El CITES, ¿defiende a los animales? - Kay H. Farmes

ADDAREVISTA 18

ADDA Defiende los Animales, ofrece, en esta ocasión, una oportunidad única para informar a sus lectores de las experiencias personales de una animalista de excepción, Kay H. Farmer, que estuvo como observadora en la última reunión del CITES celebrada recientemente en Zimbawe. A menudo se utilizan las siglas del CITES como paradigma de la salvación de especies de animales en peligro de extinción. Sin menoscabar, los efectos positivos que este acuerdo plurinacional ofrece a los animales salvajes, cabe conocer, lo más exactamente posible, la realidad del significado de un acuerdo comercial entre naciones y las presiones que gravitan sobre un complejo acuerdo cuya implementación resulta extremadamente complicada. Kay, colaboradora de ADDA desde hace años, enfoca la situación bajo el punto de vista animalista, hecho, éste, que hasta el momento ha sido poco explicado.

Desde que la ADDA me ofreció trabajar, por primera vez, en cuestiones relacionadas con el bienestar animal, me he visto impelida a continuar caminando en este mundo que, aunque a veces resulta desmoralizante, también está lleno de compensaciones. Tras pasar dos años trabajando en santuarios de primates y en programas de rehabilitación en el oeste de Africa, en 1997 se me pidió que representara a la Liga Internacional de Protección de los Primates, asociación del Reino Unido, en el CITES (Convention on International Trade in Endangered Species), durante su décimo Congreso, que tuvo lugar en Zimbabwe. Al principio pensé que se me brindaba una oportunidad única para acabar de involucrarme en la toma de decisiones políticas sobre conservación de especies, después de experimentar en carne propia la frustración que genera la implementación de los programas de conversación en ese campo. Pero, a la hora de la verdad, lo que encontré en el CITES fue un congreso sobre la avaricia que se oculta tras la fachada de la conversación de las especies. En el discurso inaugural del presidente de Zimbabwe, el señor Mugabe, su afirmación de que los animales deben “pagar su parte” preparó el camino que iba a venir.

¿QUÉ ES EL CITES?

El CITES es un tratado de 136 países o “partes” que han firmado el “Convention on International Trade in Endangered Species”. El pacto fue creado para regular el comercio internacional de animales salvajes y plantas. El comercio internacional de fauna salvaje es un gran negocio. En 1981 los Estados Unidos importaron y exportaron fauna salvaje y productos derivados por valor de 962 millones de dólares (101.101 millones de pesetas). Este comercio ha existido durante siglos, pero ha aumentado de forma dramática en los últimos 30 años. Tanto es así que se ha convertido en un negocio multimillonario que amenaza la propia existencia de muchos animales y plantas. Una sola orquídea i un guacamayo pueden venderse por 5.000 dólares (4.810.000 pesetas), y 30 gramos de cuerno de rinoceronte pueden costar en una tienda de medicina oriental más que 30 gramos de oro (Lyster, S., 1985).

¿CÓMO FUNCIONA EL CITES?

Al firmar el Convenio, las partes aceptan cumplirlo y regular el comercio internacional de especies protegidas a través de las listas de sus Apéndices, llamados Apéndices I, II y III, que clasifican a los animales salvajes, desde los mamíferos hasta los moluscos, y las plantas. El Apéndice I es para las especies amenazadas de extinción a las que pondría en peligro cualquier tipo de comercio y para las cuales, por tanto, se prohibe totalmente. El Apéndice II permite un comercio internacional controlado con aquellas especie cuya supervivencia todavía no está amenazada por la extinción pero podría estarlo sin una regulación. El Apéndice III proporciona a los países la oportunidad de incluir en el listado especie autóctonas amenazadas.

El tratado funciona mediante un sistema de permisos. Salvo unas pocas excepciones, prohibe el comercio internacional de las especies incluidas en cualquiera de los apéndices sin un permiso del CITES. Impone condiciones estrictas que deben ser cumplidas antes de la obtención del permiso y exige que cada parte establezca las autoridades científicas y administrativas responsables de garantizar que se satisfagan las condiciones requeridas antes de la expedición de los permisos. Además de esas autoridades, hay un Secretariado en Suiza cuya función es controlar el sistema de permisos a nivel internacional.

Los firmantes de convenio deben reunirse cada dos años para revisar la implementación del CITES. El décimo Congreso tuvo lugar en Harare, Zumbabwe, durante diez días: del 9 al 20 de julio de 1997. Es en estas reuniones donde se pueden modificar las listas contenidas en los Apéndices, cuando el estatus de un animal o planta ha cambiado, o cuando una información adicional indica que las pruebas sobre las condiciones biológicas de una especie o sobre su situación comercial eran erróneas. Los países pueden proponer cambiar una especie de Apéndice, por ejemplo del Apéndice I al II o del II al III, o viceversa, añadir a los apéndices otras especies por primera vez, o sacarlas de ellos. Solamente los gobiernos tienen derecho de voto y pueden determinar el estatus de una especie. Están asesorados por especialistas y científicos que les ayudan en el proceso de toma de decisión.

Las organizaciones no gubernativas (ONGs) o los grupos de presión representan una gran variedad de ideales. Los grupos proteccionistas y consrvacionistas se codean con las empresas de explotación forestal y las brigadas de caza de trofeos. Hay que tener cuidado con la palabra “conservación” porque muchos grupos incluyen este término tan popular en su nombre, lo que inmediatamente les proporciona respetabilidad, pero en realidad son poco más que los cazadores de safari hoy en día. Tienen estatus de observadores, lo que significa que tienen derecho a opinar pero no pueden votar. Su papel principal es el de ejercer presión para convencer a los representantes de los gobiernos del valor de sus argumentaciones individuales.

El CITES fue firmado originalmente por 21 países, y desde entonces se ha ampliado a un ritmo sorprendente hasta el punto de que en la actualidad lo han firmado ya 136 países. El pacto suena como un regalo del cielo para las especies amenazadas pero, ¿cuál es la realidad del pacto?

¿QUÉ SE ESCONDE DETRÁS DEL CITES?

Parece una contradicción decidir que para que la vida salvaje sobreviva tenemos que matarla. Pero ésta es la premisa básica que se esconde tras el concepto de “utilización sostenible” -; una estrategia que se disfraza como una herramienta al servicio de la conservación y que parece representar el núcleo del CITES.

En teoría, la “utilización sostenible” quiere decir controlar las poblaciones salvajes, incluso las de las especies amenazadas de manera que se pueda permitir la captura y matanza regulada de un número limitados de animales. Los beneficios por la venta de permisos de caza y de productos animales resultantes de la caza, como el marfil, pieles y trofeos de caza, serían utilizados para financiar la protección del hábitat, las patrullas anti-furtivos, el desarrollo local, la provisión de puestos de trabajo y otros incentivos económicos para que los países pobres conserven sus recursos. Esta descripción ofrece un cuadro muy bonito, y uno se imagina a las comunidades locales disfrutando de la riqueza que les aportará la matanza de unos pocos animales eliminados selectivamente. En realidad, hacer que la vida salvaje “pague su parte” y atribuir a su misma existencia un valor económico significa que los animales pronto se convierten en otro producto que se puede comprar o vender, con el que se puede comerciar, y se puede acabar cuando la demanda inevitablemente exceda la oferta.

Durante un breve viaje a Harare, el Dr. Richard Leakey, prestigioso paleoantropólogo y ex director del Kenya Wildlife Service, señaló que: “Hubo un tiempo en que el CITES era un órgano regulador internacional que se aseguraba de que el comercio internacional no amenazara la supervivencia de las especies. Ahora es una organización que quiere asegurarse de que la preocupación por la supervivencia de las especies no ponga en peligro el comercio internacional.” Esos temores han sido repartidos por muchos de los que han asistido al CITES desde su comienzos. El controvertido debate sobre el elefante sucintamente este más sutil cambio de sentido.

LA HISTORIA DEL DEBATE SOBRE LOS ELEFANTES

Una enorme demanda de marfil a principios de los 70 llevó a la caza furtiva y el contrabando a gran escala. Se estima que en ese período se mató a 1,3 millones de elefantes; más de la mitad de la población estimadas de los elefantes africanos. Los intensos esfuerzos de control para parar a los cazadores ilegales no dieron frutos, ni los intentos del CITES de regular el comercio. Se calcula que solamente en un año, 1987, el 78% del marfil vendido con permisos legales del CITES provenía de animales cazados furtivamente. Esta crisis provocó el voto de octubre de 1989 en el CITES, que entró en vigor en 1990 y que significó la prohibición de todo comercio de marfil de elefantes y de otros productos. De forma que el elefante africano pasó del Apéndice II al Apéndice I.

A pesar de que la mayoría de los estados africanos apoyaban la prohibición, muchos de los países del sur de Africa se opusieron a ella, argumentando que sus elefantes no estaban en peligro. En las reuniones de 1992 y 1994 se retiraron las propuestas de pasar a los elefantes del Apéndice I al II por la oposición continuada de otras naciones.

EL ELEFANTE EN 1997

En 1997 el debate también dominó la reunión ya que Botswana, Namibia y Zimbabwe propusieron pasar a sus poblaciones de elefantes del Apéndice I al II para permitir la exportación de una siempre creciente reserva de marfil hacia el Japón. En la actualidad Japón es el mayor consumidor de marfil, que se usa principalmente para elaborar sellos personales (hanko). Estos países no sólo aducen que sus poblaciones de elefantes no están en peligro, sino que además ellos son capaces de controlar efectivamente el tráfico ilegal. Aunque un grupo de expertos del CITES concluyó recientemente que las poblaciones de elefantes de Botswana, Namibia y Zimbabwe no cumplían los criterios biológicos para ser incluidos en el Apéndice I, es decir, que no estaban en peligro, el grupo también encontró que los controles del marfil en Zimbabwe eran “altamente inadecuados”, y la exportación ilegal ha continuado, de hecho, desde su prohibición en 1990, aunque a un nivel menor. Japón ejerce muy poca influencia sobre el comercio de marfil, lo que se hace evidentemente porque se han doblado las reservas de marfil en dicho país, hecho que constituye en sí mismo una evidencia de un floreciente comercio de marfil. La principal preocupación es que una vez se reanude el comercio de marfil reaparecerá la caza furtiva del elefante a gran escala, no solamente en los tres países que hicieron la propuesta, sino en toda Africa y Asia, poniendo a las poblaciones de elefantes en grave peligro. De hecho la sola existencia de estas propuestas ha hecho aumentar la caza furtiva no sólo en las mencionadas naciones sudafricanas, sino también en la India y Vietnam. Los cazadores furtivos y los traficantes han tomado dichas propuestas como un signo de que la prohibición no durará mucho tiempo más, y ya están almacenando marfil por anticipado.

Después de varios años de regulaciones y controles infructuosos, solamente la prohibición de 1990 tuvo alguna importancia. Pero, desafortunadamente, el creciente cambio dentro del CITES desde la conservación hacia la apertura del mercado ha permitido que la economía se introduzca en el debate como un factor determinante a la hora de tomar decisiones.

EL DESTINO DEL ELEFANTE EN EL CITES

Zimbabwe, como país anfitrión del congreso de la conservación y uno de los tres países que hicieron levantar la prohibición, estaba en una posición privilegiada a la hora de ejercer su influencia. Los medios de comunicación locales promovieron una divergencia de opiniones imaginaria entre el Norte y el Sur, argumentando que los países desarrollados solamente estaban interesados en convertir a los países del “Tercer Mundo” en museos de historia natural, sin tener ni idea de lo que significa que una manada de elefantes invada las tierras y destruya las casas y las cosechas. Pero como algunos de los más fervientes defensores de la prohibición del comercio de marfil son países africanos, como Mali y Liberia, y en cambio están a favor de levantar la prohibición como Japón o Noruega (que por supuesto no tienen una población de elefantes endémica), la táctica del país anfitrión de instigar una actitud de “ellos contra nosotros” para ejercer influencias sobre los países vecinos se hizo totalmente evidente.

Muchas naciones tanto africanas como no africanas expresaron su preocupación por sus propias poblaciones de elefantes. Liberia argumentó que la conservación no debe provenir del comercio. India afirmó que el 55% de los elefantes asiáticos viven en la India y que esta prohibición sólo beneficiaría a los países que hicieron la propuesta, imponiendo aún más responsabilidades sobre otros estados. A Guinea se preguntaba cómo distinguirían los países defensores de la propuesta entre las poblaciones de elefantes, dado que, como especie migratoria, cruza libremente las fronteras. El Nepal destacó la diferencia entre el control de las especies salvajes y la matanza para la exportación, y que el problema del elefante lo causa el aumento de población humana. Kenia sostuvo que si las reservas almacenadas de marfil, 446 toneladas, fueran puestas a la venta, entonces aumentaría la demanda, y por tanto aumentaría el comercio ilegal, lo que crearía una situación incontrolable. Israel sostuvo que si el grupo de expertos pudo identificar los puntos débiles en la implementación de la ley y los mecanismos de control, también podían hacerlo los traficantes ilegales. Australia afirmó que a pesar de que aquellos países merecían el reconocimiento de todos por sus esfuerzos conservacionistas, se requiere tratar el tema con precaución debido a la complejidad de los problemas y los riesgos a que están sometidas todas las poblaciones de elefantes.

Por otra parte, Noruega apoyó el cambio de la perspectiva proteccionista a la del uso sostenible. Pakistán señaló que “los elefantes deben pagar el peaje de la conservación”. China sugirió que los pueblos de los países defensores de la nueva propuesta eran los mejores defensores de sus propias especies. ¿Por qué tiene China interés en este asunto? ¡Es uno de los mayores consumidores de marfil con propósitos medicinales! El apoyo de indonesia para cambiar el estatus de los elefante sugiere que hay otros países a aparte del Japón interesados en poder comprar marfil. ¡La avaricia incrementa la demanda incluso antes de que se haya levantado la prohibición!

Al final de la primera ronda, los tres países que lanzaron la propuesta comprendieron que no estaban recibiendo un apoyo mayoritario, y sugirieron una enmienda a su propuesta original, supuestamente más en la vía del castigo a las infracciones. Se pidió que el voto fuera secreto. Hubo muchas quejas porque muchos países consideraban que no podían votar una nueva propuesta que no habían visto ni habían tenido tiempo de ponderar. Pero el Secretario forzó un voto que afortunadamente perjudicó a sus propios defensores y el lanzamiento de la prohibición fue rechazado. Por unos segundos se dio al elefante un respiro, pero esto no supuso el final de la historia, que es lo que sucede normalmente una vez se ha votado y se han hecho públicos los resultados. El Secretariado seleccionó a un grupo de trabajo ¡con Noruega como coordinadora, pues ya conocemos la política de Noruega respecto a las ballenas!, para que presentaran, al día siguiente, una propuesta revisada viable. Con una posición tan decantada hacia el cambio de estatus del elefante por parte del propio Secretariado, ¿cómo podía el elefante tener siquiera una oportunidad de defenderse?

UN DÍA TRISTE PARA LOS ELEFANTES

El grupo de trabajo regresó. El Secretariado sugirió un voto inmediato sin discusión previa de la propuesta revisada. El Chad, entre otros países, expresó su disgusto ante esta situación y señaló que la libertad y los derechos del individuo terminan donde empiezan los derechos de los demás. Sin embargo sus argumentaciones fueron ignoradas y el voto siguió adelante. El elefante pasó del Apéndice I al II para Zimbabwe, Botswana y Namibia, y se reanudó el comercio de marfil y el beneficiario del comercio.

Las felicitaciones ahogaron los abucheos de los conservacionistas en respuesta al anuncio del resultado de la votación. Se cantó el himno nacional, se dieron palmaditas en la espalda. Sentada allí, observando la alegría desenfrenada ante la próxima masacre en masa de miles de elefantes, sentí que un escalofrío me recorría toda la espalda y recordé los cantos de la película Zulu Dawn, cuando se preparan para la guerra. Un día triste para los elefantes.

ADEMÁS DE LOS ELEFANTES…

El elefante no fue el único tema que se votó en este décimo encuentro del pacto CITES. El rinoceronte se salvó después de que la propuesta de Sudáfrica de permitir el comercio de sus cuernos y otros productos fuera rechazado (al menos salvado temporalmente, hasta la próxima reunión del CITES, dentro de dos años). Afortunadamente, la alianza noruega con Japón y los países sudafricanos que propusieron el cambio del apéndice del elefante no les sirvió para ganar suficientes votos favorables en su propuesta de cambiar también de Apéndice a la ballena Minke, que finalmente fue rechazada.

El loro verde amazónico pasó del Apéndice II al I, por tanto se le ofrece mayor protección, y afortunadamente de nuevo la propuesta de Cuba de cambiar el estatus de la Tortuga Hawksbill, que está amenazada por la explotación incontrolada y el desarrollo de las zonas costeras, también fracasó.

DE REGRESO A CASA…

Estando sentada junto a un representante de la delegación canadiense en el vuelo de regreso a casa, el debate continuó. Mi vecino sostenía que el cambio de énfasis de la conservación a la “utilización sostenible” dentro del CITES refleja la madurez del pacto. Yo siempre he pensado que la madurez implica progreso, pero , mientras el progreso debería haber implicado educar a las persona durante los últimos 25 años sobre la vida salvaje del planeta y su valor económico, eso no es ciertamente lo que reflejó el congreso del CITES al que asistí.

Espero poder regresar al CITES y, en beneficio de nuestra vida salvaje, ser testigo del regreso al conservacionismo, todo lo contrario de la actual posición utilitaria, sin tener que aprender tantas lecciones difíciles en el camino, y sin quedarme tan sólo el recuerdo de los sitios donde antiguamente vagaban los elefantes (Kay H. Farmer para ADDA Defiende los Animales).

Bibliografía:

  • International Wildlife Law (1985), Simon Lyster.
  • Animals in Peril (1994), John A. Hoyt.


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