
Caza y pesca deportivas: de la supervivencia a la muerte por diversión -ADDA Euskadi
Se calcula que cada año mueren en nuestro país no menos de 30 millones de animales a manos de cazadores y pescadores, debidamente legalizados para ello por la Administración. Lo que en otra época suponía un ejercicio de pura supervivencia, se ha convertido en la segunda mitad de este siglo en una masacre sin sentido. La caza y la pesca deportivas son muy fuertemente cuestionadas por amplios sectores sociales, que se empiezan a plantear el hecho desde un punto de vista no ya sólo medioambiental, sino ético.
En sentido genérico, cazar (o pescar si la víctima es una especie acuática) es la acción de capturar animales, casi siempre con resultado de muerte. En cuanto a la alimentación, los animales los dividimos, a grandes rasgos, en carnívoros y herbívoros, sin que ello deba tomarse como un concepto absoluto, pues existen especies que compaginan ambos tipos de alimentación. Prácticamente todos los grandes grupos de animales tienen un importante número de especies eminentemente cazadores. Muchos anfibios, insectos, mamíferos o aves, viven a costa de la muerte que inflingen a otros animales. Este hecho es, en realidad, uno de los principios fundamentales en ecología: la famosa pirámide donde el mirlo que captura insectos es a su vez capturado por la garduña. El equilibrio natural en acción.
Intimamente ligada a la caza está, a nuestro entender, la pesca. Lamentablemente, los esfuerzos de los movimientos ecologistas contra la caza se han dirigido hacia la captura de animales terrestres, habiéndose realizado muy poca lucha contra la caza de animales acuáticos o pesca. Indudablemente los mismos razonamientos contra la caza son aplicables a la pesca, que atenta de la misma forma contra la vida silvestre y los derechos de los animales. En este tema, como en tantos otros, pecamos de antropocentrismo, pues nos conmovemos por el sufrimiento que inflingimos a animales que por sus características nos caen simpáticos, como aves, conejos, cervatillos, pero nos olvidamos de muchos otros seres que nos resultan más lejanos afectivamente.
BREVE HISTORIA DE LA CAZA
Está muy extendida la creencia de que el hombre «siempre ha cazado». Este es uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos por los cazadores para defender su actividad. Sin embargo, los conocimientos que hoy tenemos sobre nuestra historia evolutiva, no nos permiten aseverar esto. De hecho, el ser humano es el único primate carnívoro, aunque varios otros, esporádicamente, incluyan en sus dietas a pequeños animales que logran capturar. Todo lleva a indicar que el régimen alimenticio originario y natural del hombre es básicamente vegetariano-frugívoro, si bien en un momento no bien precisado comenzamos a consumir más carne.
Los primeros útiles de piedra fabricados por el hombre primitivo datan de hace 2,5 millones de años y se han encontrado en Africa mezclados con huesos de animales como hipopótamos, núes, cerdos, gacelas y jirafas. Los científicos sospechan que estos instrumentos sirvieron para despedazar aquellos alimentos, pero es muy poco probable que tan toscos y rudimentarios utensilios sirvieran para maar a tan grandes y poderosos animales. Seguramente fueron hallados muertos y nuestros antepasados no desaprovecharon esta magnífica fuente de alimento. Llegó un momento en que los homínidos primitivos no se conformaron con aprovechar la carroña y aprendieron a matar grandes animales. Esto no fue antes de 500.000 años, que es cuando aparecen pruebas inequívocas de verdaderas cacerías. Poco a poco la caza fue tomando mayor importancia pero, desde luego, su significación temporal en la historia evolutiva del hombre es bastante pequeña.
La caza alcanza su máximo cuando aprendimos a fabricar instrumentos precisos y ligeros, que podían herir y matar a distancia animales más fuertes y rápidos que nosotros. Esto ocurría hace «relativamente poco tiempo», unos 30.000 años. Después, a partir de hace 10.000 años, el desarrollo de la agricultura y de la ganadería fue desplazando a la caza de su papel primordial en la alimentación humana. Con una visión del mundo influenciada por las actuales formas de vida, los primeros antropólogos concedieron excesiva importancia a la caza como fenómeno causante de la diferenciación humana. De hecho, la caza es algo inseguro, demasiado azaroso como para confiar a ella la subsistencia, aunque su aportación es cualitativamente muy importante.
Aunque las ideas que hemos recibido y nuestra vanidad y afán de vanagloria nos inciten a imaginar a nuestros antecesores enfrentándose a poderosos animales ejerciendo el papel superior del cazador, la realidad y la sensatez nos obligan a revisar esta concepción y aceptar que seguramente sólo hayamos sido cazadores durante la última octava parte de nuestra historia evolutiva. La ganadería y la agricultura son un fenómeno reciente en esta historia. La organización social cambia en función de una riqueza que ahora es «almacenable» y, por tanto, la hace segura. Aparece por primera vez el «estado de bienestar» y aún de opulencia. El ocio que esta nueva realidad genera, se cubre, entre otras actividades, con la caza por diversión.
Indudablemente, la caza deportiva ha tenido desde su origen una fuerte implicación social. De hecho, cabe hacer una importante diferencia entre lo que se ha dado en llamar caza «menor» y «mayor». La primera, necesariamente más popular, se ha mantenido a lo largo de la historia como una actividad complementaria en poblaciones rurales y estaba originada en unas necesidades verdaderas. La segunda supone un salto cualitativo. A partir de la Edad Media comienza a ser practicada por el pequeño círculo que formaban los más altos estamentos sociales. La caza mayor, la caza «noble» por excelencia, se constituyó en una actividad de pura diversión, ligado a estratos reales. De esta época datan, no en vano, numerosas reservas de caza, algunas de las cuales se han mantenido hasta nuestros días. Este tipo de caza ha estado siempre ligada al poder político y financiero, aunque éste haya pasado de reyes a banqueros.
A mediados del presente siglo tiene lugar lo que podríamos denominar la «democratización» de la caza, con un hecho clave que conviene no perder de vista: los cazadores no provienen ahora del medio rural ni de la cúpula social, sino de la clase media urbana, compuesta por personas absolutamente alejadas de la Naturaleza, sin lazos sentimentales con ella y, lo que es peor, con tendencia a malinterpre-tar su valor. La caza se masifica.
CAZA Y PESCA: ¿NECESIDAD O DIVERSIÓN?
Al abordar el tema de la caza, es importante realizar una importante matización. Es preciso diferenciar claramente esa actividad destinada a la supervivencia y aquella otra que constituye una actividad recreativa. Nadie puede estar en contra de una actividad que es fuente de vida. La captura y muerte de animales para el alimento es un hecho natural practicado por muchas especies de carnívoros, así como por muchos pueblos aborígenes. Aún más, la caza y la pesca, como hemos visto, tuvieron gran trascendencia en ciertas fases de la prehistoria. Indudablemente, la muerte nunca es algo agradable —todo lo contrario, resulta traumática y cruel—, pero en la Naturaleza la vida y la muerte juegan estrechamente cogidas de la mano, y ahí poca cabida tienen los sentimientos de piedad y la sensibilidad de los humanos. El otro tipo de caza es aquella ligada al tiempo de ocio. Es aquí donde llegan las discrepancias y los enfrentamientos entre defensores y detractores. Esta es, obviamente, el tipo de caza y de pesca que aquí queremos tratar y contra la que nos posicionamos decididamente.
Por diferentes motivos ecologistas y defensores de los derechos de los animales, encontramos que la caza y la pesca deportivas son injustificables, innecesarias y dañinas. Claro está que los cazadores siempre sacan la excusa de que se comen lo cazado, pero en la caza y pesca deportivas la motivación nunca es la alimentación, sino la obtención de trofeos. La caza deportiva es la degeneración de la caza, la cual pasa de estar al servicio de mantener la vida de animales y personas a ser una repugnante actividad que difícilmente encuentra justificación ética. Hoy, en nuestra sociedad moderna, los cazadores se han convertido en los heraldos de la muerte. Suele oirse que ellos son los continuadores de la tradición cazadora del hombre, aunque suelen olvidarse de lo que significa la caza: azar, lucha equilibrada, esfuerzo y riesgo, un riesgo que puede acabar con la muerte del cazador. También solemospasar por alto el hecho tan importante en la Naturaleza de que el cazador también puede convertirse en presa, algo inconcebible en la actualidad. Además, el argumento que a veces se esgrime, aduciendo que la caza es un enfrentamiento de igual a igual, con un animal que tiene oportunidades de defenderse no es muy válido. ¡Qué oportunidad tienen el pez hambriento de escapar del anzuelo del pescador? ¿De qué forma se librarán los ciervos empujados hacia la emboscada que les tienen tendida los tiradores.
DEL ARTE Y LA TRADICIÓN DE LA CAZA
Oímos en ocasiones que cazar es tradición. También se oye decir que es arte. Son pretextos que a quienes nos preocupamos por el bienestar animal nos resultan familiares en relación con otros actos que, en vez de enorgullecemos, deberían avergonzarnos. Disfrazar de estética la crueldad parece un recurso muy socorrido (no olvidemos que también existe el denominado «arte de la guerra» o el «arte de la tauromaquia»). Es difícil ver dónde radica la estética de la destrucción de la belleza natural de un ave, un conejo, una trucha, de llenar de cartuchos el campo o de romper el rumor del viento y el canto de los pájaros con el estampido de la pólvora. Seguramente es cuestión de sensibilidades. Pero mejor sería atreverse a decir ue es cuestión de falta de sensibilidad. Porque algo tiene que faltarle a quien no le basta con la belleza natural de un paisaje, el coqueteo aéreo de unas mariposas, el aroma de un pinar, la formidable brama del ciervo, o todos esos roedores que pueden ser cazados con los sentidos en nuestros campos. Mucho nos tememos que la única tradición de la que los cazadores son continuadores es la del afán, primitivo y ancestral, de matar, sin saber muy bien por qué. Es el afán de apretar el gatillo, de sentirse dueños de la vida y de la muerte, las ganas de sentirse diosecillos... y de dar rienda suelta a nuestra agresividad. En este sentido, la caza está más cerca del tiro al pichón que de esta actividad primigenia destinada a la supervivencia. Son impulsos que deberían ser sublimados, pues hoy no tienen cabida. Y que no digan que eso es difícil. También pelear es otro instinto atávico que hoy —y aunque tengamos por ahí la lacra del boxeo— se ha transformado en algo inofensivo como la lucha olímpica.
Hay ejemplos que ilustran esto. Por ejemplo, la caza de tordos y zorzales, en ciertas comarcas de Castellón, era una actividad tan tradicional como necesaria para sobrevivir. Antiguamente la realizaban unas pocas personas mediante reclamo con aves vivas y suponían un importante suplemento nutritivo para muchas familias. Pero hoy se ha masificado bajo el pretexto de la ocupación del ocio y el lucro, pues estas aves son servidas como tapas en los bares de la región. Los utensilios se han perfeccionado, pero los cazadores son más torpes que los de antaño y provocan la muerte a otras aves insectívoras y la masacre de muchos miles de zorzales. Incluso se ha convertido en algo chabacano, pues en vez de reclamos vivos se usan cintas que hacen funcionar en las radio-cassettes de los coches. Algo que en añadidura debería preocuparnos de quienes, practicando el deporte de la caza y la pesca, gozan de la belleza de cobrarse unos animales, es que estos señores impiden al resto de los humanos disfrutar de esa belleza. Quien practica el montañismo deja en su sitio los arroyos, los bosques y las cumbres para el que vive por detrás. Los que juegan al tenis no destrozan la pista, la pelota ni las raquetas, imposibilitando que otros gocen de este deporte, dándose incluso la circunstancia de que ofrecen la oportunidad de disfrutar de un buen espectáculo. La caza y la pesca no son así, porque en su esencia está el destruir y acabar con lo que es el motivo y objeto de la actividad deportiva. Es un deporte egoísta, cuyo ejercicio supone además peligro y molestia para otras personas que también tienen el derecho de recrearse en el campo.
El fin último de todo deporte es realizar un ejercicio físico. Pero, salvo excepciones y con la experiencia que se tiene de observar cazadores en el campo, uno llega a la conclusión de que los únicos que hacen ejercicio son las presas y el perro. En el mejor de los casos, el cazador camina por los barbechos por el monte bajo, pero no nos dejemos asombrar por sus hazañas, ya que cualquier excursionista puede empequeñecerlas. ¡Y qué contar de la frenética actividad desarrollada por un pescador...!
Debido a la proliferación de pistas y vehículos todo-terreno, la mayoría de las veces la caza es un deambular montado en coche de un sitio a otro. Incluso para la caza de palomas que debe realizarse en pasos altos de montaña y aislados de poblaciones, el acceso se realiza en coches, eliminando a sí la caminata que implicaría llegar a los puestos. La desfachatez llega al máxmo en el caso de los que esperan las piezas levantadas o empujadas por batidores. Es cuando la caza se convierte en tiro al plato.
IMPLICACIONES SOCIALES DE LA CAZA
El millón y cuarto largo de cazadores con licencia que tiene este país dan muerte a unos 30 millones de animales cada temporada. Pero, curiosamente, la medida real no son las dos docenas de piezas por cabeza que aparecen en la calculadora. La razón es muy simple. Un selecto y reducido grupo de personas habrá abatido cientos o miles de animales cada uno. Este dato resulta muy orientativo a la hora de hablar de las implicaciones sociales de la caza. A grandes rasgos, y desde un punto de vista legal, se podría dividir a los cazadores entre los que están «en regla» y los furtivos, siendo posible diferenciar varios tipos dentro de cada clase. Los cazadores furtivos, generalmente pobres y ligados a zonas rurales, están absolutamente integrados en el medio que habitan y se les puede y debe considerar unos depredadores más. Con toda seguridad, necesitan los animales que matan para comer. Existen, sin embargo, otros furtivos que van directamente a por las especies de alto valor, que luego venderán en el mercado negro. Son contratados, en algunas ocasiones, por personas de alto «status» social. Llama la atención que los cazadores furtivos son personas perseguidas por la ley con demasiado empeño a veces y con demasiada apatía en otros casos.
Entre los cazadores que poseen el permiso correspondiente, existen los llamados «de fin de semana», sin más aspiraciones que disparár tiros, cobrar una pieza y regresar a casa satisfechos. Por otra parte, tenemos a los cazadores «de alto standing» que, dominados por su pasión de matar, organizan cacerías, auténticas masacres que aprovechan, además, para invitar a personalidades con las que harán contactos y cerrarán tratos y negocios que les proporcionarán pingües beneficios.
En otro sentido, cabe destacar los fuertes pilares económicos que sustentan la caza deportiva y que no dudan en recurrir a la imagen y a la publicidad para perpetuar su negocio. Ultimamente tenemos ocasión de comprobar cómo en los suplementos de fin de semana de conocidos diarios se describe la forma de cazar «a la moda» o «con estilo»: prendas de vestir dignas de la mejor boutique, guantes, armas, petacas y mil y un cachivaches más... nunca al alcance de cualquier bolsillo, por cierto. Abundan, así mismo, al levantarse la veda, las sugestivas recetas con piezas de caza en las páginas destinadas a la gastronomía. Existe otra moda, también en alza, aunque esta vez para «aguerridos aventureros».Es la de los viajes a países exóticos con el fin de dar muerte a animales. Con todo esto se observa de forma clara que nuestra sociedad consumista también usa la caza y la pesca como elemento social diferenciador. Por último, se debe llamar la atención sobre la escasez de mujeres —en comparación— que practican esta actividad. Tal vez se deba a un sustrato de machismo o, seguramente, a una mayor sensibilidad de las mujeres, que, afortunadamente, no parecen disfrutar matando.
EL EXAMEN DEL CAZADOR
Un ejemplo claro del poco amor y del desprecio que sienten los cazadores por el medio ambiente y por los animales lo tenemos en el ya conocido «Examen del Cazador», implantado en la Comunidad Autónoma Vasca y que al parecer otras comunidades —Aragón, Baleares, Cantabria, Castilla-La Mancha, Galicia, La Rioja, Madrid, Navarra y la Comunidad Valenciana— van a apoyar y utilizar. El Gobierno Vasco ha sido pionero en todo el Estado en obligar a los potenciales cazadores a examinarse para conseguir su licencia. Según el Decreto que regula el examen, en su primera convocatoria, debían hacerlo los aficionados que deseaban obtener licencia por primera vez; los que no hubieran renovado su licencia en los últimos 5 años y los que la obtuvieron en 1990, condicionada al aprobado del exámen. En el País Vasco hay concedidas 65.000 licencias; en 1990 se dieron 3.000, pendientes del resultado del examen. En consecuencia, 62.000 aficionados a la caza podrán seguir con su actividad sin que se hayan comprobado de ningún modo su aptitud y sus conocimientos para el «deporte» cinegético. Es lamentable constatar, una vez más, la falta de interés de la administración por tomar medidas serias para controlar esta actividad de forma efectiva.
Se ha editado un libro, «Texto base para el examen del cazador» que recoge 500 preguntas entre las cuales habrán de seleccionarse las 21 que entren en el examen. Los temas que se tratan en la publicación son: armamento y normas de seguridad (90 preguntas); biología de las especies cinegéticas (130); legislación general (185); ética y comportamiento del cazador (45 pregunta! ¡sólo!) y 50 cuestiones específicas di la comunidad autónoma sobre el conocimiento de especies. El libro pretende fomentar la dimensión ética de la caza, desde un punto de vista ecológico y de respecto al medio ambiente. Sin embargo, una simple suma indica que las preguntas relativas a armamento, normas y leyes superan con creces a las relativas a la ética y la naturaleza. Otro fallo que notamos en el libro es que hace una detallada descripción, col pelos y señales, de las 47 especia cinegéticas, mientras que la información sobre las especies protegidas es muy general y hecha como de pasada. . No parece haber una voluntad clara de evitar confusiones entre las diversas especies, protegidas o no. Los cazadores han mostrado reiteradamente y por todos los medios a su alcance su oposición con la inestimable ayuda de los medios de comunicación.
El tono base no les ha gustado, en su opinión, fue redactado por personas que no entienden el espíritu de la caza y que no han contado con su opinión. Consideran el examen como una amenaza y como una prueba más para suprimir su actividad y creen que «a cazar se aprende cazando»; cuanto más se caza —dicen— mejor se entiende lo que conlleva ese deporte, y eso en los libros no se puede enseñar. No han mostrado, pues, ningún interés por formarse, por conocer la ética y la normativa que les afecta ni las especies que pueblan nuestro país. ¿Dónde está su amor por la naturaleza?
IMPLICACIONES ÉTICAS. CAZA Y DERECHOS DE LOS ANIMALES
Detrás de todo deporte está el ánimo competitivo. Mejorar marcas, vencer al contrario, obtener trofeos, son las metas de cualquier deportista. En aquellos deportes en que se exige un enfrentamiento entre adversarios, quienes toman parte lo hacen de forma voluntaria e interesada y, salvo leves diferencias, la competición es de igual a igual. Esta es una de las premisas fundamentales del deporte. Pero falta en la caza y la pesca deportivas. En primer lugar, ni la presa ni el perro del cazador han elegido jugar ese papel. En segundo lugar, el perdedor siempre es el mismo. Además, en el caso de que consideran que el cazador pierde cuando falla el tiro o cuando no pique el pez, hay que recapacitar sobre qué es lo que cada uno, presa o cazador, pierde. Si el cazador gana, la presa pierde lo más valioso: su vida. Pero si el que falla es el cazador, no perderá más que una oportunidad que se puede traducir en un cartucho de perdigones. Ese balance no es justo.
Ya que nuestras actuaciones influyen tanto en otros seres y que, tal y como alardeamos, somos los «únicos» seres conscientes y poseedores del sentido ético de las cosas, deberíamos acostumbrarnos a reflexionar y valorar las implicaciones morales de nuestro comportamiento. En el caso de la caza, es patente la falta de una consideración ética con respecto a los animales. No los consideramos seres sensibles, dotados de vida, sino más bien como meros objetos que, en este caso, pueden ser tiroteados sin remordimientos de conciencia. En este sentido, los defensores de los derechos de los animales llegamos más allá que los ecologistas. Estos se preocupan porque los cazadores pueden afectar a las especies protegidas, envenenar el medio ambiente con sus perdigones de plomo y contaminar acústicamente el campo. Sin embargo, no entienden un aspecto más profundo que, a nuestro parecer, es la raíz del problema ecológico que plantea la caza: la caza y la pesca deportivas son un atentado contra los derechos más elementales de un ser vivo.
Así, los defensores de los animales nos preocupamos no sólo de las especies, sino también de los individuos (y por lo tanto, de las especies). Nos alarmamos de la muerte de millones de perdices, codornices y conejos, no porque sus respectivas especies puedan desaparecer un día, sino porque consideramos una atrocidad injustificable asesinarles por diversión. Nos preocupamos por la suerte de los perros, otros protagonistas tan a menudo olvidados, que pueden resultar heridos o perdidos en el curso de las cacerías. Si, como sospechamos, detrás del deterioro ecológico del planeta está la carencia de ese sentimiento solidario con las formas de vida, que entre otras cosas se manifiesta en el respeto y amor a los animales, los defensores de los derechos de los animales tenemos mucho que decir y, seguramente, nuevas visiones que aportar en la lucha contra la caza y la pesca deportiva. Con todo lo dicho vemos que el ser humano actual no está legitimado para cazar y pescar por diversión. Sin embargo, sí se puede estar legitimado para que el hombre rural se cobre para comer, y nunca por diversión, unos animales. En todo caso, el hombre del medio rural siempre se encuentra más cercano que el urbano a la concepción y al sentido primigenio de lo que es la caza.
ALTERNATIVAS
La caza y pesca deportivas, tal y como hoy las concebimos, necesitan de un planteamiento. Es preciso una investigación e informar de lo que es y en lo que hemos convertido a la caza, para después promover su público debate. No obstante, está lejos de los propósitos de las administraciones, muy interesadas en perpetuar la caza y pesca deportivas por lo que suponen económicamente (al año, en España, mueven alrededor de 250.000 millones de pesetas), tal y como demuestran los intentos de ordenarlas racionalmente mediante los planes de caza y pesca. Evidentemente, la caza y la pesca son recursos naturales, como también lo son la madera y el agua y, como tales, podemos beneficiarnos de ellos.
Aceptando el supuesto de la necesidad de cumplir con ese primitivo instinto de cazar, hay formas de satisfacerlo que no comportan sufrimiento animal. Disponemos de muchas maneras de disfrutar del aire libre, y de paso efectuar ejercicio físico. Pero hay algunas que además comparten con la caza el proceso de acechar y perseguir y, finalmente, obtener una pieza. Como ejemplos proponemos dos: la observación de las aves y la fotografía con la Naturaleza. Salir a nuestros campos pertrechados con unos prismáticos y una guía de campo puede ser una actividad excitante. Están los paseos por el bosque, el esconderse o acercarse sigilosamente, retener en nuestra memoria el canto, capturar la forma y el colorido característico del ave, sus costumbres, nombre...Y en cuanto a la caza fotográfica, el que se dedica a ella bien si lo difícil que es obtener una foto de un pequeño insecto. O intente usted capturar una espléndida imagen de un ciervo. A buen seguro necesitará de más paciencia y dotes personales para abatirlo de un disparo.
Ong ADDA Enero/Marzo 1992
Relación de contenidos por tema: Caza
- ADDA Revista 54 : 7 Verdades sobre la caza (Ecologistas en Acción)
- ADDA Revista 54 : Accidentes de caza en Castilla-La Mancha
- ADDA Revista 47 : Adoptar a un perro cazador
- ADDA Revista 45 : Alancear Jabalíes
- ADDA Revista 54 : Austria y la caza controlada
- ADDA Revista 9 : Captura y comercio de nuestros pájaros fringílidos- Guillem Chacón Cabas
- ADDA Revista 9 : Caza y Ecología -ADDA Euskadi
- ADDA Revista 9 : Caza y pesca deportivas: de la supervivencia a la muerte por diversión -ADDA Euskadi
- ADDA Revista 54 : Consejo de caza en Cataluña
- ADDA Revista 48 : Di NO a la "Caza Enlatada"
- ADDA Revista 54 : El "plumbismo" en la caza
- ADDA Revista 54 : El impacto de la caza en España
- ADDA Revista 54 : Flora y fauna en el parque natural de Collserola (Barcelona), un tesoro a conservar
- ADDA Revista 54 : Ginebra y la caza controlada
- ADDA Revista 54 : Infome sobre la caza 2017 -autora Carmen Méndez
- ADDA Revista 50 : La Casta y la Caza
- ADDA Revista 54 : La caza en Andalucía
- ADDA Revista 32 : La caza en Barraca activa a la fiscalia -redacción
- ADDA Revista 9 : La caza en Gran Bretaña- John Greenstead
- ADDA Revista 45 : La caza en los colegios
- ADDA Revista 21 : La caza: un peligro para las especies y quienes las practican
- ADDA Revista 21 : La cultura del cavernícola - Nuria Carrrizosa
- ADDA Revista 54 : La primera vacuna de control de fertilidad en jabalíes
- ADDA Revista 9 : Las cinco estrellas de la caza
- ADDA Revista 9 : Las otras cuentas de la caza - Enric Carrera Gallissà
- ADDA Revista 46 : Pájaros cantores entre rejas - Carme Fitó
- ADDA Revista 9 : Quienes debían dar ejemplo - Redacción
- ADDA Revista 50 : Señor, la caza está servida
- ADDA Revista 42 : Vida en el punto de mira - Carolina Pinedo
Temas
- Acuarios (7)
- Animales de compañia (65)
- Animales de granja (41)
- Animalismo (4)
- Antología de ADDA (2)
- Caballos (9)
- Campañas (8)
- Cartas (6)
- Cartas abiertas (4)
- Caza (29)
- Circos (5)
- Colaboración (41)
- Congresos y conferencias (18)
- Conservacionismo (46)
- Convenciones (5)
- Corridas de Toros (81)
- Cosméticos (3)
- Cría intensiva (31)
- Cuaderno (temas varios) (1)
- Ecología (6)
- Efemérides (5)
- Encuestas (4)
- Experimentación (47)
- Fiestas populares crueles (29)
- Galgos (4)
- Gatos (2)
- Grandes primates (2)
- Legislación (28)
- Mamíferos marinos (15)
- Narrativa (2)
- Necrológicas (4)
- Noticias internacionales (2)
- Noticias nacionales (2)
- Objeción de conciencia (4)
- Opinión (5)
- Organizaciones (9)
- Palomas (7)
- Peces (4)
- Personajes (40)
Haz clic para seleccionar