Claude Bernard: el apóstol de la vivisección moderna

ADDAREVISTA 5

En el año 1865, Claude Bernard (1813-1878) -considerado el padre de la vivisección moderna -, publicó la Introduction a l’Etude de la Médicine Expérimentale. A partir de entonces, la vivisección, que era practicada en los sótanos de los laboratorios como cosa accesoria, tomó el relieve de status académico, ampliándose y extendiéndose poco a poco, de forma imparable. Claude Bernard -persona singular y nefasta como se verá -, discutía con todos aquellos que no estaban de acuerdo con sus teorías. Cualquier animal le era útil para sus experimentos, incluido el perro de su propia hija al que viviseccionó en un momento en que se encontraba sin material a mano. A pesar de estar equivocado en la mayoría de sus teorías, como se ha ido demostrando posteriormente, las defendía a ultranza, fuesen o no verdad, en contra del criterio de los demás a los que infravaloraba.

Nació en el seno de una familia de labradores cerca de Lyon y se educó en los Jesuitas de Villefranche, como un estudiante más que mediocre. La estancia como ayudante de un farmacéutico que elaboraba un milagroso elixir contra toda clase de enfermedades, inspiro al joven aprendiz hacia un incontenible afán por el arte de la investigación. A los 21 años se trasladó a París para probar fama con dos comedias teatrales -su primera vocación- que había escrito. Pero a la vista de su contenido le convencieron para que se dedicara a la medicina, dada su experiencia precedente como ayudante de farmacia. Fue un  estudiante mediocre, perezoso y mal preparado en los exámenes. Pero de repente … ¡el milagro! En el Collegede Francia -que era el laboratorio de la facultad- vio, por primera vez, cortar en vivo a un animal y fue tal su entusiasmo y el interés que demostró por ello que su Director -François Megendie-  pronto lo convirtió en su ayudante. En realidad la medicina nunca llegó a interesarle pero demostró una gran pasión, innata, por la investigación.

En 1843, a la edad de 30 años, Bernard, ¡por fin! Se gradúo logrando el lugar 26 de los 28 que constaba su promoción. Al año siguiente suspendió el examen de reválida que le capacitaría para ejercer la profesión. Su tesis fue "menos que mediocre" según sus historiadores. Sin embargo se dedicó exclusivamente a la vivisección lleagndo a ser el sucesor de Magendie. Para cualquier práctica o teoría, por fútil que fuera, se utilizaban miles de perros. Para un solo experimento llego a utilizar hasta 4000 perros por los que tenía una verdadera fijación y ante una discrepancia con un colega oponente (Sir Charles Belt) sacrificó 4000 perros más para intentar demostrar que las teorías de Bell no eran ciertas. Cualquier animal le era útil para sus experimentos, incluido el perro de su propia hija, al que viviseccionó en su momento en que se encontraba sin material a mano. Para cualquier práctica o teoría, por fútil que fuera, utilizaba miles de perros.

Bernard, consideró la experimentación fisiológica como un fin en si misma. En su obra póstuma "Principios de Medicina Experimental", que contiene sus últimos pensamientos, decía que la medicina profesional debe ser distinta y separada de la científica, teórica y práctica y como tal, no entra en el marco de nuestra enseñanza la cual es puramente científica.

Su ayudante George Hoggan, escribía en el periódico The Morning Post (1 feb. De 1875): "Después de meses de experimentar soy de la opinión que ninguno de los experimentos en los animales era necesario ni justificado". Bernard constantemente ridiculizó y criticó los experimentos de sus colegas y cuando éstos le descubrían, o recriminaban, sus errores no dudaba en negar sus propias palabras. Dice Pierre Mauriac: "No daba importancia a las objeciones de sus colegas y en la discusión era capaz de negar la evidencia y contradecirse a si mismo sin el menor rubor". Como el laboratorio del "College" se le quedaba pequeño, extendió sus investigaciones a una escuela veterinaria fuera de París donde podía trabajar con caballos, mulas o visitas al matadero donde hacía lo que quisiera con el ganado. Y para no aburrirse en los fines de semana, tenía su propio laboratorio en los sótanos de su casa – lugar que denominaba como el salón científico -. Allí se podían ver – los 4 o 5 fisiólogos que lo visitaban – perros en cada rincón: unos sin cuerdas vocales, otros envenenados o con varios órganos extirpados; todos ellos sufriendo los más refinados tormentos. Ernest Renan en su discurso de admisión a la Academia Francesa (3 de abril de 1879) relata de Claude Bernard: "Resultaba un espectáculo impresionante viéndole trabajar en su laboratorio: pensativo, triste, absorto, no permitiéndose una distracción ni una sonrisa. Era como un sacerdote que celebrase un sacrificio. Sus largos dedos hundiéndose en las sanguinolentas heridas parecían aquellos augures de otros tiempos buscando misterioso secretos en los intestinos de sus víctimas".

Fue tanto su sadismo hacia los animales, que su propia mujer y su hija trataron de sabotear sus experimentos y lo denunciaron a las Ligas Proteccionistas para que lo demandasen judicialmente, fundando en Asnieres un refugio para perros salvados de la tortura de la vivisección. Uno de los métodos favoritos de Bernard era el de suprimir un órgano de sus víctimas para luego observarlo tanto tiempo como fuese posible, conservándolo vivo – por todos los métodos posibles -, cuando la pobre víctima, agonizante, solo pedía morir. Son famosos sus estudios que, posteriormente, demostraron ser un fracaso retrasando el avance de la ciencia, sobre el curaré, el azúcar, la diabetes…, etc. El descubrimiento que la diabetes está relacionada con la degeneración del páncreas fue propuesto por Bouchardat en 1851, pero tardó en ser aceptado, debido a que los fisiólogos – entre ellos Claude Bernard -, no consiguieron provocar un estado diabético en los animales dañando artificialmente el páncreas. Cualquier experimento, por cruel y refinado que fuese, no escapaba de entre sus prácticas: llegó a quemar perros vivos para averiguar a cuantos grados de temperatura se producía la muerte.

Su vida privada le dio menos satisfacciones que su vida científica de la que tuvo más fama que dinero. Contrajo matrimonio con la hija de un médico, tuvo cuatro hijos: dos niñas y dos varones. Estos murieron, ambos, con pocos meses de diferencia. Su indiferencia total ante el sufrimiento de los animales que manipulaba, lo evidenciaban sus experimentos que duraban mucho tiempo sin la menor anestesia. Por sus escritos se sabe que los perros que debían servir para demostraciones ya eran viviseccionados y abiertos una o más horas antes para pasarlos, posteriormente, a los estudiantes para otras pruebas. Fue tanto su sadismo hacia los animales que su propia mujer e hija trataron de sabotear sus experimentos y lo denunciaron a las Ligas Proteccionistas para que lo demandaran judicialmente, fundando en Asnieres un refugio para perros salvados de la tortura de la vivisección. Como colofón podemos definir al lúgubre personaje: Un alumno mediocre, ayudante de un cínico farmacéutico, un escritor de comedias frustrado, un perezoso estudiante de medicina –un tema que nunca le interesó- y entre los últimos de su promoción. Repentinamente, despierta de su apatía crónica en el primer experimento viviseccionista que contempla. A partir de entonces demuestra una incansable ansia por la experimentación que siempre envuelve un tormento para los animales. Ninguna otra actividad despertó su interés durante el resto de su vida. A la vista de todo lo anterior el estado mental de Claude Bernard es obvio.

A lo largo de su vida – como todos los sádico que alimentan su debilidad -, se volvió insensible a todo, excepto a lo tocante a su gloria personal y al halago de la riqueza y el poder. Fue elegido Académico de Ciencias y obtuvo cuatro veces el premio de fisiología experimental. Fue Senador del Imperio y admitido entre los inmortales de la Academia Francesa. Su afición literaria le permitió relatar la idea del sufrimiento de sus víctimas de forma poética revistiendo con ello la falsedad de una escuálida doctrina que el decurso del tiempo ha puesto de manifiesto.

(Fuente: Slaughter of the Innocent. Hans Ruesch.)


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