Cumbre de Copenhague: hacia el suicidio global - Redacción

ADDAREVISTA 40

Que lo hagan nuestros hijos… o nuestros nietos. Así podría interpretarse el fracaso total de la Conferencia de Copenhague que, iniciada el día 9 de diciembre de 2009, concluyó con la presencia de 119 máximos dirigentes asistentes la madrugada del 18 de diciembre, después de casi dos semanas de infructuosas gestiones y de un tira y afloja de las partes económicamente interesadas. Una organización caótica y desbordada, que dejó a la mitad de las ONG en la calle, para que la mano poderosa de las corporations impusiese su estatus en la Conferencia, marcando hasta dónde se podía llegar. Multinacionales que, por serlo, deslocalizan su producción hacia el país más rentable, pues los «países emergentes» no solo lo hacen gracias a su producción propia, sino que trabajan y fabrican los diseños y modelos que les programan con la tecnología proveniente de Europa, Japón y Estados Unidos. Por eso, cuando se habla de China o India, también hay que contar con la importantísima carga de trabajo llegada de los grandes grupos económicos globales.

Aquel hope-nhague de esperanza tan cacareado durante los meses, semanas y días anteriores a la cumbre ha demostrado que, a la hora de la verdad, quien manda es la cuenta de resultados, y si esta es rápida y sustanciosa, mucho mejor. Lo que queda detrás… ¡ya lo arreglarán otros! Mientras tanto, el cambio climático y el calentamiento global ya muestran sus efectos desastrosos en todos los países, lo que será la peor herencia para las generaciones futuras. Tales efectos ya están causando estragos en las vidas de más de mil millones de personas y se prevé, para el año 2013, que los afectados serán dos mil millones. ¿Es que estas cifras, contrastadas por científicos independientes, no son suficientes para motivar un cambio radical? Lo polos se deshielan, los glaciares del Himalaya, por primera vez en la historia, se deshacen. El reino animal, sin el cual no se entiende la vida en el planeta, está en peligro. Los osos polares, maravilla de la naturaleza, se quedan sin su hábitat al derretirse las plataformas de hielo sobre las que encuentran su medio de vida. Vivimos en la década más cálida de los 2.000 últimos años, y la temperatura aumenta sin freno.

Después de este fracaso, se escuchan incluso voces que dan por perdido también el próximo encuentro, que se celebrará en México dentro de un año. Tales voces abogan por hacer un esfuerzo in situ para que cada estado acometa una severa revisión de todos y cada uno de los elementos que producen polución, a fin de aplicar puntualmente procedimientos correctivos, algo que en la práctica no deja de ser una utopía. No obstante, y esto es muy significativo, nadie habla de frenar el continuado aumento demográfico del planeta. Los millones de habitantes que lo pueblan resultan directamente proporcionales al aumento de la polución, cambio climático o calentamiento global, dígase como se diga. La razón oculta es evidente: los estados son como una gran empresa, y sus clientes son cada uno de sus ciudadanos. Por eso se bonifican los nacimientos, pues, al llegar a la edad laboral, con los impuestos que tendrán que pagar –unos más y otros menos, según el bienestar de vida que se les ofrezca–, sacarán adelante al país. Un ejemplo práctico de ello es la preocupación que se manifiesta cuando descienden las cuotas a la seguridad social ante el temor a que llegue un momento en que no se puedan pagar las pensiones, ni la atención sanitaria, ni la educación del estado de bienestar.

En esta Cumbre estaba en juego el futuro de todos los habitantes del planeta, y ha resultado un fiasco. Exteriormente, todos quieren arreglarlo, pero nadie está dispuesto a renunciar a sus comodidades ni a su ritmo de crecimiento, pues esto es lo que realmente interesa, dados los resultados económicos que comporta. Al final, para salvar la cara, unas tímidas declaraciones de buenas intenciones, unas dádivas para los países subdesarrollados –que son los que resultan más afectados–, y todo ello a realizar de forma voluntaria, sin ninguna agencia independiente que pueda contrastar cuánto y cómo ha reducido cada país sus tasas de CO2 vertidas a la atmósfera. Nuestra atmósfera. La de todos.

Por si fuese poco, y para redondear el fracaso de la organización, el 17 de diciembre se produjo algo increíble en Dinamarca –el más que desarrollado país nórdico–, con el vergonzoso arresto de cuatro ecologistas que, por el mero hecho de introducirse en una cena –quizá demasiadas cenas– de dirigentes y desplegar una pancarta de sensibilización, sin violencia y de forma pacifica, fueron condenados a permanecer en prisión hasta el 7 de enero del siguiente año impidiéndoles pasar las fiestas navideñas entre los suyos. Uno de ellos fue Juan López Uralde, Director de Greenpeace España, que ha merecido el comentario de su jefe de campañas, Mario Rodríguez: «mientras los líderes mundiales destruyen el clima, los ecologistas están en prisión por defenderlo». Este hecho insólito despertó las airadas protestas de cientos de miles de personas, que se concentraron ante las embajadas y consulados de Dinamarca. ¿Hasta dónde se está llegando? ¿Es que ciertos personajes están libres de padecer los reveses de la maltratada naturaleza aunque los detenidos solamente les intentaran poner sobre aviso?

 

Ong ADDA  -Junio 2010


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