Los animales en la ciudad - Jesús Mosterín

ADDAREVISTA 18

CONFERENCIA DEL 17 DE SETIEMBRE DE1997, CON MOTIVO DE LA CONSTITUCIÓN PÚBLICA DEL "CONSELL MUNICIPAL DE CONVIVÈNCIA, DEFENSA I PROTECCIÓ DELS ANIMALS" EN EL SALÓ DE CENT DEL AYUNTAMIENTO DE BARCELONA

En 1872 se fundó en Barcelona la Liga para la Protección de los Animales y las Plantas, la primera asociación proteccionista de España y muestra temprana de la aversión por la crueldad y del aprecio por los seres vivos de los segmentos más ilustrados y sensibles de nuestra sociedad civil. Ahora, ciento veinticinco años después, el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido asumir esta noble inquietud ciudadana como propia, constituyendo el Consell Municipal de Convivencia, Defensa i Protecció dels Animals. Y aquí estamos todos nosotros para celebrarlo. Al tiempo que aplaudo esta iniciativa, agradezco al Consell y a su flamante presidenta, Pilar Rahola, el honor que me hacen al invitarme a dirigirles a ustedes unas palabras con motivo de tan feliz ocasión.

LA CIUDAD

La ciudad es, en cierto modo, lo contrario de la naturaleza. Cualquier ciudad, y en concreto Barcelona, es un enclave de no-naturaleza, es como una isla artificial en la que nos apartamos y nos refugiamos de la naturaleza salvaje para mejor desarrollar nuestras actividades económicas, sociales y culturales. En épocas pasadas la ciudad incluso estuvo rodeada de una alta muralla de piedra que la separaba físicamente del mundo natural exterior. Hoy en día la gran ciudad ofrece oportunidades de todo tipo, a las que no nos gustaría renunciar. Pero la ciudad encierra también peligros, el primero de los cuales es de tipo espiritual. El confinamiento en la ciudad puede producir espíritus superficiales e inauténticos, obsesionados con apariencias, artificios, minucias e intrigas carentes de importancia, pero que nos desgastan y resecan. Al salir a la naturaleza salvaje, al contemplar el cielo estrellado o el vuelo del quebrantahuesos sobre los Pirineos o la estampida de las cebras y los ñus en la sabana africana, por ejemplo, nos ponemos en comunicación con nuestras raíces más profundas, con el universo del que procedemos. Esto nos permite discernir la relatividad y la intrascendencia de muchos de los afanes triviales que nos marean y obsesionan en nuestra vida ciudadana.

Por otro lado, la ciudad también puede ser un foco de creatividad intelectual y de cultura. Cultura es toda la información que se transmite no genéticamente, sino por aprendizaje social. La cultura abarca todo lo que aprendemos de los demás, todo lo que no está genéticamente determinado; abarca, pues, tanto lo bueno como lo malo. Muchas veces se habla de preservar las tradiciones y los valores culturales y étnicos de la tribu, pero la ciudad siempre ha sido el espacio en el que las viejas tradiciones se rompen y se sustituyen por otras nuevas. Por ello las ciudades tenían mala prensa y se pensaba que la gente del campo conservaba mejor las tradiciones. Ya Sócrates fue acusado de pervertir a la juventud, de introducir ideas y dioses nuevos en la ciudad y de no ser fiel a las tradiciones. En este espacio de libertad de las póleis (las ciudades de la Grecia clásica) surgió la reflexión crítica, el pensamiento libre y la filosofía.

El aburrimiento y la falta de sensibilidad pueden tomar derroteros lamentables, como ocurrió en Roma con los famosos espectáculos de gladiadores, llenos de sangre, donde los hombres y los animales se despedazaban hasta la muerte. Aún hoy siguen existiendo espectáculos de pareja crueldad. Este es el caso de algunos lugares de Pakistán, donde perros azuzados desgarran a osos encadenados, o de las corridas de toros que se celebran en algunas ciudades españolas, en el sur de Francia, en Perú, en Méjico y en algún otro país. La mayoría estamos en contra de tales espectáculos, pero esto no es suficiente. Hay que reflexionar y hacer algo para acabar con ellos. En Catalunya existe una tradición de filósofos, como Jaume Balmes o Josep Ferrater Mora, que en su día ya se pronunciaron de forma rotunda contra el toreo. Si las corridas de toros son una repugnante tradición española, la caza de aves canoras (por ejemplo, los jilgueros) con artes crueles y traicioneras, como la cola en la que quedan atrapadas cuando acuden a un reclamo amoroso, es una tradición catalana especialmente odiosa, sobre todo teniendo en cuenta el destino que aguarda a esos pájaros libres como el aire: la cárcel de la jaula en el mejor de los casos, la muerte de hambre o heridas o, en el peor de los casos, los ojos cegados con una aguja incandescente, para que canten más. En este ámbito de reflexión libre que es la ciudad, no podemos aceptar el carácter tradicional de una práctica bárbara y cruel como razón suficiente para tolerar su continuidad. Uno puede ser partidario de la libertad económica, cultural y personal, y yo lo soy, pero frente a las manifestaciones de la crueldad hay que ser intolerantes y hay que romper con las tradiciones que haga falta hasta acabar con ellas.

La importancia de una ciudad no se mide tanto por la preservación de sus valores parroquiales, sino por su contribución a los valores universales. Lo que hace a una ciudad grande no es la defensa de su campanario, sino su contribución a aquellas causas que afectan a todos los seres humanos y a todos los seres vivos, tales como la lucha contra la crueldad y el esfuerzo en favor de la biodiversidad. Por lo tanto, esperamos que, a partir de la constitución de este Consell, Barcelona haga una contribución visible a la lucha contra la crueldad hacia los animales y en favor de la biodiversidad. Ojalá que Barcelona, que ya es vanguardia en el campo de las artes plásticas, de la arquitectura y del diseño, sepa en el futuro ser también vanguardia del pensamiento, de la ética y de la sensibilidad. Ojalá que sepa estar un paso por delante de las demás ciudades, para que éstas luego la puedan tomar como ejemplo a imitar y la puedan seguir como guía intelectual y como punto de referencia moral.

EL PARAÍSO

Fomentar la convivencia respetuosa y afectiva con los otros animales no es sólo hacerles un favor a ellos, sino también es hacérnoslo a nosotros mismos. Nuestro actual mundo urbanizado está marcado por la nostalgia de la naturaleza. Estar en un entorno más natural y entre animales de diversas especies es siempre una experiencia gratificante y placentera. Es el único estado en el que el ser humano se siente realmente bien. En las ciudades, aturdidos por los humos y los ruidos de las obras, las máquinas, los coches y las motos, y agobiados por las prisas, las colas y las intrigas, sólo nos falta un entorno completamente cementizado para que acabemos de sentirnos mal. Sin embargo, si estamos en un parque, en medio de un poco de naturaleza verde, rodeados de árboles, plantas y animales, nos sentimos mejor. Esta no es una experiencia exclusiva de, la época contemporánea sino que, por el contrario, es un sentimiento universal.

El lugar ideal, el paraíso perdido, siempre nos lo hemos imaginado bajo la forma de un parque o jardín con animales. En eso han coincidido también los mitos de las diversas religiones. También en la mitología judeo-cristiana se sitúa a los primeros padres de la humanidad en un paraíso natural, repleto de árboles y de animales silvestres. El análisis etimológico nos muestra que la palabra paraíso proviene del latín paradisus, que a su vez procede del griego parádeisos, término extraído del persa antiguo o avéstico (la lengua de Zaratustra, el primer protector de los animales) pairidaeza, que significaba parque vallado con árboles y animales en libertad y que se refería inicialmente al jardín o parque del rey. De hecho, a los ricos, a los reyes y a los poderosos siempre les ha gustado tener grandes parques. Como anécdota curiosa, recordemos que una de las cosas que más o la atención durante la traspon televisiva del entierro de Diana Spencer fue que Londres parecía un bosque. Al paso de la comitiva casi no se veían más que árboles, pues los reyes ingleses fueron llenando de parques y jardines (Green Park, Hyde Park, Kensington Gardens) el centro de Londres. Una de las razones de que Barcelona, vista desde Montjuic, parezca una especie de cashba, sin árboles ni grandes parques, es porque aquí no residieron reyes durante la edad moderna. Los reyes se sentían bien dentro de los parques, y como tenían la autoridad y los medios, los mandaban hacer para su solaz personal. En eso me parece que todos nosotros (incluida Pilar Rahola) compartimos su gusto, que es también el de los neoyorkinos, pues los barrios más deseables de Nueva York son los que rodean Central Park.

Algunos científicos especulan que la razón por la que nos gustan tanto los parques y el estar rodeados de árboles y animales se encuentra en las características del medio al cual nos adaptamos durante la evolución biológica de nuestra especie. Cuando nuestro linaje se separó de los chimpancés y de los gorilas hace cinco millones de años, se produjeron importantes cambios climáticos que provocaron que la evolución de los homínidos se realizase, en su mayor parte, en las sabanas africanas. Estas sabanas son unas inmensas praderas salpicadas de acacias parasol y habitadas por un gran número de animales salvajes bien visibles. Cuando uno se encuentra allí por primera vez, se siente tan bien que no puede por menos de preguntarse cómo es posible poder vivir en algún otro lugar. Nuestra evolución se produjo allí, rodeados de hierba, de árboles y de animales. Estar entre coches y ruidos no ha sido el fin último de nuestra evolución. Es una situación en la que nos hemos encontrado inmersos, pero para la que no estamos hechos. Cuando los aristócratas ingleses creaban sus parques de césped y grandes árboles, entre los que correateaban los ciervos y las ardillas, inconscientemente estaban recreando aquel paraíso perdido de la sabana arbustiva africana.

LA BIODIVERSIDAD

Aunque la ciudad es, en cierto modo, lo contrario de la naturaleza, los ciudadanos estamos adaptados biológicamente a vivir entre árboles y animales. Por eso sentimos nostalgia de la naturaleza que hemos dejado a las puertas de la ciudad. Y por eso nos alegra la vista y el corazón ver criaturas vivas en el medio urbano. Los parques y calles de algunas ciudades norteamericanas en las que he vivido (como Boston o Pittsburgh) rebosan de ardillas grises (menos tímidas que las ardillas rojas de Europa). No podía mirar desde la ventana de mi apartamento de Pittsburgh sin ver ardillas jugueteando por las ramas de los árboles. Observar las graciosas evoluciones de las ardillas era una gozada, uno se sentía revitalizado, inserto en un mundo al que uno realmente pertenece, el mundo de los seres vivos. Por contraste, no sé si recordarán ustedes que hace casi treinta años, unos tenderos de Terrassa ofrecieron una recompensa por cada ardilla que se les llevara muerta. Miles de ciudadanos armados de escopetas se lanzaron sobre el macizo de Sant Llorenç de Munt y casi exterminaron a la numerosa población de ardillas que lo habitaba. Las ardillas de Sant Llorenc todavía no se han repuesto. No sé si tienen memoria histórica, o simplemente es que son muy tímidas o que hay muy pocas. El caso es que ya no se ven, y es una lástima.

En el municipio de Barcelona queda un lugar donde, aunque degradado, todavía sobrevive algo de bosque mediterráneo: la sierra de Collserola. Collserola podría convertirse en un parque natural metropolitano, que sirviera de hábitat a los animales salvajes, de pulmón a la congestionada conurbación barcelonesa y de oportunidad para que los ciudadanos conocieran de primera mano al menos una muestra de la rica biodiversidad del bosque mediterráneo natural. Para ello sería necesaria una vigilancia estricta que impidiese todo tipo de caza y de deposición de basuras y una adecuada política de derribo sucesivo de las casas e instalaciones, así como la reintroducción puntual de animales y plantas desaparecidos, a fin de que Collserola recobre su esplendor silvestre y se convierta en un verdadero parque natural del que todos nos sintamos orgullosos.

Aunque Barcelona sigue siendo una ciudad exageradamente densa y asfaltizada, su fisonomía ha ido mejorando con la plantación de una gran cantidad y variedad de árboles en muchas de sus calles y jardines. Así encontramos en nuestras aceras tanto los árboles habituales de esta zona de Europa (los ubicuos plátanos, que dan sombra en verano y dejan pasar el sol en invierno, los tilos, los castaños de Indias, los sauces, los álamos, los olivos o los pinos) como otros más exóticos, pero no menos interesantes (las diversas palmas, las acacias y mimosas, los impresionantes ombúes argentinos, los taxodios subtropicales, y los asiáticos ailantos, casuarinas y ginkgos). Cuando contemplamos los ginkgos de la Vía Augusta, por ejemplo, estamos viendo seres vivos del Triásico, iguales a los de hace doscientos millones de años, mucho más antiguos, por tanto, que los dinosaurios del Jurásico. En cualquier caso, los árboles y los parques son muy importantes en la ciudad, no sólo para los humanos sino también para los pájaros, los murciélagos y los animales domésticos. La biodiversidad urbana no se limita a la flora. Una gran cantidad de aves conviven con nosotros. Las palomas están en todas partes. Las gaviotas alegran nuestros cielos. Un plato de cereales y otro de agua limpia atraen a nuestra terraza a una notable variedad de pájaros: gorriones, mirlos, petirrojos, fringílidos diversos e incluso a alguna que otra urraca. Desde luego, el amor a los pájaros se muestra mirándolos por los prismáticos y ofreciéndoles un poco de agua en verano y unos granos en invierno, nunca enjaulándolos. Otras aves marcan el ritmo de las estaciones. Los vencejos llegan a finales de abril, formando un espectáculo maravilloso e inaugurando la temporada de primavera-verano. A la hora de volar no hay como los vencejos. Lo hacen todo volando, incluso pueden dormir o hacer el amor volando sin pararse. El otoño culmina con el ballet aéreo de las inmensas bandadas de estorninos que se forman en noviembre y que a veces excrementan sobre los coches aparcados bajo los árboles en los que descansan, lo cual hemos de tomar con sentido del humor. La naturaleza también es un poco sucia, como la vida o como el amor. Pero más vale la suciedad de la vida que la asepsia de la muerte.

Un capítulo curioso de la avifauna barcelonesa lo constituye la floreciente colonia de cotorritas (Myopsitta) procedentes de ejemplares traídos de Brasil o Argentina y que se han escapado o han sido liberados por sus dueños. Se han adaptado muy bien a la ciudad y anidan en casi todos los jardines de Barcelona, especialmente los que cuentan con palmeras. Su presencia acarrea problemas, pues dañan a la vegetación, hacen la concurrencia a las aves autóctonas y molestan a veces con sus continuos gritos. De todos modos, hemos de aprender a convivir también con estos inmigrantes alados que ponen una nota de exotismo en nuestros parques e incrementan (aunque sea de un modo discutible) la biodiversidad de la ciudad. En definitiva, la ciudad es un crisol de mestizajes y exotismos, tanto en lo cultural como en lo natural.

Entre los mamíferos de la ciudad, aparte de nosotros y de nuestros animales domésticos, destacan los murciélagos y las ratas. Los murciélagos son unos mamíferos sorprendentes, que se orientan por el eco de los ultrasonidos que emiten. Es hermoso ver revolotear a los murciélagos al anochecer, y observar los ángulos rectos que puntúan su trayectoria. Los murciélagos, como las aves, necesiatan posibilidades de anidamiento, edificios antiguos o con agujeros o ruinosos. También se les pueden proporcionar facilidades en este sentido. Las ratas no son populares, pero hay muchísimas en todas las ciudades, sobre todo en el alcantarillado, donde cumplen una función esencial, la de triturar y descomponer la basura que nosotros generamos, evitando que el sistema se colapse y facilitando la posterior depuración de las aguas. Así como nosotros no podríamos digerir la comida sin los millones de bacterias de nuestro intestino, así tampoco la ciudad podría "digerir" los residuos de sus calles sin la eficaz ayuda de las ratas del alcantarillado.

No vamos a mencionar aquí a los reptiles de la ciudad, excepto a la simpática salamanquesa que a veces nos encontramos en la terraza, y menos a los peces y a la legión de los invertebrados. Pero no podemos cerrar este capítulo sin hacer al menos una alusión al Zoo de Barcelona, que -como todos los zoos - es una cárcel de animales, donde éstos sufren para que nosotros podamos verlos y aprender algo sobre ellos. Aunque el Zoo de Barcelona no es precisamente de los peores, es obvio que tiene demasiados animales para el espacio de que dispone. Hay que buscar un difícil compromiso entre su función pedagógica y recreativa de cara al público y el bienestar de los propios animales. Debería haber menos especies representadas, y los animales deberían contar con más espacio y más facilidades para hacer su cautiverio lo más compatible posible con su modo de vida natural. Las aves en general y los primates en particular deberían tener instalaciones mucho más amplias y estimulantes. Probablemente una buena representación de la fauna ibérica y mediterránea en espacios generosos tendría más sentido que la exhibición de animales tropicales enjaulados, que de todos modos podemos ver mucho mejor en los programas documentales de la televisión.

EL PARENTESCO

Para nosotros, los animales humanos, siempre es agradable ocuparnos y hablar de todo tipo de animales, humanos o no, pues todos los animales son nuestros parientes y forman nuestra gran familia. Estar emparentados (en sentido literal, no metafórico) significa compartir ancestros comunes. El grado de parentesco es inverso al número de generaciones que hay que recorrer hacia atrás hasta encontrar antepasados comunes. Por ejemplo, estamos más emparentados con nuestros hermanos, con los que compartimos antepasados comunes ya en la primera generación hacia atrás (nuestros padres), que con nuestros primos, con los que sólo compartimos antepasados comunes en la segunda generación (abuelos). Así, si vamos alejándonos un poco más (unos doscientos mil años), resulta que todos los seres humanos somos parientes, pues descendemos de una única pequeña población africana de antepasados comunes. Siguiendo en esta línea, y alejándonos aún más (unos cien millones de años, en el Mesozoico), observamos que prácticamente todos los mamíferos actuales procedemos de un grupo de animales de esa época, por lo que todos los mamíferos estamos estrechamente emparentados. Mirando más lejos todavía, vemos que estamos emparentados con todos los vertebrados, y también con todos los animales, incluidos los insectos, los moluscos, etc. Todos los animales somos parientes, pero unos parientes son más cercanos que otros. Estamos mucho más emparentados con los chimpancés, por ejemplo, que con las vacas, lo que significa que los antepasados comunes que tenemos con los primeros son mucho más cercanos -hemos de ascender hace unos cinco millones de años para encontrarlos - que los que tenemos con las vacas, que están cien millones de años más atrás. Y si vamos incluso tres mil millones de años atrás, nos encontramos con bacterias que fueron los antepasados comunes de todos los seres vivos actuales. En definitiva, todos los seres vivos que pueblan este planeta descienden de una célula común, una especie de bacteria originaria tatarabuela de todos nosotros.

No estamos emparentados con los animales mitológicos ni con los del mundo del folklore o de la fantasía. A pesar de la simpatía y el interés que despiertan en nosotros, con ellos no estamos emparentados. Con los que sí estamos realmente emparentados es con los animales de verdad, que son los únicos seres con los que nos podemos entender. Incluso un breve análisis etimológico revela esta afinidad entre el hombre y los animales. La palabra animal viene del latín anima, que significa alma. Así, por definición, los animales son seres animados, dotados de alma. Por esos todos los animales podemos de algún modo entendernos.

EN COMPAÑIA

Dejando ahora de lado las consideraciones de parentesco, y pasando a las de afecto y compañía, algo tenemos que decir de esos animales que conviven con nosotros en nuestra propia casa y son nuestros compañeros y asumen un papel digamos que personal en nuestras vidas. Me refiero, claro está, a los animales de compañía, sobre todo a los perros y gatos, tan abundantes en la ciudad. Estos animales presentan una problemática distinta de los demás. Antes decíamos que vivimos en permanente nostalgia de la naturaleza. Sentimos nostalgia de una situación originaria de contacto físico y psíquico con los animales. Los niños, por ejemplo, cuando no tienen animales de verdad, tienen al menos ositos de peluche. En este sentido no deja de ser curioso que en Catalunya se vendan miles y miles de estos ositos de peluche y, sin embargo, cuando se trata de reintroducir el oso de verdad en los Pirineos, su hogar natural del que previamente ha sido exterminado, se forme tanto revuelo y encima el oso acabe muerto a tiros. Los osos buenos son los de verdad, no los de peluche. Los de peluche están bien, pero sólo son meros muñecos. En ciertos países superpoblados, como Japón, es muy difícil tener animales de compañía. Por eso los nipones han inventado los tamagotchi, una especie de maquinitas animaloides con las que uno juega y puede tener una relación afectiva, aunque falsa. En efecto, la relación que tenemos con las máquinas, con las cosas, con los objetos artísticos y cerámicos es mucho más superficial y más falsa que la que tenemos con los otros seres vivos, los que son, de verdad, como nosotros. Incluso las personas mayores ganan con el contacto con un animal doméstico, se mantienen más sanas y viven de promedio más años, como muestran las estadísticas.

La domesticación de los gatos se produjo en el antiguo Egipto hace unos cuatro mil años y todavía no ha concluido. Los gatos siguen siendo animales semisilvestres, independientes, individualistas, que no obedecen ni se integran en nuestras estructuras familiares y sociales. Ese es precisamente su encanto. Además, los gatos son extraordinariamente hermosos. Es muy difícil encontrar un gato feo. Su belleza nos fascina y nos cautiva, y hace que nos convirtamos en sus servidores. Se ha dicho que el gato es el único animal que explota al hombre. El perro, por el contrario, tiene una relación personal de compañerismo y amistad con nosotros, se integra en nuestros grupos sociales y fácilmente se convierte en nuestro colaborador en todo tipo de trabajos. Por falta de tiempo, me limitaré aquí a decir algo sobre los perros.

La domesticación de los perros es mucho más antigua y completa que la de los gatos. En la noche de los tiempos del Paleolítico, cuando nuestros antepasados formaban pequeños grupos de cazadores nómadas, nuestros competidores directos eran con frecuencia los lobos, cazadores sociales como nosotros. Las jaurías de lobos son grupos sociales estrictamente jerarquizados, en los que la dominancia y la obediencia se combinan con la solidaridad y la responsabilidad. En los campamentos de cazadores humanos algunos lobeznos perdidos serían capturados vivos y adoptados como mascotas y juguetes de los infantes. En esa temprana edad, los lobeznos identificarían al grupo humano con su jauría, y dada su predisposición jerárquica, pronto se adaptarían a la obediencia y disciplina en el nuevo grupo. Los humanos se beneficiaban de las dotes y tendencias congénitas de los lobos y los ponían a trabajar a su servicio como centinelas nocturnos, auxiliares de caza, etc. Estos lobos útiles permanecerían en el campamento humano y se reproducirían. Los ejemplares más agresivos o conflictivos serían eliminados. Poco a poco, un tipo de lobo relativamente manso, obediente, acostumbrado a integrarse en los grupos sociales humanos y a trabajar para ellos, y psíquicamente preparado para establecer relaciones de amistad y lealtad, fue siendo seleccionado, hasta dar lugar a ese lobo plenamente domesticado y humanizado que es el perro. Los perros siguen siendo lobos, siguen perteneciendo a la especie Canis lupus, pero son lobos integrados en jaurías humanas. Nosotros somos los jefes de su jauría: por eso nos son tan fieles.

Ya se sabía que la domesticación del perro tenía que haber ocurrido hace más de diez mil años, pero en los últimos meses hemos aprendido que se remonta mucho más atrás todavía. El análisis del geno-ma de los perros muestra que están domesticados desde hace ya más de 100.000 años. Si se tiene en cuenta que la especie humana actual, el Homo sapiens, surgió hace unos 150.000 años, esto significa que prácticamente los inicios de la domesticación del perro siguieron muy de cerca a los albores de nuestra propia especie. Los perros nos han acompañado durante la mayor parte de nuestra historia. Como ustedes saben, el DNA es la molécula portadora de la información genética. La mayor parte de nuestro DNA está en los cromosomas del núcleo de nuestras células. Sin embargo, y aunque en cantidades mucho menores, también tenemos DNA en las mitocondrias, que son una especie de diminutas centrales eléctricas de nuestras células. El DNA mitocondrial es más corto y fácil de analizar que el DNA del núcleo. Cuando se compara el DNA mitocondrial de diversos organismos se observa que en parte es igual y en parte es distinto. Cuantos más cambios se producen en el DNA de unos animales respecto al de los otros, más separadas están las líneas filogené-ticas respectivas. El análisis del DNA mitocondrial de 120 lobos escogidos aleatoriamente, por un lado, y de varios coyotes y perros de distintas razas, por otro, ha permitido llegar al descubrimiento antes citado de nuestra antiquísima relación con los perros.

En la ciudad ya casi no quedan perros de trabajo, pero hay más perros de compañía que nunca. Hay demasiados perros. De hecho, en la ciudad hay demasiado de todo: demasiada gente, demasiados coches, demasiados perros, etc. En cualquier caso, debería haber menos perros. Los propietarios de perros deberían ocuparse de controlar su natalidad. Y en ningún caso y bajo ningún pretexto deberían abandonarlos. Sería conveniente favorecer la adopción de perros abandonados antes que la compra y tenencia de perros, por ejemplo, mediante un impuesto que cargase la compra y tenecia de perros nuevos, impuesto del que se verían liberados los adoptadores de perros abandonados. Estos últimos, que normalmente no son de raza, sino cruzados y encontrados en la calle, suelen ser más sanos, inteligentes y equilibrados que los perros de raza. Contrariamente a lo que se piensa, los perros de raza son más frágiles y más tontos que los mestizos, debido a la endogamia y a la exageración de características que en la naturleza serían contraproducentes. Los perros de ciertas razas sufren además la mutilación de sus rabos y de sus orejas por una tradición irracional que habría que desterrar.

Deberíamos ser más responsables y pensárnoslo mucho antes de comprar un perro. Es un acto mucho más trascendente de lo que la gente suele creer. Comprar o adoptar un perro es como adoptar un hijo: requiere mucho compromiso personal, afectivo e incluso económico por parte de quien lo realiza. No es como comprar un libro o una flor en las Ramblas. El perro es un lobo hecho para andar y sufre con el confinamiento en un apartamento. Nunca hay que atarlo y hay que sacarlo con frecuencia a pasear. Al perro hay que cuidarlo, hay ocuparse de él si uno sale de viaje, y llevarlo al veterinario si está enfermo. Los perros también tienen su personalidad. Quieren jugar, son zalameros, engañan, en fin, tienen todas las características anímicas propias de su especie. Con el perro también hay que tratar y jugar, pues es muy sociable y necesita el contacto social. También hay que dejarle que interactúe con otros perros. Con el perro, finalmente, hay que hablar y comunicarse. Así como entre nosotros uno habla catalán y otro castellano, y nos entendemos sin problemas, así también con el perro nosotros hablamos con la boca y él nos contesta moviendo el rabo, y los dos nos entendemos perfectamente.

Resulta más fácil tener un perro en condiciones adecuadas en el campo que en la ciudad. Aquí, la presencia de parques urbanos evidentemente ayuda. También la presencia de árboles. Aunque en muchos lugares existe el retrete para perros que se ha dado en llamar "pipi-can", y está bien que exista, también conviene permitir que los perros orinen en los árboles, porque esos árboles son para ellos como los periódicos. Nosotros nos enteramos de lo que pasa en el mundo leyendo cada día el periódico. Los perros van al árbol, husmean, huelen los orines de los perros que los han precedido y así se enteran de las novedades que ha habido en el barrio, qué ha pasado desde el último día, qué perros nuevos han llegado, qué hembras están en celo, etc. Novelones como los de la prensa del corazón también los hay entre los perros, y de ellos se enteran cuando van al árbol. Para los perros el orinar no consiste sólo en evacuar una necesidad fisiológica, sino que es algo que implica toda una dimensión verdaderos campos de concentración para animales. Cualquiera que se dé un paseo por el campo puede comprobar a qué me refiero. En Barcelona ya no hay ganadería, y lo única que queda por hacer al Consell es ocuparse de que los animales que llegan a los mataderos para ser sacrificados sean trasportados y mueran sin dolor y con dignidad.

SUGERENCIAS

Espero que este Consell que hoy se constituye no sea meramente decorativo, sino que consiga tomar medidas eficaces para acabar con la crueldad y fomentar la convivencia gozosa con los animales. Ya hemos aludido a algunas de las que convendría adoptar. Pero también los símbolos tienen su importancia, cuando de lo que se trata es de despertar la conciencia ciudadana. Por eso, ahora, para terminar, me gustaría sugerir al Consell que considere tres posibles medidas de valor sobre todo simbólico y civilizador.

En primer lugar, propongo que Barcelona prohiba las corridas de toros. La primera plaza de toros de la ciudad (el Torín de la Barceloneta) se construyó en 1934, y al año siguiente el soez y borracho público asistente, insatisfecho por una corrida, se puso a quemar cuantas iglesias y conventos encontró a su paso. Ya hemos recordado que los pensadores catalanes se han manifestado en contra de las corridas de toros. Las encuestas demuestran que la gran mayoría de la población está también en contra. Algunos municipios de la Costa Brava ya han prohibido las corridas. Si Barcelona las prohibiese oficialmente, sentaría un precedente muy importante. Cuando en el futuro estén prohibidas en todas partes, como tarde o temprano acabará sucediendo, quedaría para los anales de la historia que fue Barcelona la primera gran ciudad en tomar una postura clara en contra de la crueldad. Otros temas de preocupación animalista, como la ganadería o la experimentación científica, son más complejos, pues mezclan elementos indeseables, como el dolor y la crueldad, con otros deseables, como la alimentación humana o el progreso científico. En el caso de las corridas de toros no hay nada de salvable ni positivo. Son un puro esperpento del sadismo más cobarde y la crueldad más gratuita. Degradan a cuantos participan en ellas y cubren de ignominia a las ciudades que las toleran. Prohibámoslas.

El segundo lugar, propongo la prohibición de la caza en el municipio de Barcelona. Este acto tendría importancia meramente simbólica, pues actualmente la caza apenas se practica, aunque todavía se encuentra uno en la Sierra de Collserola con algunos cazadores armados hasta los dientes, pegando tiros a cuanto se mueve y matando los pocos animales salvajes que nos quedan, simplemente por gusto. En la ciudad de Ginebra, en Suiza, se hizo un referéndum para prohibir la caza. Se ganó el referéndum y ahora la caza está prohibida. Esto, en la práctica, no tiene mucha importancia, pues el cantón de Ginebra es urbano, no rural. Pero, aunque está claro que allí no se iba a cazar mucho en ningún caso, el hecho de que la ciudad de Ginebra, con toda su solera, haya establecido esta prohibición sienta un precedente de reprobación de la matanza por gusto de los aniamles silvestres y tiene un gran valor moral, social y simbólico. Gestos como éste contribuyen a orientar la sensibilidad y la cultura. Prohibamos la caza.

Antes de venir a este acto, he dado un paseo por las Ramblas, una de las calles más bonitas del mundo. He visto lo que ya había visto otras veces. Una parte del paseo está ocupada por puestos de compra de aves y pequeños mamíferos, totalmente impresentables y tercermundistas en el peor sentido de la palabra. En ellos aves maravillosas como los mainates de la India, los loros amazónicos, los mirlos, los ruiseñores de Japón y otras muchas sobreviven en jaulas pequeñísimas, verdaderos zulos del secuestro vergonzoso de animales nacidos para el vuelo en libertad. Es una imagen de Barcelona que no se corresponde con los objetivos de la creación de este Consell. Es muy hermoso que haya en las Ramblas tantos puestos de flores, libros y revistas, pero es inaceptable la presencia de animales enjaulados. Por citar sólo un ejemplo, las psitaciformes, es decir los loros y similares, son aves muy inteligentes y muy sociables entre ellas, pero una ojeada a su comportamiento y a sus movimientos revela el lamentable estado en que se encuentran. Si Barcelona quiere ser una ciudad modélica en cuanto a la convivencia con los animales, haría bien en eliminar esta zona de las Ramblas y dejar sólo plantas, flores y libros, no animales enjaulados. Esto quizás no tenga mucha importancia desde un punto de vista práctico, pero sí tendría un valor simbólico, y entre otras cosas transmitiría el mensaje de que quien ama a los pájaros no los secuestra ni los encarcela. Esta es mi tercera y última propuesta.

 

Ong ADDA   Marzo 1998


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