
Ciudades Multiespecie -Marta Tafalla
Un día estaba dando una charla a un grupo de personas profundamente interesadas en la defensa de los otros animales, y les pregunté cuántas especies de aves eran capaces de reconocer cuando caminaban por las calles, los parques y las playas de Barcelona. Hicieron un rápido recuento y me dijeron que veían gorriones, palomas, gaviotas y cotorras, y en primavera golondrinas. Les pregunté si no veían o escuchaban otras especies y me repitieron que no. Sin embargo, gracias a una guía editada por el Ayuntamiento de Barcelona, sabemos que en la ciudad condal nidifican 83 especies de aves, y todavía hay que añadir las especies invernantes y las que pueden verse cuando pasan en migración. El público de la charla me miró con sorpresa, así que les pregunté si alguna vez habían visto un carbonero, un herrerillo capuchino o un arrendajo, especies fáciles de ver y reconocer, pero me contestaron que no. El hecho de que incluso personas muy sensibles con la defensa de los animales desconozcan a sus vecinos de otras especies es muy significativo del grado en que nuestra sociedad ha desconectado de la naturaleza.
Como explica Richard Louv en su libro Los últimos niños en el bosque. Salvemos a nuestros hijos del trastorno por déficit de naturaleza, traducido al español por la editorial Capitan Swing, nuestras sociedades viven cada vez más de espaldas a las otras especies. La mayoría de la gente apenas conoce los ecosistemas de la región donde vive, ignora los nombres de árboles y arbustos, y tampoco sabe qué animales habitan esos ecosistemas y cómo son sus formas de vivir. Mucho menos entiende los complejos ciclos naturales que entrelazan plantas, animales y microorganismos en el tejido de la vida, y que también se entretejen con nosotros, de un modo que a menudo no sabemos o no queremos reconocer. La desconexión llega hasta el punto de que, aunque compartimos nuestros barrios con diversas especies de animales salvajes, la mayoría de la gente ni siquiera los percibe.
Que cada vez haya más animales viviendo en zonas urbanas responde a dos razones que en realidad son la misma. Por un lado, muchos ecosistemas naturales son destruidos por explotaciones ganaderas, agrícolas, cinegéticas, mineras o turísticas, que expulsan a la fauna salvaje de sus territorios. Por otro lado, las ciudades no dejan de crecer, absorbiendo y transformando ecosistemas naturales habitados por animales salvajes. Así, muchos animales no tienen otro remedio que acabar viviendo en ciudades. De ese modo, nuestros barrios son comunidades multiespecie, y es importante que sepamos identificar de qué especies se trata y entender cómo están cambiando sus formas de vida para adaptarse al medio urbano.
Si conocemos estos animales y nos familiarizamos con su conducta, podremos entender sus necesidades, evitar conflictos y convertir nuestras ciudades en espacios de convivencia amigable. Por ejemplo, algunas aves y también insectos tienen dificultades para hallar espacios donde anidar, y les podemos ayudar con cajas nido y hoteles para insectos. También podemos ofrecerles puntos seguros donde encuentren agua limpia. Si queremos que las ciudades sean realmente acogedoras, lo mejor será dotarlas de una red de espacios verdes que enlace parques, avenidas arboladas, jardines particulares e incluso áticos y terrazas. Si en ellos cultivamos plantas autóctonas y renunciamos a insecticidas, herbicidas y a podar demasiado, si dejamos que esos espacios se asilvestren, enseguida se llenarán de vida. Los animales que se instalen en ellos también nos prestarán ayuda: por ejemplo, controlando a los mosquitos y regalándonos cantos y revoloteos de colores. Al hacer las ciudades más hospitalarias para otros animales, también las hacemos más sanas y equilibradas, más interesantes y bellas.
Diversos estudios indican que frecuentar espacios naturales nos ayuda a disminuir el estrés y mejora nuestro estado de ánimo, lo que tiene consecuencias positivas para nuestra salud. Desde hace algunos años, los médicos escoceses recetan a sus pacientes, además de la medicación necesaria para su dolencia, que vayan a pasear al campo o a la playa, o que salgan a contemplar pájaros. De la misma manera, reverdecer nuestras ciudades, hacerlas más naturales y más salvajes, tiene un impacto positivo en nuestra salud.
Es importante que la ciudadanía, y especialmente los movimientos animalistas, conozcan a las otras especies que habitan en sus calles. Las aves son las más fáciles de ver y reconocer. Para aprender necesitaremos prismáticos y una guía de aves, y además algunas entidades ofrecen cursos y visitas guiadas. También pueden ayudarnos las webcams que algunas organizaciones instalan en nidos de aves para mostrarnos su vida cotidiana. Por ejemplo, la Sociedad Española de Ornitología SEO/BirdLife coloca cada primavera webcams en algunos nidos, unos en espacios urbanos y otros en el campo, y retransmite en directo a través de su página web cómo cigüeñas, halcones, cernícalos o vencejos crían a sus polluelos. Muchos insectos, arácnidos, gasterópodos y otros invertebrados son asimismo fáciles de observar, y nos enseñarán a prestar atención a formas de vida más pequeñas. También es fascinante contemplar anfibios y reptiles, y al hacerlo, aprenderemos a admirar criaturas que a menudo tienen una inmerecida mala fama en nuestras sociedades. Los mamíferos suelen ser más difíciles de ver, pues a menudo son crepusculares y/o nocturnos, pero podemos aprender a reconocer sus huellas y rastros. Si en la ciudad hay ríos o lagos, encontraremos también peces.
Si nos familiarizamos con los animales salvajes de nuestros barrios, disfrutaremos de admirar su belleza y su inteligencia. También nos daremos cuenta de los problemas que les creamos: muchos acaban ingiriendo comida basura en papeleras y vertederos, y la mayoría sufren nuestros excesos de ruido y contaminación. Es terrible la cantidad de plásticos que se acumulan en los nidos de los pájaros y resulta alarmante el elevado número de animales atropellados.
Conocer estas especies permite acogerlas mejor. Por ejemplo, a veces alguna gente quiere ayudar a animales que en realidad no necesitan ayuda. Cada primavera, cuando los pájaros con pocos días de vida saltan de sus nidos aprendiendo a volar, hay gente que cree que están desamparados, cuando en realidad están siendo alimentados y cuidados por sus padres. SEO/BirdLife hace circular cada primavera una guía con las indicaciones para comprobar si un polluelo está en buen estado o si realmente necesita de nuestra intervención. En general, es importante recordar que, aunque comparten las ciudades con nosotros, siguen siendo animales salvajes, y no debemos molestarles ni obstaculizar sus vidas.
Aprender a convivir con nuestros vecinos de otras especies no nos debe hacer olvidar que los seres humanos estamos desballestando la naturaleza de una forma tan injusta como peligrosa. Los animales salvajes realizan funciones importantes en sus ecosistemas, y cuando tienen que huir de ellos y refugiarse en las ciudades, dejan de realizar esas funciones, como por ejemplo la dispersión de las semillas. Estamos desordenando todos los ecosistemas, inundando el planeta de contaminación y basuras, y desencadenando el caos climático. En consecuencia, un millón de especies de animales y plantas están ya en riesgo de extinción, según el último informe del IPBES. Acoger a algunos animales en las zonas urbanas es positivo, pero solucionar el problema de fondo requiere medidas más radicales. Así, mientras disfrutamos de nuestros parques y admiramos en ellos a trepadores azules y abubillas, ardillas y conejos, vanesas de los cardos y salamanquesas, no debemos olvidar el daño que le estamos causando a la biosfera. De la misma manera en que las ciudades son comunidades multiespecie, también lo es el planeta en su conjunto, y si fuéramos capaces de considerarlo de ese modo, entenderíamos que los humanos no tenemos derecho a destruir el hogar de millones de especies, que es también nuestro único hogar. Marta Tafalla es Doctora en filosofía, profesora de la Universidad Autónoma de Bareclona y escritora.
Diciembre 2019
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