Nuestros animales: mártires de España.

ADDAREVISTA 7

El diccionario nos da las siguientes acepciones de la palabra «fiesta»: diversión alegría, regocijo... Si le añadimos el adjetivo «popular» fácilmente convendremos e estamos tratando de «una fiesta relativa al pueblo». Cada año la inmensa mayo pequeñas o grandes poblaciones, ya sean españolas o europeas, celebran, con motivo de algún patrón o evento, determinados festejos: las gentes confraternizan y lleva práctica el sano ejercicio de: alegrarse, divertirse o regocijarse. Hasta aquí, ninguna objeción. Al contrario, «no tan sólo de trabajo vive el hombre» y las fiestas pueden re muy gratificantes para quienes participan de ellas como alternativa y ocio a la rutina que seguirá el resto del año.

 Difícilmente en la imaginación, o sentido común, de la mayoría de las personas de nuestro siglo puede sur­gir la asociación de ideas de: «fies­ta» igual a diversión a costa de mar­tirizar a otros seres vivos, es decir «fiesta popular» sinónimo de cruel­dad. No obstante, éste es el bino­mio asociado a nuestro pensamien­to desde que, hace ya algunos años, fuimos descubriendo, enumerando y denunciando: LA ESPAÑA NE­GRA CON LOS ANIMALES. Quizás sería más exacto definir esta retrógrada situación como: LOS ANIMALES MÁRTIRES DE ESPAÑA, INOCENTES E INDE­FENSAS VICTIMAS DE LAS FIESTAS. Condenados a morir su­friendo por ser animales —nuestros y españoles— sin ninguna culpabi­lidad, considerados como instru­mentos de diversión y víctimas ex­piatorias en las que se descargan instrumentos de tortura, alcoholemias solapadas por crueles costum­bres y frías indiferencias. En cual­quier caso son una minoría los que así actúan y se empecinan en repe­tir cada año la vergonzosa práctica de martirizar seres vivos si los compa­ramos con el resto de poblaciones, y pobladores, de éste nuestro país.

A estos animales-mártires de nuestra geografía les ha tocado la fatalidad —según la localidad— de morir: ahogados, abrasados, deca­pitados, descabezados, lapidados, linchados, ensogados, alanceados, asaetados, alcoholizados, acuchilla­dos, engrasados, emplumados, gol­peados, acosados, o, aplastados. Un amplio abanico de refinadas tortu­ras con una sola afinidad: la de di­vertirse. No escapa nada ni nadie: especies domésticas, de granja, sil­vestres, pájaros, gallinas, gansos, patos, cabras, carneros, cerdos, va­quillas, becerros, toros,... etc. Todos son el blanco de burdas imaginacio­nes transmitiéndonos la impresión de vivir entre mundos contradicto­rios: un actual presente y un tene­broso pasado del medioevo.

Hace algunos años que nuestro país definió claramente su senti­miento europeista. A pesar de las dificultades que se nos plantearon, nuestros representantes políticos ne­gociaron, con tenacidad, la integra­ción de España a la Comunidad Europea. Quedaba claro que el ser reconocidos y aceptados, implica­ba para nuestro país un voto más hacia la unidad de criterios, hechos y pensamientos, que debería ir en armonía con los países que nos pre­cedieron destacándose por su evo­lución histórica, política y social, emanada de su base de educación, costumbres, buenas formas de con­vivencia mutua y respeto. Estos otros países también han pasado por etapas históricas nega­tivas; superando tiranías, obscuran­tismos, supersticiones e injusticias. Todos han tenido sus manchas ne­gras y sus fiestas macabras que los paralizaba en el devenir histórico evolutivo. Pero supieron, en un mo­mento determinado, poner punto fi­nal a injustos defectos, suprimién­dolos conforme su desarrollo se contraponía para seguir mantenien­do estas manifestaciones como ex­presión popular. Siguen sin ser perfectos —cosa casi imposible—, pero no hay duda que respecto al nues­tro, son bastante mejores.

Torturar o matar animales por placer es un acto que degrada a nuestra especie y si estas acciones van auspiciadas e incentivadas por colectivos y personalidades aún re­sulta peor, pues degrada a nuestra sociedad. Y la sociedad somos to­dos los que integramos este país. La crueldad no tiene justificación ni futuro cuando se vota por la evo­lución y se desea ser reconocido como un miembro más de los esta­dos avanzados dejando atrás la ex­plotación, la injusticia y la falta de respeto hacia todas las formas de vida. Estas prácticas de tortura se localizan en lugares perfectamente en­trelazados con toda nuestra geografía. Han aceptado el progreso tec­nológico, han incorporado con plena naturalidad la maquinaria industrial agrícola, los vehículos de transporte..., etc., y su natural y lógica aspiración es la de conseguir el mismo nivel de vida y comodidad que cualquier ciudadano medio europeo o norteamericano. No se puede mantener el contrasentido de aferrarse a costumbres bárbaras que implican sufrimiento, precisamente, sobre quiénes les han aportado, también, un bienestar.

Resulta chocante imaginar a los maestros y educadores de estas po­blaciones explicando a sus peque­ños y jóvenes alumnos que hay dos tipos de respeto, de justicia o de pie­dad: una para los demás y otra para las «fiestas del pueblo» con el des­cabezamiento o acuchillamiento de turno. Tampoco puede resultar co­herente la imagen del alcalde, o autoridad, hablando —especial­mente en épocas electorales— de mejoras, progresos, logros y alcan­ces para luego caer en la barbarie más primitiva.

A pesar de nuestras reiteradas protestas, el silencio, la tolerancia o la indiferencia son la respuesta ge­neralizada de nuestras autoridades. La solicitud de muchos españoles junto con la abnegada labor y de­nuncia de otros europeos —con Vicky Moore como paladín— no ha sido un grito en el desierto. Perso­nas, asociaciones y representantes políticos de otros países están ele­vando la protesta a nuestros esta­mentos políticos a las más altas ins­tancias. La defensa de los animales y la estima que sentimos por nues­tro propio país nos obliga a ser per­severantes y seguir repitiendo: ¡Bas­ta ya, de crueles festejos!


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