
La naturaleza se ceba con Japón
Marzo 2011.—Un seísmo de categoría 9 (el tope está en 10) en la escala de Richter, que equivale a una energía liberada equivalente a 240 millones de toneladas de TNT, y el tsunami que le siguió ha sumido a Japón en un desastre que nadie podía imaginar. Un país acostumbrado, por pura experiencia, a los terremotos y cuyas edificaciones resisten estos fenómenos ha visto cómo todas sus precauciones eran insuficientes al ser sus pobladas costas anegadas por olas de cerca de diez metros de altura con el agravante de que una de las centrales de producción de energía nuclear, ubicada en un lugar inapropiado, se ha visto gravemente dañada. A la devastación del tsumani se une la fusión de uno o varios núcleos con emisión de radioactividad a la atmósfera, algo que ya se está comparando con el desastre de Chernobil. Japón, víctima en su día de las primeras bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, vuelve a sufrir el flagelo nuclear mientras su pueblo está dando un ejemplo de entereza y serenidad.
Esta publicación se ha ido refiriendo con asiduidad al cambio climático, con la reticencia y el poco interés que los avisos continuados de los ecologistas y conservacionistas están denunciando ante los foros internacionales como Kyoto, Copenhague, Cancún y los que seguirán. Al revés, se condena a la cárcel en Dinamarca a López Ugarte, ex presidente de Greenpeace España por «molestar» en una cena de gente posiblemente más interesada en el entourage que en afrontar de raíz un problema de dimensiones globales. Y es que los intereses económicos están cada vez más interrelacionados entre la política y las multinacionales y son los que prevalecen. Volver a mentar esta situación casi nos agobia por repetitivos y por el cansancio de nuestros amables lectores. Pero los hechos lo están demostrando cada vez más. Terremotos siempre han existido. El planeta Tierra está en constante transformación desde el Big Bang hasta la eternidad. Se mueve la corteza terrestre que flota sobre el magma: se separan o juntan continentes, se solapan placas tectónicas y surgen cordilleras, los desiertos se desplazan, las selvas también. Es lo natural si se sabe comprender la unidad de tiempo en millones de años. Pero nuestro planeta sufre ya de sobrepoblación. Ya no cabe más gente. ¿Se puede imaginar nuestro mundo sin la presencia del hombre? Solo, la vegetación, los fenómenos naturales, los animales… Y todo desarrollándose bajo los efectos implacables de la ley natural.
Parece ser que la intensidad del último terremoto de Japón ha desviado, aunque sean unos pocos centímetros el eje terráqueo; si esto ha ocurrido, ¿cuándo se van a notar los efectos? No importa. La naturaleza tiene todo el tiempo; absolutamente todo. La Tierra es un cuerpo sensible que cumple con las leyes de la física. Va siguiendo su curso si tenemos en cuenta la unidad de tiempo igual a un millón de años. Pero si además de su cadencia natural se le introducen los efectos del cambio climático en su superficie —en su costra externa en contacto con la atmósfera— provocado por el hombre, se le añaden nuevos factores en su devenir. Hay un proverbio alemán que dice: «pequeñas piedras rompen grandes máquinas», o sea pequeñas variaciones en la temperatura atmosférica alteran la rutina natural. La variación en la temperatura produce —física pura— dilataciones en más o en menos. Todos los cuerpos se dilatan. Pueden pasar de sólidos a líquidos y al revés. Todo depende de la temperatura. Ahora la temperatura de la atmósfera que envuelve al planeta ha cambiado. Está cambiando: un grado, medio grado, o más. Es suficiente. Los glaciares se acortan o desaparecen, los hielos polares se reducen, el nivel de los mares se altera… ¿Y la corteza terrestre? ¡Se expande! Las placas tectónicas son las primeras en aportar sus resultados. ¿Cómo? Pues con terremotos más frecuentes y más violentos. Y si hay alguien capaz de contradecir esta teoría, que lo explique.
La cortedad de miras de quienes, en razón de sus cargos institucionales, tienen que conocer, preocuparse, tomar decisiones valientes y actuar, no muestran, por el momento, esta capacidad de reacción. El mundo está demasiado clasificado en carpetas y subcarpetas, cada una de ellas con contenidos propios e intereses particulares, ¡y se habla de globalidad! olvidando lo más importante: las futuras generaciones y los desastres que sucesivamente nuestra hospedera, la naturaleza, impasible, nos va a ofrecer.
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