
Por qué me volví antiviviseccionista - Pietro Croce
Transcribimos la ponencia presentada en las Jornadas de Tossa de Mar (Costa Brava) por el profesor Pietro Croce. Es, sin duda, un valioso análisis científico y filosófico. La rigurosa racionalidad con que son expuestos sus argumentos merecen que sea considerada como un documento de gran interés al venir desde un cualificado pensamiento científico. Su sentido crítico viene definido por su propia capacidad analítica cuando nos dice: Desde el día en que entramos en la Universidad, nos ha sido impuesta una visión científica de la vida en la cual los experimentos en los animales forman una parte importante. Pero en ciertos momentos de nuestras vidas, a alguno de nosotros le ha sido posible mirarse a sí mismo y reflexionar que la cultura que les ha moldeado esta visión, tiene, también otra cara diferente de la oficial y académica. Una cara que nos ha sido escondida, como la otra cara oculta de la luna.
El Profesor Pietro Croce, es Patólogo, Médico-Cirujano, y Laureado por la Universidad de Pisa. Becado por el Institute of International Education de New York, becado Fulbright. Ha trabajado en el departamento de investigación del National Jewish Hospital de la Universidad de Colorado de Denver (USA) y en el laboratorio y departamento de investigación de Toledo, Ohio (USA). Becario de la ciudad Sanatorial de Terrasa (Barcelona) desde 1952 hasta 1982. Médico Jefe del laboratorio de análisis químico- clínico, de Microbiología y de Anatomía Patológica del Hospital L. Sacco de Milán. Miembro del Colegio de Patologistas Americano. Autor de diversos libros de medicina, entre ellos Vivisezione o Scienza.
¿Está la ciencia trabajando a favor, o en contra del hombre? Esta pregunta, que hace tan sólo una decena de años habría sido imposible proponer se ha vuelto, en la actualidad, necesaria y urgente. La ciencia se ha degradado en cientismo: una religión con sus dogmas, prejuicios y privilegios. Nos han impuesto la ecuación: Ciencia = Progreso. Cuando el progreso, en realidad debería conocer solo una dirección única: aquella que va dirigida en beneficio del hombre. Por eso, el científico se califica a sí mismo como benefactor de la humanidad, a pesar de que nos proporciona la bomba atómica, la destrucción sistemática de la Naturaleza, y unos medicamentos que producen más enfermedades de las que curan, puesto que apoya sus bases experimentales en un error metodológico.
VIVISECCIÓN, UN ERROR METODOLÓGICO
En la experimentación médico- biológica, la afirmación pre-judicial es: el animal es un modelo experimental de hombre. Sin embargo, el término animal es una abstracción; el animal no existe, sino que existen, numerosas y bien diferenciadas, especies animales. ¿Cuál, de los millones de especies que viven sobre la Tierra, debería ser el modelo experimental del hombre? Esta pregunta, todavía hoy, está esperando una contestación coherente. Cada investigación científica nace de una idea y, para alcanzar un resultado, pasa a través de un método. Un método erróneo proporciona un resultado erróneo. La experimentación en los animales constituye un error en la elección del método; por eso, solo puede proporcionarnos resultados falsos. Contestan los científicos: pero la ciencia siempre ha adelantado por tanto y error -by trial and error-. Sí, siempre que el error no sea sistemático, y no este alentado por una medicina que está transformándose en una industria cada vez más interesada en promoverse a si misma según la lógica consumista: crear enfermedades para poder curarlas, y después curar las enfermedades provocadas por los fármacos usados para curar las enfermedades,… etc.
Experimentar en los animales en función de la medicina humana, es como jugar a la ruleta que cuando sale el número afortunado, el mismo jugador se queda extrañado.
LA ROSA DE LOS VIENTOS
Dicen los científicos de la experimentación en los animales no pretendemos lograr resultados concluyentes. Nos basta con lograr resultados indicadores, que nos alienten a continuar por el mismo camino. Esa es, a primera vista, una argumentación irreprochable; sin embargo, no es difícil descubrir el engaño dialéctico que encierra tal argumento. ¿ Qué significa decir indicación? Una indicación es una información incompleta, orientadora; pero, tal como nos enseña la rosa de los vientos, una orientación puede llevarnos hacia la dirección justa, que será tan solo una, o, por el contrario, hacia una de las innumerables direcciones falsas. Pues bien, la experimentación en los animales, sólo alguna vez orienta en la dirección justa, y cuando lo hace, es por una coincidencia casual, del todo imprevisible y pendiente de comprobación posterior. Experimentar en los animales en función de la medicina humana, es como jugar a la ruleta que, cuando sale el número afortunado, el mismo jugador se queda extrañado.
TÓXICO, ¿PARA QUIÉN?
Hace unos años, los resultados obtenidos de la experimentación en animales se transferían ipso facto al hombre, sin plantearse ninguna duda acerca de la legitimidad de esa inducción. Por ejemplo: era suficiente que un fármaco fuese tóxico para una o dos especies de animales, para ser excluido del uso humano. Pregunta: ¿cuántos fármacos útiles han sido descartados por el mismo falso equívoco? La penicilina, por ejemplo, fue salvada solo por casualidad: si en lugar de probarla en el ratón, la hubiesen probado en la cobaya – para la cual resulta tóxica -, la habrían lanzado directamente a la basura. Por lo tanto, la experimentación en los animales puede hacernos perder fármacos muy útiles, haciéndolos pasar por tóxicos, como también puede causar envenenamientos por su ingestión, que los experimentos en animales han garantizado como inofensivos. La toxina botulínica, mortal para el hombre, es inocua para el gato; el hongo Amanita Phalloides es comido, sin ningún peligro, por el conejo; la cicuta, que provocó la muerte de Sócrates, es una gustosa yerbecita para las cabras, ovejas, caballos, ratones y alondras. El gato tolera la escopolamina en dosis trescientas veces superior a la que resulta mortal para el hombre. El alcohol metílico produce ceguedad en los humanos, pero no en ninguno de los demás animales conocidos.
La estrinina no altera a las cobayas y los pollos en dosis que serían suficientes para provocar convulsiones a una familia humana. En realidad, ninguna sustancia es absolutamente tóxica, sino que lo es tan solo en relación con una u otra especie. Por eso, con la experimentación en los animales, se puede demostrar todo lo que se desee y también todo lo contrario: basta en coger la especie apropiada para que un fármaco sea considerado como inofensivo o venenoso, eficaz o inútil; según más convenga, o interese, acomodarlo a uno u otro lado.
PROMOCIONES INMERECIDAS
¿Cómo se promueve a un animal cualquiera al rango de animal de laboratorio? Los científicos, para eso, no reparan en detalles: escogen el animal que cueste poco, que no sea embarazoso, y que se reproduzca fácilmente. Pero luego quedan sistemáticamente desilusionados por los resultados obtenidos. Entonces, la insensata búsqueda y rebúsqueda de una mítica quimera que se parezca al hombre, prueban con los monos: que tanto se nos parecen. ¿Cuál es el resultado de este juicio, tan increíblemente grosero desde el punto de vista biológico? El resultado, real y trágico, es que el consumo de estos costosos animales es tan grande, que esta misma especie esta amenazada de extinción. ¿Y qué ocurre en los laboratorios que pueden permitirse este lujo? Pues que siguen usando, muy pragmáticamente, el pequeño ratón, el perro que cuesta poco – especialmente si lo proporciona el lacero – y el conejo que no muerde.
MEDICINA DE LA INCOHERENCIA
Los resultados de todo ello son los de una medicina de la incoherencia. Esa medicina que lleva decenios prohibiendo al diabético el plato de fideos y después cándidamente avisa: cuidado, no priven al diabético de una cantidad justa de carbohidratos; la misma medicina que, también por decenios, pone en guardia contra la mantequilla como asesina de nuestras arterias y luego descubre que las grasas de la mantequilla no tienen ninguna relación con la arteriosclerosis. Y se podría continuar hasta el infinito con afirmaciones… seguidas por desmentidos; con promesas nunca sostenidas, con fármacos que ayer resultaban milagrosos, y hoy son peligrosos. Una forma de medicina que nos induce a una reflexión: no presten oídos, vivan según el buen sentido común y con moderación. ¿Pero eso también lo sabía Ulises!
PALABRA DE FILÓSOFO
A menudo nuestros catecúmenos, los que se instruyen y acercan a la nueva cultura, nos preguntan ¿(…) entonces, por qué – los vivisectores – continúan haciéndolo (…)? La contestación ya la dio, hace dos siglos, el filósofo John Stuart Mill: sucede a menudo que un convencimiento, universal en una época – del cual ninguno se libraba a no ser al precio de un esfuerzo extraordinario de genialidad y coraje -, sucesivamente se transforma en una absurdidad tan palpable, que la única dificultad reside en tratar de comprender cómo una idea similar podía haber sido creíble. Esta es una respuesta ejemplar pero resulta incompleta, porque no tiene en cuenta el grado de deshonestidad que gravita sobre todas las acciones humanas. Los vivisectores no se dejan convencer, porque se duerme mejor sobre un colchón relleno de dólares que sobre un jergón de paja.
LA CULTURA TOLEMÁTICA
El día veintidós de junio de 1663, la Congregación del Santo Oficio sentenció a Galileo a un silencio que duró nueve años y, asimismo, a un descrédito que todavía dura hoy. La cultura tolemaica, durante dos mil años, había construido un sistema intrínsecamente perfecto: una esfera en el interior de la cual, todos los pedazos que componían su mosaico se ajustaban perfectamente entre ellos. No obstante, estaba equivocada la esfera entera, puesto que había fundamentado sus raíces en un error metodológico; el de confrontar los libros sagrados con los resultados fruto de una observación objetiva. En este caso, el razonamiento era el siguiente: no es verdad que la Tierra da vueltas alrededor del Sol, porque Joshué ordenó párate al Sol, y no a la Tierra.
A pesar de eso, el sistema tolemaico era intrínsecamente coherente y todavía útil: su cosmografía enseñaba la dirección a los navegantes, y sus sabios sabían predecir puntualmente los eclipses de Sol y de Luna. El viviseccionismo también prospera sobre un error de base que no justifica su coherencia intrínseca. Es, precisamente por eso que debe ser rechazado con toda entereza, como le tocó a su ilustre predecesor.
LA CUMBRE
Los zoófilos y los animalistas condenan el viviseccionismo porque no aceptan el principio de prioridad del hombre y su incondicional dominio sobre la Naturaleza. Nosotros, de formación científica y médica, prescindimos de la ética naturalista y enfocamos directamente el problema en el factor humano. La experimentación en los animales amenaza a la humanidad de dos formas: de forma indirecta, proporcionándonos una medicina una gran parte equivocada, y de forma directa, porque de la experimentación en los animales se va pasando por grados, a través de las especies progresivamente más desarrolladas, hasta la experimentación en el hombre. Con ello, el viviseccionismo se ha negado a si mismo, admitiendo implícitamente que el único modelo experimental del hombre no puede ser otro que el mismo hombre.
Se experimenta extensamente en los EU en los prisioneros. Se experimenta, en toda Europa, en los denominados voluntarios hábilmente persuadidos. Se experimenta, en formas atroces, en los niños – especialmente en los disminuidos psíquicos y físicos – y en los fetos prematuros. En su lógico desarrollo, el viviseccionismo ha alanzado la cumbre. Pero ha subido demasiado; nos toca a nosotros, ahora, la tarea de acelerar su inevitable ruina.
CONFUTACIÓN CONTÍNUA
No es científico lo que aparece ser cierto, sino lo que es confutable, K. Popper. Eso quiere decir que una gran confutación contínua – impugnar victoriosamente la opinión contraria – es la condición que hace de la ciencia un acontecimiento cultural dinámico, evitando así que se convierta en cientismo. La confutación contínua debe ir acompañado a la ciencia constantemente, paso a paso. Sin embargo, esta crítica minuciosa y constante, no es suficiente en todos los momentos del desarrollo científico. Ha llegado el momento, en que, irremediablemente, el sistema debe ser reexaminado y confutado con toda entereza. Es la consecuencia lógica cuando el sistema, después de haber dado más de lo que podía, va decayendo y envejeciendo.
Existen en la historia de la ciencia, igual que en todas las actividades humanas, momentos de grandes pasajes: Galileo es la representación y el emblema de uno de ellos. Sería erróneo considerar el antiviviseccionismo -que es sólo la imagen parcial de una nueva cultura naciente -, como un simple tanteo para acomodar la metodología de la investigación biológica. Por eso, los viviseccionistas podrían ser denominados como los nuevos tolemaicos; porque, al igual que sus predecesores, ellos defienden una concepción antropocéntrica de la vida, tan obsoleta como la concepción geocéntrica que imperaba antes de aquel dieciocho de febrero de 1564, que vio nacer, en Pisa, al hijo del músico Vicenzo Galilei.
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