es cierto que algunas de ellas han aprobado leyes de defensa del animal, todos los que estamos interesados en el problema, sabemos que no funcionan bien y que pocos esfuerzos por parte de las autoridades se están realizando para mejorar su funcionamiento. El Gobierno nada, o casi nada, puede hacer al respecto hasta que no se apruebe la esperada Ley. En la actualidad, de nada sirve que la Dirección General de Interior del Ministerio del Interior (antes era el organismo que regulaba todo tipo de actividad en la calle y por lo tanto, las fiestas) dé una orden de suspensión del festejo como ha sucedido este año en dos ocasiones: Nalda y Manganeses de la Polvorosa; en ambos casos, los alcaldes respectivos hicieron caso omiso de dichas órdenes. En el primer caso, tiraron las cabras desde el campanario y en el segundo en lugar de los diez descabezamientos de gallos del año pasado, efectuaron veinte. Y todo ello sin aparente reacción por parte del Ministerio. Según están las cosas, los alcaldes están en su perfecto derecho: actuaron en función de sus atribuciones. Con que aleguen en sus escritos de solicitud de autorización del festejo ante las respectivas Comunidades autonómicas que dicho festejo «es tradicional», ya es suficiente para obtener el permiso. Pero sin que la Dirección General del Interior respectiva se moleste en comprobar la veracidad de la certificación del alcalde: se da al alcalde entera responsabilidad. Y si alguna asociación, o ciudadano particular, alega con pruebas suficientes la falsedad de dicha «tradición» mostrando, por ejemplo programas de fiestas desde hace 50 años en los que no aparece en ninguno la celebración de encierros o de lo que se trate, de nada sirve. Tan solo queda entonces el recurso de pleitear privadamente contra el alcalde. El alcalde firmó que «era tradicional» y es suficiente. Esto que quizás le parezca al lector pura invención de quien escribe ha sucedido hace pocos días en la localidad valenciana de Carcaixent. Y podría suceder en cualquier otro pueblo de España que esté en una autonomía que tenga alguna normativa al respecto.

El concepto de festejo tradicional es fundamental para la obtención del permiso gubernativo, pero en ninguna de las leyes o normativas autonómicas aprobadas hasta la fecha se define con claridad el término «tradicional», ni el número de años ininterrumpidos que deben celebrarse para adqurir tal condición. En algunos casos se obtienen permisos con una tradición de dos o tres años y a veces es el primer año que se celebra. Pero eso sí, el alcalde firmó que era «tradicional». Lo más preocupante es que no pasa nada. Incluso si se denuncia el festejo por haber sido realizado ilegalmente, es decir, sin autorización, el organismo respectivo abre una expediente sancionador, que casi siempre se archiva sin haberlo ejecutado. La dejadez de nuestras autoridades y de nuestra administración en general en estos temas es verdaderamente preocupante y nuestros representantes en el Parlamento europeo minimizan el problema y consideran que la situación no es tan mala como nosotros la vemos: que se trata de casos aislados en pueblos remotos y hablan de menos de 100 fiestas.

Las autoridades locales obviamente reconocen la existencia de la fiesta de su pueblo, pero dicen que nadie desde fuera y menos los grupos «ecologistas» van a parar la fiesta, «que ésta continuará todo el tiempo que la gente del pueblo lo desee», tal como decía, recientemente, el alcalde de Nalda tras el descabezamiento de veinte gallinas. Es lo mismo, más o menos, que nos decía en Agosto el alcalde de Coria, al afirmar que se necesitarían otros 500 años para que desaparezca la fiesta de los Sanjuanes porque «a la gente de Coria poco le importa lo que diga la gente en Madrid o en Bruselas».

Después de haber visto numerosas fiestas y mucho sufrimiento, me considero autorizada para decir que los ciudadanos de este país no podemos consentir por más tiempo la degradante situación actual. No podemos consentir que muchos millones de pesetas de dinero público sean destinados anualmente a financiar estas atrocidades, y finalmente no podemos consentir que niños españoles se acostumbren, desde su infancia, a ver tanto horror sin ser conscientes de que los animales sienten el dolor y con ello ir embruteciéndose lentamente. Esto es a mi juicio, lo más triste y preocupante.


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