Antología del animalismo: Su evolución. Primera parte - Carmen Méndez
LOS PIONEROS
La primera ley que se aprobó en Europa en contra del abuso y la crueldad a caballos, vacas y corderos fue promulgada en Inglaterra en el año 1822. Su principal promotor fue Richard Martin, miembro del parlamento británico. En 1824, junto a Lewis Gompertz, destacado humanista y defensor de los derechos de los oprimidos, fue uno de los 22 miembros fundadores de la Asociación para la Prevención de la Crueldad de los Animales, primera organización nacional que se fundó en el mundo con la exclusiva finalidad de proteger a los animales. La aparición en 1932 de 181 sentencias por crueldad en el Reino Unido publicadas por la SPCA (más tarde sería la RSPCA) británica motivaron un gran impacto en la opinión pública y significaron un cambio de actitud y sensibilidad.
En Estados Unidos la firme voluntad del diplomático y fundador de la primera SPCA americana Henry Berg hizo posible que el 19 de abril de 1866 se aprobara una nueva legislación promulgando que "cualquier persona que por sus actos o negligencia mate, hiera, lastime, mutile, torture o apalee cualquier caballo, mula, vaca, ganado, cordero u otro animal que sea de su propiedad o de terceros, será sometido a proceso y declarado culpable de delito". El mismo Henry Berg tan sólo seis días después de la aprobación y entrada en vigor de esta ley, la puso en práctica, deteniendo y denunciando a un carnicero de Brooklyn que transportaba en una carreta terneros y carneros vivos amontonados, atados y en condiciones extremas de dolor. El carnicero fue condenado por los tribunales a pagar una multa. Esta sentencia fue histórica al ser la primera, impuesta en Estados Unidos, por crueldad y falta de humanidad hacia los animales.
Henry Berg durante sus 23 años de activismo mantuvo una infatigable lucha en favor de los animales. Según sus propias palabras: "sentía una innata aversión a la crueldad hacia los animales, que fue creciendo con la edad". Su firme actitud lo convirtió en el blanco de burlas, críticas y sarcasmos. La prensa de la época trató de ridiculizarlo, caricaturizándolo de burro o caballo, aunque finalmente acabaron reconociendo y respetando su labor. El transporte de animales en tren o carro, los caballos de tiro, los mercados de animales, el tiro al pichón, las peleas de perros, de osos, etc. fueron parte de su lucha personal. Llevó hasta los tribunales miles de casos de crueldad, consiguiendo significativos cambios y mejoras en el trato a los animales y fue testigo de la fundación de 44 sociedades de prevención de la crueldad en diferentes lugares de América. Seguramente ni el "Humano Dick" (como era conocido Richard Martin) ni Henri Berg eran conscientes de la futura transcendencia de sus acciones; motivados por su firme convicción abogaron por la causa de los animales hasta lograr unos primeros e importantes reconocimientos legales a favor de ellos. Al activar la conciencia de la gente impulsaron un nuevo movimiento y una nueva filosofía en Europa, Estados Unidos y otros países del mundo.
En Francia, en 1850, 28 años después de la aprobación de la ley inglesa, otra persona sensible a los animales decidió introducir en el ordenamiento jurídico un cambio significativo favorable a los animales: el General Conde Jacques Philippe Delmas, fundador en 1846 de la primera SPA en Francia, presentó ante la Asamblea General francesa un texto de ley dedicado específicamente a su protección. Esta propuesta, que contó con el decidido apoyo del escritor y pensador Víctor Hugo, tuvo que superar numerosas oposiciones, burlas y hostilidades por parte de los diputados antes de ser aprobada. Todavía en la actualidad a esta ley se la conoce con el sobrenombre de la "Ley Grammont". El Código Penal francés en 1791 ya había tipificado como crimen "el envenenamiento por maldad o venganza, así como la falta de alimentos a ciertos animales". Hasta el siglo XIX, en la época en la que confluyen las ideas de paladines como Richard Martin, Jacques Philippe Delmas y Henry Berg, ningún planteamiento moral o ético favorable a los animales, incluso cuando emanaban de ilustres pensadores provenientes de círculos humanistas o filosóficos, tuvo la suficiente relevancia como para impulsar algún cambio de actitud significativo a su favor.
Es imprescindible reconocer la trascendencia histórica de estas destacadas personas porque con sus primeros logros consiguieron establecer las primeras bases en el ordenamiento jurídico y propiciaron nuevos y sucesivos planteamientos éticos que cuestionaban y censuraban el abuso, la brutalidad o los malos tratos practicados a otros seres sensibles dentro de la cultura occidental.
ROMPIENDO VÍNCULOS CON LA NATURALEZA
Si la religión judeocristiana basada en la supremacía del hombre y su antropocentrismo resultó crucial para romper vínculos de unión y respeto con la naturaleza y el resto de los animales considerándolos propiedades a su servicio, no menos influyentes fueron alguna de las teorías mecanicistas planteadas por René Descartes en el siglo XVI. Siendo considerado por la sociedad de su época como una eminencia en la materia, entre sus numerosas teorías de reducción de la naturaleza a las leyes matemáticas también estableció la relación de: animal igual a máquina justificando que se los tratase como a tales, es decir, si los animales no sentían y no sufrían se los podía someter a todo tipo de abusos sin preocuparse por ello. Aunque otros escritores y pensadores en siglos posteriores replicaron a esta absurda teoría de Descartes, sus nefastas especulaciones han predominado durante siglos y sus secuelas se constatan todavía en determinados ámbitos de la sociedad. La vivisección, la cría intensiva, los espectáculos con animales y su explotación hasta límites increíbles se potenciaron bajo el paraguas de algunas religiones y de personajes del talante científico de René Descartes, Claude Bernard y otros.
UNA NUEVA PERSPECTIVA ÉTICA
En Europa aparecen en el ámbito humanista y filosófico nuevos planteamientos éticos en favor de los animales. Con toda probabilidad uno de sus precursores fue el abogado y filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832). Henry Salt, Charles Darwin, Lewis Gompetz, Albert Schweitzer y Gandy, que se educó en el Reino Unido, supusieron algunas de las más destacadas contribuciones a una nueva perspectiva ética. En el panorama español se incorporan más recientemente, entre otros, Ferrater Mora (1912-1991), Jesús Mosterín y Jorge Riechmann, autores de diversos libros y artículos.
LA CONSOLIDACIÓN DEL MOVIMIENTO PRO-ANIMALISTA
Desde el siglo XIX, en el que la consideración hacia los animales empezó a incorporarse en la legislación, hasta su consolidación como movimiento social en forma de lucha activa e imparable por su defensa en el siglo XXI, son diversos los planteamientos éticos y filosóficos, sentimientos y actitudes que han ido trazándose, paulatinamente, con el objetivo de remarcar y diferenciar las diversas corrientes y estrategias que confluyen en este movimiento. Los adjetivos de “protección”, “prevención de la crueldad” o “defensa” de los animales han sido, indistintamente, los más utilizados durante sucesivas décadas en la corriente pro-animalista hasta que en el año 1978 fue aprobada la Declaración Universal de los Derechos del Animal.
En el ámbito jurídico, filosófico e incluso político el término “derechos de los animales” ha sido, y continúa siendo, un incesante motivo de discusión y controversia. Otra nueva acuñación referida al término “liberación” se incorpora dentro de la semántica pro-animalista en el año 1975 tras la publicación del libro “Liberación Animal” del prestigioso filósofo Peter Singer.
VEGANISMO Y LIBERACIÓN ANIMAL
Posteriormente y en una incesante búsqueda de las esencias más puras, otros teóricos como el profesor de derecho Gari Francione fundamenta sus propias convicciones alrededor de una nueva propuesta: la abolición de la esclavitud animal a través de la práctica del veganismo.
Una de las definiciones más controvertidas y criticadas por los sectores radicales va referido al término anglosajón “animal welfare” (“bienestar animal”). Este término popularizado e incorporado en el ordenamiento jurídico de protección animal de algunos países es un indicativo sobre determinadas condiciones que se deberían cumplir en relación a las necesidades físicas y psicológicas que tienen los animales. En el ámbito de la defensa animal ha sido utilizado, asimismo, como argumento de información y denuncia vinculado al nivel de explotación y crueldad a la que son sometidos los animales en las granjas intensivas, transporte, laboratorios, industria peletera, circos, zoos, etc. Uno de los problemas derivados del uso de dicho término es que, en vistas a maquillar su imagen pública, otros sectores implicados en el lado opuesto, como la industria de la experimentación, la cría intensiva, la peletería, al mismo tiempo que lo van incorporando y usando de forma incorrecta, desvirtúan la esencia de su significado. Lo mismo sucedió con los términos “bio” o “ecológico” que, intentando diferenciar la calidad de unos productos que siguen un proceso natural y respetuoso con el medio ambiente de otros que no, se convirtió en una denominación utilizada y deformada de forma comercialista y a veces fraudulenta por sectores de la industria multinacional. Lo mismo ocurre con los productos transgénicos o con la etiqueta de “ecologistas” utilizada por partidos políticos que poco o nada tienen que ver con ello.
No es la intención de este artículo entrar en terreno del análisis respecto a la sublimación de las esencias más puras predicadas por algunos de los sectores fundamentalistas, aunque todo apostolado predicado desde la creencia de estar en “la posesión de la verdad absoluta” con la pretensión de ser “el único camino verdadero” resulta cuestionable, aunque tan sólo sea por su connotación de dogma de fe.
La teoría de Francione explica que “la liberación animal sólo puede llegar a través de la práctica del veganismo más absoluto e intransigente”. El desarrollo de este discurso dogmático tiene la aspiración de ser impecable hasta erigirse en una verdad indiscutible que no admite discusión ni réplica, haciendo, de paso, una crítica intransigente a todo movimiento a favor de la defensa de los animales que no aplique con rigor dichos fundamentos. Para los liberacionistas el término “bienestar” implica aceptar la esclavitud animal y utilizarlos como propiedad. A partir de este adoctrinamiento se abre la brecha trazando una frontera de ideología y pureza. A un lado se sitúan los liberacionistas autoconsiderados auténticos defensores de los derechos de los animales y al otro el resto calificado peyorativamente como “bienestaristas”.
El principal motivo de lo que se debería denominar un contradictorio menosprecio por parte de los liberacionistas hacia quienes, en la medida de sus posibilidades y de acuerdo con la realidad y las circunstancias de su entorno, trabajan de forma dura y constante en la defensa del mundo animal es, sorprendentemente, el hecho de haber trabajado –y conseguido- reformas legislativas a favor de los animales, de haber reivindicado cambios conducentes a mejorar las condiciones de vida en las granjas de cría intensiva, el transporte, la forma de sacrificio, y también haber conseguido suprimir en muchos países espectáculos de tortura. Esto equivale, en definitiva, a una reducción cualitativa y cuantitativa del sufrimiento cotidiano de muchos animales, sin olvidar que al mismo tiempo se ha informado, denunciado y sensibilizado a millones de personas sobre todos los ámbitos de explotación animal.
Ciertamente aunque la inmensa mayoría de los defensores de los animales desearía que se suprimiera la explotación del resto de las especies, conscientes de la utopía que ello supone y con el ánimo de paliar en la medida de lo posible una parte de ese sufrimiento, han optado por abordar el problema desde diferentes estrategias de trabajo. Mientras que Peter Singer, filósofo “utilitarista”, considera que cualquier medida conducente a reducir o minimizar el sufrimiento animal debe ser apoyado por los defensores de los animales, Francione mantiene que todas estos esfuerzos y consecuciones, en la práctica, resultan irrelevantes, carecen de significado y además refuerzan el utilitarismo de los animales como instrumentos al servicio de la humanidad.
ENTRE DOGMAS Y AXIOMAS
En medio de la discusión sobre nuevas doctrinas dogmáticas surge, implacable, el axioma de la realidad evidente. Entre las diversas posiciones extremas y contrapuestas nos encontramos con dos vertientes. A un lado el poder económico, que unido al poder de la ciencia y la biotecnología ha transformado a los animales en máquinas productoras y objetos de rentabilidad. En el otro a una población humana de más de 6.000 millones de habitantes que crece a un ritmo imparable en los cinco continentes (las previsiones indican más de 10.000 millones de habitantes para el año 2110) y cuya inmensa mayoría es consumidora de sufrimiento animal y destructora de la naturaleza en todos los ámbitos posibles (carne, productos químicos, pieles, caza, armas, invasión y destrucción de hábitats naturales, deforestación, contaminación, extinción de especies, etc.). Ante esta cruda realidad se propone como única solución la “teoría liberacionista”, a través de la reconversión integral de la población mundial al veganismo olvidando cualquier otro esfuerzo que tenga como objetivo actuaciones dirigidas a concienciar a la población y minimizar, en lo posible, el abuso y sufrimiento al que son sometidos millones de animales. Parece ser que para grandes males siempre existen soluciones utópicas. En medio de toda esta amalgama de situaciones tan chocantes y contradictorias se suma el problema del mercado de la globalización, la pluralidad de culturas, etnias, creencias, religiones y la situación de pobreza y riqueza entre países y continentes.
Resulta ingenuo y rocambolesco imaginar que, al igual que hicieron predicadores del cristianismo, ahora nuevos misioneros con fundamentos liberacionistas acometan una cruzada mundial para reconvertir a todas las poblaciones musulmanas, orientales, africanas u occidentales en veganas. Mientras tanto esta misión imposible nunca llega a producirse y de acuerdo con los fundamentos morales propuestos por Francione, los animales deben esperar pacientemente, cada vez más apretujados en sus jaulas de experimentación o cría intensiva, sin una forma de vida menos estresante y sin una muerte menos cruel y dolorosa porque los defensores de los animales no deben apoyar ninguna política, ni mejora, ni posición en favor de ellos que no sea la de la abolición de su explotación y utilización.
Puede que sobre el papel todas las teorías y propuestas se aguanten tal y como demuestran la infinidad de ideologías de corte filosófico, político y religioso que a lo largo de los siglos se han ido desarrollando. No obstante, casi siempre la práctica cotidiana va desvelando contradicciones y realidades muy distintas. Dentro del contexto propuesto por los abolicionistas parece ser que el problema y su solución se centra exclusivamente en la práctica del veganismo. El problema es mucho más amplio y, de acuerdo con la línea radical argumentada, el compromiso personal también debería ser mucho más exigente. Por ejemplo: los cereales y vegetales consumidos no deben haber sido tratados ni procesados con productos químicos como pesticidas, herbicidas y abonos porque todo ello está relacionado con la experimentación animal. La misma regla se debería aplicar para todos aquellos productos que cotidianamente se utilizan en la limpieza y aseo en el hogar, cafeterías, restaurantes, hoteles, trabajo, etc. Es decir, lugares potenciales de vida o consumo. No consumir medicamentos ni acudir a hospitales. No tener, ni viajar en, vehículos porque la industria automovilística también ha utilizado animales en pruebas. No ver la televisión que se financia con todo tipo de publicidad entre la que figuran productos relacionados con el consumo de animales, con la peletería o con la experimentación. Evitar agencias de viajes que también promocionen safaris de caza. No visitar ni comprar nada en almacenes que vendan pieles o artículos relacionados con el sufrimiento animal. Vigilar estrictamente la composición del vestido, calzado, etc. Limitar la descendencia de nuestra especie por significar un gran problema para la naturaleza y el resto de los animales. No tener, ni si quiera a través de la adopción humanitaria, perros ni gatos, ya que ello obliga a alimentarlos de productos cárnicos o de pescado. Es evidente que cumplir a rajatabla con todos y cada uno de estos ejemplos supondría un nivel de dificultad y hostigamiento personal y familiar imposible de superar.
El vegetarianismo, veganismo y frutivurismo son opciones personales aceptables y representan un fin en sí mismo para quienes lo practican de forma rigurosa y con todas sus consecuencias. Un fin que para algunos se sustenta en alcanzar y disfrutar de una mejor salud y para otros está ligado a la espiritualidad, la religión o la exclusiva defensa de los animales. Tienen aspectos interesantes, algunos positivos y otros no tanto, pero cualquiera que sea la razón que los motiva, no tienen por qué ser radicales, detractores o excluyentes de cualquier otra labor que obtenga beneficios inmediatos sobre los animales.
Ong ADDA Junio 2006
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