Otro verano de sufrimiento para los toros

ADDAREVISTA 22

Aumentan las poblaciones del sur de Cataluña y de la Comunidad Valenciana que hacen protagonistas a los astados de las actividades lúdicas de sus fiestas mayores.

En 1988, la Generalitat de Catalunya aprobó la Ley de Protección de los Animales, una iniciativa, la primera en España, que llenó de esperanza el corazón de los defensores de los animales en esta comunidad autónoma. No hizo falta esperar mucho para que, las enmiendas, reclamaciones, apelaciones judiciales y recursos administrativos presentados por diversos municipios y grupos taurinos fueran desdibujando las enormes posibilidades de esta nueva legislación. El desencanto de las asociaciones animalistas se plasmó sobre todo en el artículo 4 de la citada ley, por el cual se permitiría a aquellos municipios donde se acreditara la “tradicional” celebración del corre-bou (actividad consistente en llevar a un toro por todo el municipio, normalmente atado convenientemente por la cabeza o incluso con un dispositivo que permite colocar bolas de brea encendidas en sus cuernos) continuar haciéndolo. Una década más tarde y asomándonos al nuevo milenio, en poblaciones como Tortosa, Amposta, Dénia (en la Comunidad Valenciana) y muchas otras, parece que la diversión de sus habitantes sigue íntimamente relacionada con el uso y el abuso de vaquillas y toros. Como si no existiese otra forma de diversión que a costa del sufrimiento de inocentes animales.

En un primer momento, y según datos recabados por la propia Generalitat, el número de correbous celebrados en Cataluña disminuyó y pasó a ser en 1999 un total de 54, 44 de ellos en la provincia de Tarragona y más concretamente en la zona de la desembocadura del Ebro. En esta zona, se celebran correbous en 23 de sus 26 municipios. Cabe destacar que poblaciones como Arnes, sin embargo, no pudieron celebrar su correbou este año porque no consiguieron demostrar la tradición indispensable para ello.

Esta situación ha cambiado significativamente durante el año 2000. El primer jarro de agua fría llegó nada más a iniciarse el año. El 3 de enero el Juzgado de lo Contencioso número 1 de Tarragona anuló su propia resolución anterior y aceptó la celebración del correbou de Arnes porque los vecinos de este municipio habían conseguido finalmente demostrar que se había celebrado, aunque de forma irregular, durante 50 años. Con esta decisión se abrió la puerta a nuevas reclamaciones. La última desde una peña de Manlleu, en la muy poco taurina provincia de Gerona, que ha anunciado presentará un recurso administrativo contra la decisión de la administración catalana, que le ha denegado el permiso para organizar un correbou en la población. Según la peña es posible demostrar la tradición de corridas de toros en Manlleu en el último siglo, a pesar de que el proprio ayuntamiento de la población certificó en 1988, momento en que se realizó el censo de la poblaciones con tradición taurina, que no existía tal. Pero la peor noticia relacionada con la lucha contra los correbous ha llegado desde el mismísimo Parlament catalán. Un acuerdo unánime todos los grupos de la cámara, fechado en mayo de 2000, insta a la Generalitat a que pregunte a los ayuntamientos, y con el fin de evitar nuevos recursos en los juzgados, qué fechas desean añadir al hasta ahora inamovible censo de correbous de la Dirección General de Juegos y Espectáculos acorde a sus tradiciones. La proposición no de ley está escrita de una forma tan vaga y confusa que permitirá, sin duda, aumentar significativamente el número de correbous en los próximos años y favorecerá la regularización de aquellos que se realizan sin autorización. La mayoría de los representantes políticos, influenciados por los alcaldes de los municipios más beligerantes que hacen piña olvidándose del partido al que pertenecen sean gobierno u oposición, se escudan en que no se mata ni se tortura a los toros en estos festejos. Pero parecen ignorar que la tortura y sufrimiento a que son sometidos supera, con creces, el acto de su sacrificio; aunque normalmente son matados en el matadero terminado el festejo. Y todo ello en un año en el que, desgraciadamente, cabe señalar una muerte en celebración del correbou de Nules, población de Castellón, donde un jovén falleció tras recibir tres cornadas por parte del toro. También en Deltebre, Tarragona, resultó herido grave un turista británico que asistía a la modalidad de toro embolado, debiendo ser atendido de quemaduras de diversas intensidad. A lo largo de los años muertes y accidentes como estos son frecuentes. Hay quien todavía piensa, a pesar de todo lo mencionado, que los correbous se encuentran en peligro y deben ser defendidos a capa y espada contra los ignorantes defensores de los toros. Por ello el pasado mes de abril inició su andadura la Asociación para la Defensa de la Tradición y Cultura de los Toros en el Baix Ebre catalán con la finalidad de promocionar, aún más, estos festejos. Según sus integrantes “quien pierde las raíces pierde la identidad”, y aseguran, sin sonrojo, que “sin toros, no hay fiesta”. Tristes, caducas, ancestrales y crueles “identidades” que avergüenzan a la inmensa mayoría de catalanes, valencianos y españoles que, afortunadamente, creen en un España cada vez más integrada en el sentir europeo de las naciones más avanzadas.

Los “emboladores” son los encargados de fijar sobre los cuernos del animal el arnés que, con dos bolas de estopa y brea encendida, dejan que éste enloquecido por el fuego del que no puede librarse y cuyas salpicaduras le caen por la cara y los ojos, inicie una carrera por las calles cuyas luces han sido apagadas para dar más vistosidad al espectáculo. 


Relación de contenidos por tema: Fiestas populares crueles


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