Vivir sin matar - Godofredo Stutzin
Por primera vez ADDA DEFIENDE LOS ANIMALES acoge en sus páginas la figura ilustre de un luchador constante y tenaz en favor de los animales. Godofredo Stutzin ha llevado en su país, Chile, una actividad animalista muy importante. Es autor de varios libros, cronista en periódicos y revistas y ostenta numerosos cargos en organizaciones de bienestar animal: Presidente Honorario de la Unión de Amigos de los Animales, Presidente del Comité Nacional pro Defensa de la Fauna y Flora, Director Consejero de la Sociedad Mundial para la Protección Animal, WSPA, y miembro de Global 500 de PNUMA. Sus colaboraciones, a buen seguro, enriquecerán nuestros conocimientos siendo, ya, a partir de ahora, esperamos, uno de nuestros habituales colaboradores.
Como la mayoría de los vegetarianos, renuncié a comer carne relativamente tarde en mi vida. No fue una decisión súbita, sino un proceso gradual de toma de conciencia, el cual aún continúa. Siempre he querido mucho a los animales y nunca he soportado que les hagan daño; sin embargo, durante largos años no tuve empacho de servirme en la mesa partes de sus cadáveres disfrazados de sabrosos guisos. Otras cosas que hacemos sin pensar, siguiendo la costumbre imperante; el comer carne me parecía un acto natural cuya necesidad, o justificación, no se cuestionaba. Pero la duda debe de haber existido ya de forma latente, pues con el tiempo afloró y se hizo consciente, culminando en la determinación éticamente lógica de no continuar haciéndome cómplice de hechos que me repugnaban: si yo no estaba dispuesto a matar animales, tampoco debía comérmelos.
Esta motivación ética, que fue reforzándose a medida que se me revelaban los innumerables sufrimientos que la
producción de carne inflige a los animales, constituyó durante bastante tiempo la única razón de mi vegetarianismo. Aunque sigue siendo el motivo principal, se han agregado ahora otras consideraciones entre las cuales la más importante es, sin duda, la ecológica. Son pocos los aspectos de la conducta humana en que, como el caso de la alimentación vegetariana, concurren tanto los fundamentos éticos como ecológicos y, derivados, de éstos, los económico-sociales. Ser vegetariano hoy significa, por un lado, querer vivir sin matar ni hacer matar; y significa, por el otro lado, querer vivir sin destruir la naturaleza ni despilfarrar sus recursos y, por consiguiente, querer vivir sin condenar al hambre y a la miseria a gran parte de la humanidad actual y probablemente a casi toda la humanidad futura.
Es un hecho indiscutible que las calorías y proteínas que proporcionan los productos del reino vegetal se pierden en un elevado porcentaje, que llega hasta el 90%, cuando estos productos, en vez de ser consumidos directamente por el hombre, son desviados hacia la alimentación de animales para ser transformados en carne. Una determinada extensión de terrenos destinada a cultivos de consumos humano puede alimentar a una cantidad de personas varias veces superior a la que puede vivir del mismo pedazo de tierra empleado en la crianza de ganado y de producción de carne. Si hoy en día los pueblos del Tercer Mundo sufren de hambre y desnutrición, ello se debe en gran medida al hecho de que sus tierras son explotadas para proveer de carne a los habitantes de los países industrializados en vez de entregar sus frutos para alimentar a la población local. La destrucción de la selva amazónica para permitir la crianza de ganado productor de "hamburgers" constituye un funesto ejemplo de esta política suicida, la cual, al mismo tiempo, es ecocida, ya que daña mortalmente a la tierra al igual que el hombre.
La propaganda interesada ha sostenido que las proteínas animales son superiores a los vegetales, lo cual no corresponde a la realidad. Una alimentación vegetariana variada proporciona al consumidor la misma completa gama de aminoácidos que una dieta carnívora, con la ventaja adicional de que no le suministran ni grasas saturadas causantes de acciones cardivasculares, ni sustancias nocivas para la salud, presentes en la carne a raíz de los procesos artificiales a que ésta es sometida antes y después de la muerte del animal.
Deben mencionarse también otros "sub-productos" dañinos de la industria de la carne, como lo son la contaminación ambiental, especialmente de las aguas, y el desproporcionado consumo de energía. La producción de alimentos vegetales no va acompañada, por regla general, de estos efectos negativos.
No cabe duda de que, para sobrevivir, la humanidad debe frenar no solamente la explosión demográfica, el consumismo y el saqueo del planeta en general, sino también el "carnivoricismo", reemplazándolo por una alimentación vegetariana que, por lo demás, le es propia por su anatomía y ascendencia y que le permite conciliar su modo de vivir con la conciencia.
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