La inteligencia de las plantas

ADDAREVISTA 57

Rumores sobre inteligencia y sentimientos de las plantas

Ursula Hoepping

Durante las últimas décadas, se han publicado artículos y libros botánicos con títulos sorprendentes. Llaman la atención por tratar temas como la inteligencia de las plantas, sus sentimientos y comunicaciones y otros rasgos y facultades hasta ahora reservados para nosotros, los animales, los únicos seres con cerebro y neuronas.

Los autores son científicos de universidades y otras instituciones de investigación puntera y periodistas científicos —de mayor o menor fondo científico, rigor y escrúpulos—. Entre los autores, hay también gente que no llevan bata blanca, sino camisas verdes y botas que conocen bien las plantas, las observan en la naturaleza, cuentan lo que sus ojos ven y cómo lo interpretan.

Se habla de nuevos campos de la botánica, de la etología de las plantas y de la neurobotánica. Lo nuevo de sus descubrimientos no es la genialidad de las formas vegetales, los planes de construcción de las plantas, sino que tengan sentidos y que operen y actúen respondiendo a lo que ven, oyen y sienten. Desde luego, existe controversia y polémica alrededor de todo esto. Con solo escuchar la palabra neurobotánica mucha gente se altera. Indiscutiblemente, las plantas no tienen neuronas, así que no puede haber neurología de las plantas, opinan ellos. Si alguien pronuncia el verbo oír, que muestre las orejas de las plantas, dicen.

Uno de los factores que desencadenó las investigaciones en laboratorios sobre las intimidades de la vida de las plantas y sus capacidades fue un progreso técnico. Si antes la imagen del interior de una célula de una planta siempre fue el retrato de una situación dada en una célula muerta, inmóvil, hoy nuevas técnicas de filmación microscópica (live single-cell imaging) muestran lo que pasa en el interior de una célula viva. Y es allí, en las células de sus raíces, de sus hojas, de sus flores y sus otras partes donde ocurren los procesos de la vida de la planta. Si ellas ven, oyen y comunican, lo hacen dentro de sus células y entre sus células. Estas técnicas de producir imágenes de procesos intracelulares junto con instrumentos modernos de medición, por ejemplo, de medición de emisión de gases en cantidades minúsculas, y de impulsos eléctricos muy débiles permiten comprobar o desmentir viejos rumores y cuentos sobre plantas que oyen, sienten, comunican y crecen mejor escuchando música o recibiendo caricias. Ahora se puede ver y medir el efecto de las ondas acústicas sobre las membranas envolventes y el interior de las células. Muchos experimentos en laboratorio y en campos y viñedos dicen que sí, que la música clásica alienta el crecimiento, y que a veces las caricias también. Algunas especies de plantas segregan gotitas de néctar en caso de ser atacadas por insectos con el fin de atraer insectos que son enemigos predadores del insecto atacante. Acacias mordidas por jirafas emiten gases para alertar a sus acacias vecinas, que entonces producen jugos amargos en sus hojas para ahuyentar a las jirafas.

Se ve que los cambios en el entorno de las plantas provocan reacciones en sus células, lo que significa que las plantas captan informaciones, las pueden guardar y las pueden transportar a otras células de la misma planta, a otras plantas de la misma o de otra especie e incluso a otros seres vivos por la producción de olores. Detectar cambios en el entorno de uno no es otra cosa que oír, ver y sentir. Por lo menos, se conoce así en nuestro vocabulario vulgar, tradicional y desde luego de origen un tanto zoológico. Las plantas tienen detectores o sentidos sin tener ojos ni orejas. Tienen obviamente un sentido de la gravedad. Saben desde el momento de su germinación discernir entre arriba y abajo. Este poder de sentir la gravitación llamó el interés de la investigación en laboratorio. Algunas acciones comunicativas de las plantas, por ejemplo la atracción de insectos polinizadores por olores, se conocen bien ya desde los tiempos en que aún no se examinaba el interior de las células.

Cuando ciertos descubrimientos de laboratorios y sus detalles se describen y se divulgan, se usan las viejas palabras usadas en los relatos sobre la vida entre animales con cerebro: oler, advertir a sus vecinos, sufrir, querer, mentir.

Un botánico importante en este campo del comportamiento de las plantas es Stefano Mancuso (1965), un científico italiano que trabaja en la Universidad de Florencia. Es un pionero en el estudio del comportamiento de las plantas; por ello, ha tenido que sufrir buena parte de la crítica de sus colegas. En la Wikipedia versión española, en el artículo sensocentrismo se le llama promotor de la pseudociencia neurobiología de las plantas. Pseudociencia es una palabra muy dura. Sus libros y artículos no se dirigen únicamente al mundo de los científicos, sino también a un público más amplio, gente interesada en la naturaleza viva.

La editorial Galaxia Gutenberg publicó la traducción del italiano al castellano de algunos de sus libros. Un libro que Stefano Mancuso escribió junto a Alessandra Viola: Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal.

Interesantes parecen sus experimentos científicos en viñedos de Montalcino, cerca de Florencia. Desde hace más de quince años, se comprueba el efecto de música en el crecimiento de las vides y en el dulzor de las uvas. ¿El resultado? Con Mozart va mejor.

Tanto en Alemania, Gran Bretaña y Francia aparecen libros y documentales en la televisión basados en los nuevos conocimientos y que tienen bastante éxito. Parece que mucha gente tiene curiosidad, preguntas e intuiciones sobre el alma de las plantas en su mente y corazón.

El autor de La vida secreta de los árboles, Peter Wohlleben, es el más exitoso dentro de esta temática. Wohlleben no trabaja en los laboratorios, sino en la verde profundidad de los bosques. Publicado en España por la editorial Obelisco, el subtítulo del libro es: Descubre su mundo oculto: qué sienten, qué comunican.

Su libro emociona, llega al corazón, deja al lector maravillado. Wohlleben describe cómo los árboles intercambian informaciones y mensajes, cómo memorizan, cómo sufren malestares y cómo a veces se ayudan mutuamente a través de la red de sus raíces. Wohlleben ve y entiende las plantas de forma diferente a Stefano Mancuso. Él no observa los procesos del interior de la célula. Él ve las secuelas y los síntomas de muchos acontecimientos silvestres en el desarrollo de los árboles, ve qué pasa en sus flores, en sus copas, sus troncos y ve qué pasa debajo de la hojarasca en el suelo. Creo que leyendo este libro uno siente bien que nosotros, los animales, humanos o no humanos, tenemos muchas tareas duras en común con las plantas: necesitamos agua y alimentos, buscamos pareja sexual, dependemos de vecinos y amigos, criamos a la prole, algún día «soltamos» a esta prole al mundo, tenemos que sobrevivir a peligros externos y corremos peligro de que la competencia nos aplaste. Resolvemos los retos de maneras muy diferentes, esto es verdad. Ellas y nosotros a veces con bastante inteligencia, a veces con menos. A veces sobrevivimos sin ella. Menos mal. En La vida secreta de los árboles se describe la procreación del haya y el roble. Dos árboles imponentes de los bosques europeos. Ambos polinizados con ayuda del viento, ambos con una esperanza de vida en la naturaleza de varios centenares. Producen a lo largo de sus vidas hasta dos millones de hayucos o bellotas, paquetitos costosos y preciosos de proteínas y grasa que caen a los pies de su progenitor, comida para jabalíes, arrendajos y semejantes. De los dos millones de frutos, muchos germinan, pero solo un arbolito tendrá la posibilidad de ocupar algún día el sitio del adulto en la selva cuando este, con medio millar de años o más, muera y ceda su sitio de luz y suelo a un hijo. «¡Qué poca inteligencia, qué despilfarro más tonto!», pienso yo. Otras plantas lo hacen de manera más económica.

La lectura de estos libros sobre las plantas me ha fascinado y conmovido. También he recordado lejanas lecturas de mi infancia, de cuentos de Sophie Reinheimer donde los bosques susurran, y los pinos y tilos tienen alma. ¿Cambiaré mi trato con ellas? ¿Y las autoridades en estos campos nuevos de la ciencia cambiarán sus actos y su moral para con las plantas? Un mayor conocimiento es un motor de cambios en nuestra vista con los demás, motor de desarrollo de nuestras leyes, de nuestra ética. Mancuso, que relata cómo las plantas oyen, aprenden, se defienden y hasta juegan, se expresa claramente: las plantas no sufren dolor. El dolor no tendría sentido para ellas. No les hubiera dado ninguna ventaja evolutiva. Mientras los animales apenas pueden sobrevivir sin la capacidad de sentir dolor, ellas, las plantas —compuestas de millones de células— se dejan morder y comer por los animales y sobreviven. Sin embargo, Mancuso pide un cambio en la parte de nuestro trato con las plantas donde más manipulación existe: en su cultivo. Critica con dureza la agricultura moderna, que menosprecia la diversidad de las plantas y que no respeta ni sus facultades de defenderse de ellas mismas contra plagas ni sus predilecciones para suelos y entornos climáticos. Peter Wohlleben, cuyos libros son verdaderas declaraciones de amor a los bosques, no pide el cierre de todas las sierras, pide que dejemos reservas de bosques y selvas completamente naturales para no extinguir la diversidad y riqueza de las plantas, sus sociedades, vecindades y para que ellas tengan espacios para vivir sus vidas complejas y secretas.

* Relación de autores-periodistas científicos que se han dedicado al tema: Emanuele Coccia, Volker Arzt, Joseph Scheppach, Peter Tompkins, Christopher Bird y Günther Witzany.

 

Ong ADDA -Diciembre 2018


Relación de contenidos por tema: Ecología


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