Publicidad con animales - Jennifer Berengueras

ADDAREVISTA 29

Durante una reciente charla en una escuela se pre­guntó a los niños qué significaba para ellos maltratar a un animal. A la cuestión respondió rápidamente un muchacho de 12 años, mencionando un anuncio de televisión en el que aparecía un burro cuyos ojos mos­traban que estaba drogado.

Los jóvenes de hoy tienen cada vez una mayor con­ciencia del respeto que merecen los animales, aunque muchos adultos, por desgracia, continúan sumergi­dos en la más absoluta ignorancia, tal vez debido a que, por alguna razón, no les interesa aprender. El uso de animales en televisión no sólo les obliga a llevar un ritmo y unos hábitos de vida dia-metralmente opues­tos a los propios de su habitat natural, sino que crea una percepción terrible­mente equivocada de estas fascinantes criaturas y presenta una imagen distor­sionada de la reali­dad. Muchas personas no se dan cuenta de que la "sonrisa de oreja a oreja" que muestra el chimpancé del anuncio es, de hecho, una expresión de miedo y de deseos de huir.

Si para una persona el rodaje de un anuncio puede convertirse en una situación estresante, con los nervios y la angustia que ello comporta, ¿qué debe suponer para un animal salvaje? Horas y horas de viaje en un incomodísimo transporte (a menudo llegan desde el extranjero), repeticiones de tomas, potentes focos, órdenes, ruidos, movimiento de gente, estudios cine­matográficos. Nada que le recuerde su propio entorno. Para obligarlos a comportarse de un modo tan dife­rente al que su instinto les dicta, los entrenadores uti­lizan los mismos métodos crueles de entrenamiento que en los circos. Muchos de los proveedores son antiguos domadores. Latigazos, barrotes metálicos, descargas eléctricas y gritos para que relacionen el dolor con ciertas palabras y gestos y respondan, por puro pánico, a lo que exija el guión. ¿Cómo creen que consiguieron que ese lindo gatito comiera su pienso bajo un gran chaparrón? Si se tuviera a los humanos en ayunas durante varios días, cualquiera se abalanzaría a comer bajo una tormenta.

La diversión o el glamour que nos muestra la pequeña pantalla contrasta vivamente con la existencia que lle­van realmente estos animales. En el año 2000 seis chimpan­cés fueron rescata­dos de un furgón en el que permanecían enjaulados y enca­denados día y noche, hiciera frío o calor, en espacios que no sobre­pasaban su propio tamaño, rodeados de excrementos y comida en descomposición. Su propietario los alquilaba para anuncios y programas de televisión. Aunque ahora, rescatados, vivirán el resto de sus vidas en un santuario libres de la explotación humana, el propietario se quedó con dos de los más pequeños junto con varios monos para seguir sacando prove­cho de su sufrimiento, y con dos hembras para seguir criando y garantizar así la continuidad de su vergon­zoso negocio.

La mayoría de las denuncias de maltrato a animales en publicidad son anónimas; suelen ser avisos de per­sonas que trabajan en este mismo campo, testigos pre­senciales que temen las represalias del cliente, o de la propia empresa. Como bien sabía el niño que participaba en la charla, con frecuencia se les administran drogas y tranquili­zantes para reprimir sus instintos naturales de defensa y escape. Así son más manipulables, menos peligro­sos. Durante el rodaje del anuncio de una conocida cadena de bocadillos, el cerdo al que daban un masaje se "tranquilizó" tanto que murió de un ataque al cora­zón. Y no fue precisamente el placer de lo que se anunciaba lo que acabó con su vida.

Las empresas que se promocionan con animales no están en consonancia con el pensamiento del consu­midor actual. Se valora, cada vez más, su bienestar, su respeto y se rechaza enérgicamente su explotación para único beneficio de unos pocos. Con la alta tec­nología virtual a nuestra disposición no existe justifi­cación alguna para el uso de animales vivos y sensibles en publicidad. La ley debería, pues, prever sanciones disuasorias para evitar las malas prácticas. Los publi­cistas, que se consideran conocedores de las corrientes modernas e influyen en ellas, deberían tomar con­ciencia, dar ejemplo, y negarse a contribuir al enri­quecimiento de ciertas empresas a costa del sufri­miento de los animales.


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