El futuro del planeta Tierra - John Hoyt

ADDAREVISTA 25

John Hoyt es una destacada figura dentro del animalismo norteamericano. Ha ocupado los más altos cargos tanto en la Human Society, HSUS, actualmente Presidente Emérito, como en la Sociedad Mundial de Protección de los Animales, WSPA, de la que ha sido presidente y miembro durante muchos años de su Consejo Directivo. Ha colaborado, también, en las siguientes organizaciones: EarthKind USA, Center for Earth Concerns, Earth Charter Commission, Albert Schweitzer Institute, Center for Visionary Leadership e Interfaith Council for the Protection of Animals and Nature. Poseedor de numerosos galardones, tanto en Europa como en América, tiene publicados varios libros sobre animales en peligro de extinción y colabora regularmente en revistas y periódicos de su pais.

Ministro de la Iglesia anglicana, padre de cuatro hijos y abuelo de dos nietos, sus intervenciones en público, su relevante personalidad y la profundidad de su palabra y pensamiento le han hecho una de las figuras que deja huella en nuestra causa animalista. ADDA DEFIENDE LOS ANIMALES se siente orgullosa de poder contar con su colaboración.

Escribo cribo este artículo con un profundo senti­miento de pesimismo que se refleja en la siguiente pregunta: ¿Es posible que la especie humana esté capacitada o hasta deseosa de establecer una comunidad en la Tierra en que la dig­nidad y el valor de otros organismos vivos sean acep­tados y respetados? Una pregunta que parece sencilla pero que, en razón de su respuesta, será la que dará forma a una calidad de vida, para mejor o para peor, en el siglo en el que ahora hemos entrado.

Hará unos 15 años que, junto con mi familia, fui invi­tado a ver un pre-estreno de una magnífiCa y especta­cular película. El Planeta Azul, en el famoso Smithso­niann Institute en Washington D. C. La película empezó con una impresionante vista del planeta Tierra tomada desde el objetivo de una cámara a bordo de uno de los vuelos espaciales tripulados americanos. Era una vista de la Tierra sobrecogedora, preciosa y, sin duda, la escena más impactante que he visto nunca.

Durante varios minutos nos delectamos con esta visión mientras se escuchaba un fondo musical de Franz Joseph Haydn, melodía que supongo resulta muy conocida. Pero la magnificencia y el esplendor de esa vista del planeta Tierra fue corta. A medida que las imágenes se acercaban más y más al especta­dor, no sólo se podían ver las siluetas de los conti­nentes, sino también las cicatrices ocasionadas en la superficie de esta magnífica esfera: selvas tropicales emitiendo capas de humo que se extendían, literal­mente, miles de millas; mares y vías de agua colorea­das de un color rojo óxido, señal de la inmensa polu­ción que ha decolorado su superficie y desfigurado sus profundidades; enormes ciudades envueltas en un velo de nubes saturadas de residuos químicos, dema­siados coches, demasiadas fábricas y ¡demasiada gente! En aquel breve instante, la Tierra, que sólo minutos antes nos había cautivado a todos con su belleza espectacular, estaba ahora transformada en un espec­táculo devastador de un mundo volcado del revés. Ya no era el majestuoso ópalo decorando el espacio infi­nito. La realidad estaba literalmente ocurriendo delante de nuestros ojos: belleza convirtiéndose en fealdad, esplendor convirtiéndose en caos, orden con­virtiéndose en desfiguración. La Tierra, que pocos minutos antes había llenado la enorme pantalla con su majestuosidad, estaba, ahora, siendo vista herida. abusada y dañada.

En la ultima década del siglo XX hemos sido testigos de sucesos y cambios en el mundo que nadie podía imaginar que ocurriesen: por un lado, sistemas políti­cos que han acabado con el comunismo en la Europa del Este y han reducido a la antigua Unión Soviética a una reliquia del pasado; la libertad se ha convertido en el lema de esta gente, y, a pesar del sufrimiento y las desilusiones. parecen determinados a no volver atrás. Al mismo tiempo, hemos sido testigos de casos como Saddam Hussein con sus matanzas en Irak, el increíble sufrimiento y derramamiento de sangre en Kosovo y Sarajevo, la constante hambruna en Soma­lia, etc. Nadie puede dudar que los mundos de toda esta gente se han visto trastocados y convulsionados. Hemos visto cómo la naturaleza se desahogaba con su furia en forma de huracanes, tornados, ciclones, terremotos, incendios e inundaciones. Miles y miles de.personas, jóvenes y viejos, ricos y pobres, negros y blancos, en cuestión de minutos perdían sus vidas, sus familiares, su ganado, sus enseres o su forma de sustento.

No sólo los humanos son víctimas de estas furias de la naturaleza. Miles de animales, quizás millones, tam­bién están siendo destruidos, heridos y separados per­manentemente de su hábitat para no reencontrarse jamás. Porque la naturaleza no conoce amigos ni ene­migos. Es tan impersonal como destructiva. Tan antiselectiva como incontrolable. Lo único positivo puede ser nuestra reflexión.

Pero nuestros más grandes miedos y nuestras más per­sistentes preocupaciones deberían surgir no de las experiencias de lo que la Tierra nos está haciendo, sino de lo que le estamos provocando. Las políticas económicas que permiten que la gente se muera de hambre en ciertos países en tanto que en otros sobra y se tira la comida, el creciente distanciamiento entre países pobres y ricos: unos cada vez más pobres a resultas de la riqueza de otros. Hasta las peores devas­taciones de la naturaleza son minúsculas comparadas con las consecuencias del inundo que estamos erosio­nando, de cómo estamos contaminando el sistema soporte de la vida que nos envuelve y explotando las otras criaturas con quienes compartimos este maravi­lloso planeta.

Cuántas veces hemos oído decir: "me preocupa el tipo de planeta que estamos dejando a nuestros nietos". Bueno, pero cuántas veces hemos oído decir: "estoy muy preocupado por el tipo de nietos que estamos dejando por el bien de la Tierra". Por muy extraña que parezca esta declaración, hay muchos que, de hecho, comparten esta preocupación. Una de estas personas es el Padre Thomas Berry, ecologista y estu­dioso, quien dice en su libro más reciente, The Great Work. (El Gran Trabajo): "Nos hemos desco­nectado de esa profunda interacción con nuestro ambien­te que es tan inheren­te a nuestra naturaleza. Nuestros hijos ya no aprenden de su propia experiencia directa cómo interac­mar de manera crea­tiva con los cambios estacionales. Educa­mos a nuestros hijos en un orden econó­mico basado en la explotación de los recursos del planeta y para conseguir esta actitud debemos pri­mero hacer a nuestros hijos insensibles en su relación con la naturaleza. Ocurre fácilmente ya que nosotros nos hemos vuelto insensibles hacia el mundo natu­ral y no nos damos cuenta de lo que estamos haciendo".

Mi mujer y yo hemos intentado enseñar a nuestros hijos, y ahora a nuestros nietos, a vivir en un entorno natural y rural, opción no al alcance de todos. Aún así, me preocupa que nuestros nietos se pasen más tiempo con sus ordenadores y televisores que al aire libre. Aún así, mejor que muchos otros chicos de su edad, tienen abundantes oportunidades de tener interacciones con los animales y la naturaleza de una forma personal. Es mi esperanza y mi convic­ción que estén siendo educados e influenciados por quienes trabajan a favor de la naturaleza y los anima­les; y que estas experiencias se reflejen en lo que pue­dan ser en el futuro.

Albert Schweitzer, el gran teólogo, premio Nobel, músico y médico, escribió una vez: "Un hombre es ético sólo cuando la vida, como tal, sea sagrada para él, y las plantas y los animales tanto como la vida de su prójimo, y cuando se dedique, voluntaria­mente, a toda clase de vida que necesite ayuda".

No sólo necesitamos experimentar más intimidad con la naturaleza; también necesitamos formular y articular conviccio­nes que afirmen y res­peten su integridad y los derechos inheren­tes de otras criaturas. "La causa más grave de la devastación actual —dice Thomas Berry— se encuentra en el modo de con­ciencia que ha esta­blecido una discontinuidad radical entre el ser humano y otros seres vivientes con la concesión de todos los derechos a los humanos. O sea que sirven, tan sólo. a nuestra especie pero hay una sola comunidad integral en la Tierra que incluye todos sus miembros ya sean humanos o no. En esta comunidad, cada ser tiene su propio papel que jugar, su propia dignidad y su espontaneidad interior. Cada ser tiene su propia voz". Es posible, o hasta imagina­ble, que cada voz será escuchada y reconocida pero, ¿quién ve operativa esta ética en un mundo como el nuestro? Conviene insistir: la superpoblación del pla­neta es, hoy, la amenaza más grande para los animales. Desde el punto de vista de las especies salvajes, desde las más grandes ballenas y elefantes a los más peque­ños titís tamarindos y pájaros, el continuo aumento de la población les conduce al desastre. Mientras gran cantidad de especies está desapareciendo, el creci­miento absoluto de la población humana continúa sin cesar. ¿Hasta cuándo?

Los dos primeros siglos del tercer milenio en que nos encontramos serán testigos del número más grande que jamás haya existido de humanos enla historia del planeta: seguramente se doblará la población actual, lo que hace imposible que existan suficientes elemen­tos técnicos, culturales, educativos, sociales o econó­micos que se combinen para parar la marea creciente de población antes del principio del tercer siglo de este milenio. Si éste es el caso, hay que enfocar e intensificar nuestros esfuerzos en las próximas cinco a diez generaciones para salvar la fauna salvaje de esta inundación. En otras palabras, debemos salvar las más preciadas y ricas áreas biológicas porque, inevitable­mente, la superpoblación se llevará muchas vidas de animales, conducirá a la extinción a muchas especies y degradará y destruirá muchos ecosistemas.

Entender este contexto subraya la necesidad de un plan estratégico global para la fauna salvaje, no tan sólo para la protección del número mayor de especies posible sino también para una mayor apreciación del impacto en distintos tipos de animales, ya que espe­cies enteras desaparecen, lo que acaba con el potencial de evolución de su progenie. Es posible que se esté cayendo en un criterio selectivo de las especies: ¿cuá­les no podemos salvar?, ¿cuáles sobrevivirán sin nues­tra ayuda?, ¿cuáles necesitan nuestra ayuda para sobrevivir? Debernos desarrollar una estrategia para salvar los escasos biotopos que representan un alto grado de biodiversidad. Éstos, que representan tan sólo el 2% de la superficie del planeta, son, a menu­do. selvas tropicales y algunos ecosistemas climáticos, mediterráneos o desérticos que albergan, al menos, la mitad de la biodiversidad terrestre y más de los tres cuartos de las especies terrestres en peligro de extin­ción.

Para impedir esta enorme calamidad, es necesario empezar a maximizar nuestros esfuerzos para preser­var nuestros grandes bosques y desarrollar técnicas innovadoras que minimicen las prácticas destructivas actuales asociadas con la deforestación, la tala y el comercio. El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP), por ejemplo, está siendo puesto en marcha por grupos como Earth Voice, el grupo medioambiental de The Humane Society de los Esta­dos Unidos, y otros, para concentrarse en emprender nuevas técnicas de "impacto reducido" que permitan a las compañías madereras talar selectivamente y com­binarlo con la reforestación para que el bosque, en general, no se vea excesivamente alterado. Esta prácti­ca reduce considerablemente la destrucción del hábi­tat donde habitan especies de alto valor conservacio­nista como puede ser, por ejemplo, el orangután en peligro de extinción en África.

La vida marina también está amenazada. Si el calen­tamiento global no se limita y la industria y la com­bustión de gases continúan de forma tan progresiva como hasta el presente, el aumento de temperatura de los mares llevaría a la desaparición de los corales arre­ciferos, llamados "las selvas tropicales marinas" por­que proporcionan un hábitat protector a más de 500.000 especies de peces. Como se prevé que el cre­cimiento de la población futura se ubicará, posible­mente, a lo largo de las costas, los niveles de polución serán más intensos en estas zonas, con el evidente peligro para los arrecifes. A pesar de esta amenaza de cara al futuro, esto no significa que la vida salvaje del mar esté totalmente condenada. Podemos y debemos cambiar hacia un sistema de energías renovables y efi­cientes, que reducirán y, finalmente, pararán el reca­lentamiento global. Podemos y debemos insistir en que nuestras maravillosas posibilidades tecnológicas sean usadas y presionar a nuestros políticos para crear una "revolución limpia", reduciendo y reciclando los residuos de una población cada vez en aumento. Espero que a finales de este siglo XXI el cenit de la población mundial empiece, forzosamente, a dismi­nuir y que se produzca un renacimiento en la vida y especies animales.

Necesitamos mantener una lucha contra el reloj, antes de que sea demasiado tarde.


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