Tordesillas. Rompiendo lanzas a favor de un sueño

ADDAREVISTA 33


La aventura comenzó aquel sábado, a las 11 de la mañana, del día 9 de septiembre de 2006 en la estación de Sants de Barcelona. Allí estábamos, 54 personas reunidas, dispuestas a subirnos a uno de los nueve autocares que desde distintos lugares de España nos conducirían a las “puertas de los infiernos”. Íbamos a Tordesillas (prov. de Valladolid), a la manifestación contra el Toro de la Vega

El Toro de la Vega es uno de los actos que forman parte de las fiestas de la localidad en honor de la patrona, la Virgen de la Peña. Multitud de gente persigue al toro por el campo, a pie o a caballo, hostigándolo con lanzas hasta acorralarlo y alancearlo para que muera. El vencedor, o sea quien logra matarlo, es el héroe. Le corta los testículos o el rabo (ahora aseguran que cortarle los testículos está prohibido ) y recibe de manos del alcalde la “Lanza de Oro”. A continuación, pasea por el pueblo con los testículos -o el rabo- atados a la punta de la lanza. Los animalistas claman contra esta barbarie, y el año pasado cientos de ellos ya se reunieron de todo el estado español y del extranjero. Esta vez éramos muchos más. Partieron autocares desde Asturias, Barcelona, Bilbao, Málaga, Madrid, Valladolid y Zaragoza, todos repletos de gentes que iban con el corazón en un puño. Rompesueños –un toro de no gran tamaño, pinta negra, bajo de aguas, pelo ancho, relevantes morrillo y papada, cuello largo, pata corta, ojos de bueno, firme encornadura y vivo, muy vivo- nos llamaba desde muchos kilómetros de distancia. Nos pedía a gritos que fuéramos hasta allí.

Nuestro plan para el fin de semana era pasar el día en el autocar, hacer noche en un albergue de Burgos, levantarnos al alba y partir de nuevo para reunirnos con nuestros compañeros en la Feria de Muestras de Valladolid, hacia las once.del Domingo Luego del encuentro nos dirigiríamos todos juntos-y los coches de aquellos que iban por su cuenta, hasta Tordesillas. La manifestación estaba convocada para las 12. Sabíamos cómo nos iban a recibir. Algunos ya tenían la experiencia del año pasado: “A mí me empujaron y me quitaron una pancarta en la que se pedía que reflexionaran. Me tiraron”- me explicó una señora mayor. “Nos echaron huevos y tomates”- relataban otros. Tras la marcha, volveríamos inmediatamente a Barcelona, para llegar a la ciudad hacia medianoche. Muchos habían escogido la opción “maratón”: encuentro en Barcelona-Sants a las once de la noche, “dormir” en el autocar, llegar a Tordesillas por la mañana, junto a los demás para recibir tomatazos y regreso inmediato.

Al subir al autocar no conocía a nadie. La mayoría de los pasajeros eran jóvenes dispuestos a luchar por aquello en lo que creen. Durante el trayecto, aprendí a conocerlos. Aquellas muchachas y muchachos tenían las ideas claras. Sabían lo que querían, y trabajarían para conseguirlo. Los jóvenes no son tan apáticos como creemos; su espíritu es fuerte y emprendedor. Las personas mayores que viajaban con nosotros se sentían orgullosas de contemplar la alegría con que estábamos dispuestos a recibir toda clase de insultos. La gente cuchicheaba, cantaba, reía, algunos dormitaban y unos pocos procuraban leer. Mi compañera de camino me hablaba de los perros del refugio en el que es voluntaria, de los animales que tiene en acogida, de la compañía y el cariño que le ofrecen.

Nosotros tan sólo deseábamos paz. Lo último que queríamos eran enfrentamientos que no conducen a nada. Estábamos preocupados por la suerte de un animal que sufre igual que nosotros, de un animal cuya sangre es roja, igual que la nuestra, y cuyo único delito es haber nacido toro. Nosotros no deseamos que un ser vivo sufra. Nuestro precioso Rompesueños nos reunía a todos desde los más distintos puntos de la geografía española. Deseábamos poder conversar con las gentes de Tordesillas; hablarles de nuestros sentimientos y escuchar de ellos. Descubrirían de buen seguro, que la Bondad y la Creación se extienden al Reino Animal, pues somos hermanos animales, aunque queramos olvidarlo.

Los tordesillanos estaban esperándonos, y nos recibieron con un amargo cóctel de huevos, tomates, polvorones y piedras. La primera imagen del pueblo que quedó grabada en mi retina fue la de unos jóvenes vestidos con el traje tradicional de las fiestas, que incorpora un bastón; que se adelantaban hacia nosotros y los elevaban amenazantes, jurando y perjurando que nos iban a dar. Lo que más me gustó fue ver a una mujer de lugar que, saludándonos, nos lanzaba un beso. No todos están a favor del Toro de la Vega. Hay quien, secretamente, sufre por lo que le sucede al animal. Y digo secretamente, porque tienen miedo de manifestarlo en público. Miedo a que le quemen sus casas, y que les destruyan aquello por lo que han trabajado toda su vida. Hay quien dice que las gentes de Tordesillas son muy primitivas, pero nuestros ancestros respetaban la vida y cazaban con el único fin de alimentarse. El Toro de la Vega es fruto de la ignorancia, promovida por las autoridades y cubierta con el manto de la “sagrada tradición, con una iglesia que permite con su silencio que bajo el amparo de otra de sus vírgenes se torture a un animal". Sí, es cierto que muchos han salido del pueblo a estudiar, sin embargo el respeto a todas las formas de vida no es algo que se aprenda en la Universidad. Se aprende siendo niño, observando cómo aquellos que nos rodean tratan a los demás. No se trata de sensiblería. Se trata de sensibilidad, se trata de civismo y respeto. Las autoridades de Tordesillas han redescubierto la máxima romana “al pueblo, pan y circo”. Y, desde luego, le sacan partido.

Durante la manifestación más de 800 personas, españolas y extranjeras, caminaban gritando las consignas “los animales tienen derechos”, “la tortura no es cultura”, “cada año seremos más”, trataban de evitar que las camisetas con motivos animalistas) o- lo que es peor- sus cabezas- acabaran llenas de yemas y cáscaras de huevo, o que alguna piedra les hiciera llegar hasta el cielo, ver las estrellas y, tal vez, quedarse en la luna para siempre. Hubo quien no tuvo suerte. Detrás de mí oí un grito de dolor. A una chica le habían atinado en pleno ojo con una castaña. Cayó al suelo redonda, llorando de dolor.

¿Y las fuerzas de orden público? ¿Qué hacían para proteger a quienes ejerciendo el pleno derecho constitucional de manifestarse, estaban sufriendo un bombardeo con el evidente peligro de que se produjese algún herido? ¿La respuesta? Nada. Hay que reconocer que, según se dijo, aquel “fuerte cordón policial” (entre nosotros: cuatro antidisturbios) impedía que se nos abalanzaran y empezaran a darnos con sus bastones y toda su fuerza bruta para armarse la de San Quintín, porque, aunque nosotros somos pacíficos, y nuestra manifestación era pacífica, y perfectamente legal, no sé si hubiéramos sido capaces de poner la otra mejilla. Más tarde, en el autocar, volvía una de nuestras compañeras con un nuevo modelo de sombrero. La próxima moda de París, o sea: cáscara partida y chafada de huevo, bordeada con su propia yema. Conjunto, además, a juego con su chaqueta blanca incrustada de motivos amarillo yema. Ella, una mujer muy pacífica, muy agradable y llena de vida, me explicó que había estado en primera fila.

Tuvimos paciencia y aguantamos todo por Rompesueños. Es de comprender que ante tal bárbara agresión quien con el megáfono daba las instrucciones empezase a excederse. Como elevando el tono o contestando no íbamos a salvar al toro, Gustavo Cotera, ilustrador, etnógrafo y animalista, tomó la iniciativa y con el micro habló con el corazón y desde el corazón los animalistas aplaudían, se acercaban para darle la más sincera enhorabuena, y pedirle que continuara hablando. Y sucedió el milagro. Los tordesillanos, al otro lado de las vallas, frente a nosotros, callaron y hasta dejaron de proferir insultos. Comenzaban a mostrar interés en aquellas palabras mágicas, que surgían de la boca de un hombre sabio. En aquel momento alguien del pueblo puso la música a todo volumen para que los habitantes de Tordesillas no pudieran escuchar. De repente, todas las miradas se posaron en el cielo. En el horizonte hacía su aparición una avioneta mostrando desde el aire una pancarta: “Rompesueños, condenado a tortura mortal”. Ya estaba. Habíamos roto nuestras lanzas en favor de un sueño. Que aquel pobre animal siguiera con vida.

¡Este año el Toro de la Vega ha vuelto a celebrarse! ¡Nuestro Rompesueños ha muerto alanceado!, gritaban. Un muchacho de veinticuatro años ha resultado herido grave al alcanzarle el toro en el campo de Tordesillas, después de que la res traspasase el puente sobre el Duero y entrase en la vega, donde según la tradición puede comenzar el Torneo.


Ahora recuerdo los rostros de la gente de Tordesillas al escuchar a Gustavo Cotera y me doy cuenta de que algo está cambiando. De que todavía queda esperanza. No para este año, tal vez no para el que viene, pero este Torneo está tan condenado como aquel día lo fue "Rompesueños".


Relación de contenidos por tema: Fiestas populares crueles


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