La tortura: ni arte ni cultura-Luis A. Sin Buil

ADDAREVISTA 8

LA TORTURA

Cuando el adversario rehuye hablar de tortura es que le hemos alcanzado donde le duele, porque no tienen defensa posible. He ahí la razón del título, claro y conciso.
Si a los toros no se les torturase, no tendría sentido perder el tiempo en defenderlos, en luchar por su liberación del dolor. Otros argumentos que se emplean en la lucha antitaurina podrán ser importantes, pero ninguno sería capaz de movilizarnos como el sufrimiento a que se le somete: sistemática, ordenada, reiterativa y reglamentadamente.
El toro sufre como cualquier otro animal. Es un ser mamífero como lo somos los humanos, con un sistema nervioso como los humanos, capaz de sufrir y con memoria para recordar y reconocer situaciones anteriormente vividas. Como los humanos. Algunos cínicos alegan que no podemos saber si al toro le duele el castigo, e incluso veterinarios y sesudos científicos han querido medir el grado de sufrimiento por el stress. Y éste por fenómenos bioquímicos. Me recuerdan aquellos -macabros experimentos nacis con judíos para demostrar científicamente la capacidad de sufrimiento del hombre; algo que hasta los niños conocen.
Para demostrar la hipersensibilidad del toro, baste con decir que una simple mosca que se pose en su lomo, y el animal moverá el rabo para espantarla.
Llegados a este punto, el taurino cambia de argumento y siempre nos dice lo mismo, como si todos se hu-biesen aprendido el mismo catecismo, —«¡y los años que ha vivido en la dehesa!»—. Parece como si le envidiaran. Olvidan a propósito cómo son marcados con hierros incandescentes y como se les clava chapas en las orejas.

Luego vendrá la separación de la madre que no es cosa vana y la tienta para valorar lo que llamarán bravura. Posteriormente, el acoso y derribo para provocar la agresividad del animal; nada de vacaciones en la dehesa. Será seleccionado para las grandes corridas, o quizá tan sólo para una novillada, o puede que recorra pueblo tras pueblo, de encierro en encierro sin comprender jamás por qué le acosan y le martirizan.
Llegará el camión que le sacará de su medio natural y le transportará a un rumbo desconocido. Es posible que antes le hayan manipulado los cuernos, reduciéndolos varios centímetros para ser toreado por «los grandes». Es posible que le hayan aplicado extrañas substancias, drogas con fines muy dispares: desde calmantes para el viaje, anestésicos para el afeitado, estimulantes para aparentar más bravura o, incluso, para sabotear la actuación de otras figuras. En este submundo todo es posible, pues hay mucho dinero en juego.
Llegado al destino se cerrarán puertas y más puertas hasta acabar encerrado en un cajón en el que apenas podrá moverse permaneciendo inmóvil para que sienta deseos de salir corriendo, huyendo hacia su querida dehesa. Y cuando ya por fin se abra el chiquero y vea la luz, sentirá la divisa clavándose en su lomo, para orgullo del ganadero. Huirá entonces por el único camino posible, el de la plaza; y se verá solo ante una multitud. Una cuadrilla de hombres disfrazados de serán los encargados de matarles a base de engaños, mil veces ensacados y repetidos, hasta producirle la muerte.

Primero será la pica (tercio de varas consiste en perforar el toro desde arriba, el verdugo a caballo y provisto de una lanza con una punta de 14 centímetros que irá horadando en el lomo, retorciéndola para que sea más incisiva. A veces el caballo es sujetado por personal para soportar la carga del toro; en otras ocasiones se apoya en la barrera e incluso es el picador quien empuja con un pie en las tablas. La pica pretende desangrar al animal para restarle fuerza porque, de lo contrario, no habría torero que se le acercara. Las heridas llegan a alcanzar los 40 centímetros de profundidad y aunque se le indulte, morirá por la gravedad de éstas.
En ocasiones el caballo es derribado y corneado por el toro, convirtiéndose en la segunda víctima taurina. Y no hablemos ya de los caballos de rejoneadores que no llevan ninguna protección. Muchos caballos mueren en los ruedos cada temporada.Tras la pica llegan las banderillas. Tres pares son las reglamentarias.

En realidad se trata de arpones bien decorados con colores de banderas. Cuando se clavan es muy difícil que puedan soltarse, destrozando el lomo con los movimientos del toro y desangrándolo.
Una vez producido el agotamiento del animal se procede a los capotazos necesarios y se tiene al animal listo para recibir la considerada «suerte suprema»: la de matar. El toro está exhausto, se ha enfrentado a quienes ha encontrado en su huida. No hay salida, sólo le queda esperar que el matarife sea hábil y le alcance, si es posible, el corazón. De lo contrario recibirá varias estocadas con una espada de casi un metro que le irá perforando el pulmón y provocando su encharcamiento hasta la asfixia.

Por fin el toro cae. No ha muerto todavía, tan sólo no tiene fuerzas para mantenerse en pie. Otro matarife le clavará un cuchillo (la puntilla). Si tampoco es hábil se repetirá varias veces.
Se conceden los trofeos al matarife: una oreja, las dos, o quizá también el rabo. Estos apéndices serán cortados a cuchillo cuando el animal todavía siente. Al final, el animal será arrastrado para sacarlo de la plaza. Atado por los cuernos y tirado por caballos, será remolcado al patio de cuadrillas. El animal continúa su agonía. Hubo una ocasión en que un toro se puso en pie cuando lo estaban arrastrando. Aquello demostró cómo no había muerto todavía.
Todo este espectáculo es una farsa dirigida a un público incondicional. Los toros se hacen a medida de los toreros y si no, se niegan a torearlos. Ya nadie duda hoy en día que las astas de los toros se afeitan, es decir, que se reducen varios centímetros para que no resulten tan peligrosos para los toreros. Esta práctica está prohibida en España, y sin embargo es obligatoria en corridas de rejones y en Portugal. Por  ello existen auténticos especialistas capaces de satisfaces al cliente, que no son otros que los mismos toreros. Son muchos los millones en juego en cada corrida y una simple asta puntiaguda podría dejar aparcado al torero y lejos del ruedo de millones. Es precisamente este aspecto, uno en los que hace más hincapié la ley taurina. Los análisis de manipulación de astas han demostrado el alto índice de casos, y que siguen en aumento, al no existir sanciones importantes.

Pero si cruel y duro nos parece, se trata de un espectáculo reglamentado. ¿Qué se puede esperar de esa multitud de variantes que se practican en todo el país? Encierros, vaquillas, toros de fuego, toros de soga... etc., etc. En estos festejos la suerte del animal suele ser mucho peor, dado el tipo de público que le tortura, y la ausencia total de normativas. La muerte de estos animales siempre es lenta, violenta y previo ensañamiento de una parte del público que descarga en ellos sus frustraciones. Y para colmo, no está mal visto, pretendiendo identificarlo como elemento de nuestra cultura.

EL SUBMUNDO TAURINO
(Perspectiva sociológica)

Ya conocemos el atroz castigo al que someten al toro de un modo arbitrario. Ahora adentrémonos en el aspecto social, de vital importancia si se quiere trabajar para su erradicación, ya que es en los apoyos sociales donde encontramos resistencias a nuestros propósitos.
Estamos acostumbrados a ver los toros desde nuestra especial sensibilidad: desde la perspectiva ética. Pero no podemos olvidar que existen otras visiones distintas, que entran en clara colisión de intereses. Los toros son ante todo un negocio, con un mercado cerrado, escasamente ampliable fuera de nuestras fronteras y deficitario, por lo que precisa de la ayuda institucional. Para políticos y gobernantes, los toros no son más que una válvula de escape para nuestro carácter temperamental hispánico, y hasta un factor de alienación de la sociedad. Mientras se hable de toros no se hablará de corrupción política. Y si hay polémica entre taurinos y antis, pues mucho mejor.Para quienes acuden a las plazas, puede constituir una afición en muy pequeña proporción; un modo de distinguirse; o un dejarse llevar por los amigos de fiestas. 

Vamos a desgranar los factores sociales que están permitiendo la pervivencia de este esperpéntico espectáculo. El torero ha sido un mito para muchos ciudadanos. Cuando el hambre apretaba siempre había alguien a quien no le importaba arriesgar lo único que le quedaba: la vida. Con el régimen de Franco, los toros se elevaron a la categoría de «fiesta nacional» promocionándola desde la administración. El triste espectáculo vivió sus mejores momentos de gloria, y algunos toreros empezaron a ganar mucho dinero. El torero, ya no sería el muerto de hambre en busca de gloria, sino el ávido de dinero con cuatro trucos repetidos y poco riesgo.

En la actualidad existen varias escuelas taurinas por todo el país, con la idea de captar alguna «promesa» que les pueda hacer ricos; y con el interés de crear afición entre los jóvenes. Estas escuelas viven de fondos institucionales y de ayudas de empresas taurinas.
Los apoyos de los aficionados se traducen en peñas, que mantienen una organización de actos a lo largo del año. Otros contactos permanentes los constituyen las crónicas taurinas en la prensa, radio y hasta televisión, además de un surtido de semanarios. En otras palabras: es como tener personal encargado de mantener informados a los aficionados desde las empresas de comunicación.

El apoyo institucional se materializa en la dotación de infraestructuras —fundamentalmente plazas de toros—, en su mayoría de titularidad pública, en la financiación de las corridas según sea rentable o deficitaria, a través de subvenciones, en partidas presupuestarias de festejos, etc. También se apoya a las escuelas taurinas convocando concursos de carteles, promocionando congresos, conferencias, exposiciones, etc., de tema taurino. Este apoyo resulta tan decisivo que si se cortara, desaparecería prácticamente la totalidad de los festejos taurinos.

Otro apoyo con más valor moral y político que económico, es el que se producen en las denominadas corridas benéficas. Unas veces la iniciativa surge de una entidad que precisa fondos y recurre a la tauromaquia. En ocasiones los actuantes no cobran, son las menos. Normalmente y dados los gastos, no suelen salir apenas beneficios, es más, se suele perder.
A veces es un torero en decadencia a quien nadie contrata, quien se encarga de vender la moto a una entidad: él no cobra y los beneficios son para la entidad, pero también los riesgos. De este modo, son los taurinos quiénes se benefician de un espectáculo que a ellos les gusta, y al que acuden otras personas a quienes no interesa, pero que están dispuestas a colaborar con determinadas entidades. Entre estas asociaciones encontramos a la Cruz Roja, la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Asprona, Atades, y diversas instituciones religiosas y parroquias.

Fue precisamente a finales del siglo pasado cuando se construyeron la mayoría de las plazas para la Beneficiencia y, lo que para muchos, les dio autoridad moral. Pero por ese razonamiento podríamos dar por buenas las fábricas de armas, el negocio de la droga, o incluso el de la prostitución, si luego se destinara a causas nobles.
Una institución que mantenido una postura cambiante y contradictoria, dicho sea con todos los respetos, es la Iglesia Católica. Mientras el Papa en Roma hace unas declaraciones que sorprenden al mundo al afirmar que los animales tienen un soplo divino, en España sus más representativos subditos bendicen a los toreros en la Maestranza de Sevilla o en cualquier otra plaza, o son ellos mismos quienes actúan de empréstanos o incluso de matadores. Tan pronto se nos recuerda la excomunión vigente para quienes participan en estas torturas taurinas, como se recaudan fondos para el asilo de la Madre Teresa.
La condena de la Iglesia, sin ser imprescindible, sería deseable por cuanto en España hay mayoría católica y porque se trata de una institución que predica un comportamiento más ético. Lo lamentable es que la Iglesia se apunte a toro pasado, cuando las circunstancias le obliguen a ello.

Los medios de comunicación juegan un papel decisivo en el mantenimiento de las corridas y otras prácticas. Los medios son partícipes en la tarta del negocio taurino, por cuanto les toca una parte en publicidad; además de proporcionarles noticias y llenar unos espacios. Es desde los medios donde se crean algunos mitos o expectativas en su afán por encontrar algo de relevancia.
Los periodistas por su propio trabajo, no suelen ir contra corriente y dan las cosas como las entiende la población. Si para el público las corridas son ante todo una tradición, ellos la ensalzarán sin plantearse si existen otros puntos de vista. Sólo en el caso de que lleguen al convencimiento que existe otro sector de población contraria, será cuando le concederán atención. Y viceversa, cuando están convencidos de que la población mayoritariamente ve algo como cruel, entonces ellos son nuevamente quienes cargan las tintas en ese concepto. En último caso, nadie debe esperar que el periodista no se deje llevar por sus propias convicciones o intereses. De hecho, no tiene ninguna obligación de hacer justicia ni poderes notariales para certificar nada.
Basta con mirar cualquier revista de información general, o programas de entrevistas en radio y televisión, para comprobar la cantidad de toreros y gentes taurinas que son entrevistados. Responde a consignas del propio mundillo taurino, llegándose incluso a pagar porque lo importante es no perder protagonismo y más, cuanto mayores son las voces contrarias. Con sus medios económicos les resulta fácil acallarnos. En definitiva, que hay un tejido social de cinco siglos de tortura. Se ha debilitado en las últimas décadas, pero funciona. El entramado social antitaurino es realmente débil todavía por su reciente aparición. Mientras no crezca y sea tan fuerte como el taurino, no se podrá contrarrestar la fuerza de la inercia, o sea, la tradición. Esa es la verdadera causa de la pervivencia de la tauromaquia.

LA LEY

Desde el año pasado la tauromaquia se rige por la «Ley de Potesta-Administrativas en Materia de espentáculos Taurinos», aunque todavía no se ha desarrollado el nuevo Reglamento. Esta ordenación legislativa supone dos novedades bien ntas: primero, viene a reconocer la importancia que da la Administración a estas prácticas tan incívicas, y, en segundo lugar, deja a las Comunidades Autónomas que sean ellas quienes administran este espectáculo.
Por un lado nos preocupa esfe reciente apoyo de la Administración a la tauromaquia que, con toda seguridad, se convierte en un elemento alienador ya sea como aficionado, o como militante en defensa de los animales. La controversia no perjudica al gobernante sino que podría restar fuerzas y energías de posibles opositores. Y por otro, la nueva ley permite que sean las Comunidades Autónomas quiénes asuman las competencias en materia taurina, adaptándola a sus condiciones territoriales. Así es como en Canarias se han prohibido las corridas de toros en aplicación de su propia ley de protección animal. Esto crea expectativas y esperanzas en el futuro.

La nueva ley taurina apenas aporta nada nuevo, ya que va orientada a defender al consumidor del espectáculo y a mantener una cierta ortodoxia taurina, pero, en ningún caso a proteger a los animales participantes.
Aun con todo, nos da igual porque nunca se ha cumplido la ley. Así por ejemplo, todo el mundo sabe que está prohibida la entrada de menores de, 14 años a las corridas de toros y, sin embargo, se incumple flagrantemente a pesar de los numerosos intentos realizados en todo el país: desde actas notariales, informes de detectives, fotos, vídeos, prensa... etc., que no han servido para nada.

Baste con decir que las corridas son obligatoriamente presididas por un funcionario policial que se ha especializado en tauromaquia. Es una especialización única en el mundo. Esta presidencia policial y el hecho de que sea el único espectáculo que dependa del Ministerio del Interior, nos confirma que ni la misma administración lo considera como espectáculo cultural.
Otro punto importantes que ha de tenerse en cuenta es el incumplimiento de las normativas europeas a pesar de su ratificación. Es el caso de la Directiva Comunitaria sobre sacrificio de animales de abasto y mataderos. España lo ratificó con una excepción: el toro de lidia; que no tiene por qué ser sacrificado en un matadero, ni de acuerdo con las normas higiénico-sanitarias, ni fuera del público, ni por matarifes con carnet de manipulador de alimentos. Es el único animal comestible, que puede matarse por un matador con medias rosas y ante un público sádico. En España y por decreto, los toros de lidia no generan riesgos sanitarios. ¡Nuevamente una norma única en el mundo!

ROMPIENDO TÓPICOS

El toro de lidia no existe. En la naturaleza nunca existió el hoy llamado «toro bravo». En todo caso siempre ha existido el toro, a secas, sin apellidos. Y entre los toros existen razas. La razón para que un animal de una especie se diferencie de otro de la misma especie viene dada en sus diferencias morfológicas, pero nunca en el uso que el hombre piensa hacer de él. Por esa misma razón existiría: el pichón de tiro, el borrico de aljibe, el gato decorativo, el oso de circo,... etc.
El toro es toro, y lo de lidia se lo inventaron los taurinos. Para una parte de los veterinarios españoles existe la raza de lidia, y están orgullosos de haberla creado mediante selección genética —o sea, artificialmente— entre aquellos ejemplares que destacaban por su bravura. Sorprendentemente, es una raza únicamente española y reconocidamente creada con artificio. Por la misma razón se crían perros para peleas, seleccionados entre los más agresivos, y a nadie se le ha ocurrido considerarlos una raza.
Se dice también que el toro bravo es descendiente del uro y por ello conserva sus características. El uro en realidad desapareció bastante antes de que algún noble español comenzará a lucirse ante los toros y por lo tanto, difícilmente puede ser descendiente un toro que hace quinientos años de un uro que desapareció muchos siglos antes. El propio zoo de Madrid tiene unos ejemplares de toros tras el cartel de «Uro», y no se parecen en nada al llamado toro tle lidia, ni por su morfología ni por su bravura, ya que son extremadamente mansos.

Otro tópico corriente es que el toro bravo desaparecería si no existieran las corridas de toros. Que nosotros sepamos existen parques nacionales, parques naturales, y cuantas denominaciones queramos darles a aquellos espacios reservados tanto para el paisaje como para los animales que en ellos habitan. Si realmente existiese esa raza «de lidia», podrían perfectamente pervivir de dehesas públicas. Incluso se podría convertir en un reclamo turístico como ocurre con reservas de otras especies animales. Siguiendo con las suposiciones, si realmente desapareciera la raza «de lidia» bien podría volver a crearse al ser una raza artificial conseguida por selección genética. Y si, por último, esa supuesta raza desapareciera, el mundo no lloraría. Al contrario, se alegraría de que unos determinados animales dejaran de criarse exclusivamente para ser torturados públicamente hasta la muerte.
Tópica también, es la aseveración de que el toro ha nacido para morir. Y yo, y tú, y todos hemos nacido para morir y no por ello se acepta que otros seres nos torturen hasta la muerte. Efectivamente sus congéneres mueren en el matadero. Una vez más renuncio a hablar aquí de la innecesidad de matar animales para comer al existir alternativas. No es este el tema que nos ocupa. Aun aceptando el sacrificio de animales para comer, está muy claro que siempre será mejor la muerte indolora y previa insensibilización, que la muerte trágica y cruenta mediante tortura.

Siguiendo el hilo de los tópicos taurinos nos encontramos con un argumento de capital importancia, no por su fuerza reflexiva y de debate sino por su peso en el terreno real, en la vida cotidiana. Se trata de la tradicionalidad. Cuando un taurino dice que es la «fiesta nacional», que es lo tradicional, que se ha hecho toda la vida y no se va a dejar de hacer, está claro que el argumento es perfectamente rebatible. Nadie va ya a buscar agua a la fuente, ni lleva la ropa al río para lavarla, ni viaja en burro. Las tradiciones se dejan cuando las circunstancias lo permiten o lo aconsejan. Eso le ocurre a la tradicionalidad del espectáculo taurino, que no se justifica argumentalmente, y sin embargo todavía conserva la fuerza de la inercia; y como en las bicicletas, cuando se pare se caerá por sí sola.

Un último tópico es que el toro no sufre. Quienes lo dicen son unos cínicos de cuidar. El toro, como el hombre, es un animal mamífero con un sistema nervioso que le hace sensible al dolor y memoria que le hace reconocer situaciones anteriormente vividas como dolorosas y placenteras. No debemos dejar que nos lleven al huerto. Lo único que debe debatirse es la tortura del animal, el sufrimiento inútil. Todos los demás argumentos no son más que cortinas de humo para enmascarar la realidad. No caigamos en una trampa tan simple.

 

Ong ADDA   -Octubre/Diciembre 1991


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