La rápida y degradante cornificación de España- Enrique Blanque Bel

ADDAREVISTA 8

Enrique Blanque-Bel, es una de las figuras más características —junto con Manuel Vicent— contra de las corridas de toros y lo demuestra en cada ocasión con sus acerados artículos. Ahora colabora por primera vez, y en un medio que le resulta propicio, con ADDA DEFIENDE LOS ANIMALES. Es escritor, periodista, profesor de latín y sus artículos son bien conocidos, y seguidos, por todos los antitaurinos. El escritor era indiferente ante el tema taurino; su aversión llegó al percatarse de las tácticas utilizadas para introducir el toreo en los niños y en las escuelas. Su contacto y conocimiento con Manuel Muñoz Peces Barba y Jorge Roos, hicieron el resto. Desde hace tan sólo unos años —relativamente pocos— arremetió contra las corridas de toros.


Estamos presenciando impasibles cómo fiestas, festividades o festuchos, religiosas o no, que tienen su punto culminante en esos viles espectáculos tan españoles que consisten torturar y matar animales, se han extendido en nuestros días de forma alarmante, como si el país estuviera bajo el dominio de una fuerza satánica irresistible. A estas alturas de la Historia, España se encuentra en este aspecto sumergida en el encallanamiento más absoluto, como no se había visto jamás. Por si fuera poco, los medios de comunicación, salvo ilustres excepciones, se muestran solícita y sospechosamente interesados en propagar y jalear tales espectáculos macabros y, de forma muy especial, las corridas de toros.
En radio y televisión, se oye hablar ahora de la reforma del reglamento taurino que, por fin, va a tener lugar gracias al señor ministro del Interior y sesudos asesores que se han vestido todos de luces para emprender tan educativa tarea. Señor Corcuera, «¡chapeau!» le han gritado con entusiasmo. En una España pasmada por el terrorismo de ETA, otros andan meditando hasta qué profundidad ha de llegar la puya clavada con primor en el morrillo del toro; cómo retirar sin riesgo para el «diestro» un estoque mal incrustado en el cuerpo del animal; que el caballo ha de llevar un trapo que le tape el ojo derecho (cosa que no sirve de nada puesto que, al decir de los entendidos, el caballo ya lleva dos cristales opacos en los ojos)... Y así, hasta algunas docenas de monstruosidades, de las que los expertos discuten y dictaminan con gran aplomo y seriedad. Uno se pregunta por enésima vez en qué país estamos viviendo.

El anhelo insatisfecho de los peritos en cuernipetancia, es que todo lo relacionado con la tauromaquia pase a depender directamente del ministerio de Cultura en vez del de Interior. Pero, digo yo, ¿para qué, si el pestífero «planeta de los toros» está ya instalado desde hace siglos en nuestra tradición como una joya cultural única y genuina? No es extraño, pues, que haya aparecido en lugar preferente de un suplemento del diario EL PAÍS, entre «esclarecidos españoles de la cultura universal» (sic) el nombre de Don Antonio Ordoñez. Este rancio matador-ganadero-empresario de las mil y una fincas, con las manos en los bolsillos y palpándose los doblones, dictamina en precioso texto que: «1992 puede ser el año en que definitivamente el toreo y sus tauromaquias entren plenamente en el terreno de la cultura, junto con la zarzuela, la guitarra y el flamenco, y todos tenemos que tomar concien¬cia de ello»... ¡Y el titular del Ministerio Fantasmón de Una-cosa-que-no-existe, con esos pelos y sin abrir la boca!

El que sí la ha abierto es Camilo José Cela quien, de joven, fue novillero bajo el alias de «El Galleguito» —y este es un dato glorioso que sus biógrafos se apresuran a recal-car»—. El culto don Camilo hizo un llamamiento a las autoridades de La Coruña para que levantaran un coso taurino, argumentándoles textualmente que «La Coruña será más culta cuando recupere la plaza de toros y la fiesta nacional». Con este llamamiento taurino, el escritor premio Nobel queda a la altura de los estomagantes zánganos propagan-deros a sueldo que infestan la prensa y la radio. ¡Y hasta le han hecho caso! La Coruña ya tiene una pla¬za de toros cubierta y con adelantos modernos. Le falta, no obstante, en el desolladero, hilo musical con marchas militares de Semana Santa, ambientador con olor a orín podrido, un chiringuito de morcillas para dar a los refinados espectadores y, en el dentro, una estatua de don Camilo rodeado de muertos bailando la mazurca.
En los medios de comunicación, están a la orden del día y con el menor pretexto las entrevistas a toreros. No se sabe qué admirar más en ellos, si la fluidez en la exposición, la galanura en la oratoria o la profundidad en las ideas. Juan Antonio Ruiz «Espartaco» fue tan original que manifestó su amor por los animales, en especial el toro. «Es mi amigo, dijo, y lo miro a los ojos y le pido perdón antes de matarlo». (Esto ya lo dijeron también Paqui-rri y Manzanares). Este enternecedor amor es como el que deben de sentir las garrapatas por el ser al que viven asidas y del que chupan. Con desparpajo inaudito, el mismo matador se ofreció nada menos que al Alcalde de Tossa —la primera ciudad catalana proclama¬da antitaurina— para organizar una corrida «con fines benéficos»... Suelen ser muy benéficos estos toreros; ceden unos cuantos de sus multimillones a guisa de limosnas al asilo, al hospital, a la Cruz Roja o a las santas monjitas para que reparen el tejado del convento... Y lo más triste es que los beneficiados aceptan sin el menor escrúpulo estas dádivas empapadas en sangre inocente.

Aprovechando la llegada del mágico 1992, los dueños de la plaza de toros de Sevilla, dando una muestra más de su labor en pro de la cultura y el progreso, convocan concurso de música ratonil consistente en pasodobles toreros, con primer pre-mio de dos millones de pesetas. También el ayuntamiento de Camas (siempre en Sevilla) patrocinará — con el dinero de las arcas públicas— otra escuela taurina. En ella podrán inscribirse niños a partir de los nueve añitos. Se les enseñará a reventar vaquillas a espadazos y se volverán gamberros de mayores y carne de negocio taurino. Para que el arte y la cultura no decaigan. Esta escuela contará con la colaboración de varios toreros retirados y «es muy deseada por la mayoría de los aficionados», según informa la prensa especializada. No olvidemos ni un momento que habitamos el país con el mayor porcentaje de majaretas por metro cuadrado de la Comunidad Europea.

Tuvimos ocasión de ver en Televisión Española un programa acerca de las corridas de toros. Una de tantas propagandas que supo llevar con garbo sobre sus hombros un trío calavaras formado por: Fernández Deu, Andrés Amor os y el ganadero Victorino, más que tres gracias, tres graciosos impartiendo cultura torera de la buena, con tanto ardor que a la legua se les notaba que les iba la pitanza en ello. Allí brilló con luz propia Victorino, el exquisito superstar de los medios de comunicación, quien dijo: «Un toro que se pasea por el prado es como una mujer que anda por la calle moviendo las caderas; sin toros ni mujeres, yo no sé lo que haría; los que atacan las corridas me atacan a mí, pero yo soy cristiano y los perdono».
En esta memorable aparición televisiva, se fantaseó acerca del no-sufrimiento del toro y de que «la puya sirve para aliviarle la tensión sanguínea» a fin de que no se muera antes de un sofocón, el pobre. «Si las corridas no existieran, dijeron, la bella raza del noble toro de lidia desaparecería». Y a la sola idea de esta catástrofe se les puso el corazón en un puño a los tres cides campeadores y por poco lloran.

Andrés Amorós, autor de obras culturero-taurinas destinadas a fomentar los más nobles sentimientos del hispánico pueblo, como erudito catedrático que es, soltó sus eternas alusiones a Picasso, Goya, He-mingway y Ortega y Gasset. No dijo, claro, que dada la categoría moral de Picasso, lo raro es que no hubiera sido aficionado a los toros. Que Hemingway fue alcohólico y suicida. Que el genio Goya poseía un lado tenebroso en su mente que le llevaba a pintar horrores, como aquelarres con seres repelentes, escenas de guerra, corridas de toros y tormentos de la Inquisición. Que Ortega y Gasset nunca defendió las corridas ni fue aficionado como quieren hacer creer los que le citan. Ortega estudió las corridas como fenómeno sociológico y escribió esto:
«Existe la muy esparcida leyenda de que soy muy aficionado a las corridas de toros, la cual no es exacta.
r hace más de cuarenta años, yo apenas he asistido a las corridas. Pero si no he asistido a las corridas, he hecho lo que era mi deber de intelectual español y que los demás no han cumplido: he pensado en serio sobre ellas, cosa que no había hecho nadie antes...» (Obras completas de Ortega y Gasset, Alianza Editorial, tomo IX, cap. VII).

Llegaron los tres iluminados del clan de los chupacuerno a afirmar que los toros son tan importantes en la cultura española que se han instalado ya hasta en la mismísima universidad. Pronto habrá licenciados y doctores en la facultad del Pitón y la Taleguilla. Por lo visto, la sociedad española siente una necesidad perentoria de cátedras universitarias en este distinguido ramo del saber. Claro que la española es una universidad muy peculiar, en donde a señores como Amorós se les permite ejercer la docencia, en donde en una capital andaluza — Granada— una gitana posee una cátedra de flamencología, en don¬de en Aulas Magnas y paraninfos se montan «clamorosos homena--jes» a viejas glorias del toreo, y en donde, en la propia Madrid, un rector blandengue organiza un matanza cultural para recaudar fondos destinados a terminar las obras de la catedral. Cosas así no suceden más que en un país de orates.
Los franceses opinan como opinaba Zola a finales del siglo pasado: «Las corridas de toros son espectáculos abominables cuya crueldad imbécil es, para las masas, una educación de sangre y lodo. ¡Aviada estaría Francia si todas las personas honradas no se opusieran enérgicamente a su propagación!». Actualmente, sólo hay corridas en el sur de Francia, e importantes en la ciudad de Nimes, a donde llegaron en tiempos de la Emperatriz Eugenia, y continúan existiendo gracias a los esfuerzos denodados del poder taurófilo español que hasta allí abarca con sus tentáculos. Pues bien, según la opinión del tauro-docente Andrés Amorós, muy pronto habrá corridas en Francia entera y en el resto de los países europeos. Esta opinión triunfalista no se corresponde con la realidad. No se vislumbra que Italia, Reino Unido, Austria, Alemania, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Grecia, Bélgica, Polonia, Hungría, Turquía, Rusia, Checoslovaquia, etcétera, e incluso Monaco, Luxemburgo y Andorra estén dispuestos a colaborar en este esperpento propio de los grotescos españoles, con gran desilusión de don Victorino y su billetera y de sus mosquitos de trompetilla.

De lo que no se habla nunca es de los negocios de los «héroes del ruedo» enriquecidos súbitamente, sobre los que Hacienda hace la vista gorda.
Tampoco se ha hecho mención de los toreros que transportan cocaína dentro de falsos estoques en sus viajes a Colombia —según denunció la revista Newsweek, 1-4-91, pág. 29—. Ni los educadores tienen en cuenta para nada el daño moral que esa cruel mamarrachada denigrante para la dignidad humana, produce en las mentes de niños y jóvenes y de adultos y simples y pocos instruidos, que se acostumbran a la engañifa bien adobada de publicidad atrayente y la aceptan como la cosa más natural del mundo.

Hay mastuerzos que se irritan cuando alguien critica el salvajismo de las corridas, pues las consideran cosa racial y viril que hemos mamado desde la más tierna infancia. Son como aquel gitano costroso y pio¬jento sin lavarse durante lustros que, con arrogancia, decía: «Usté no se meta con mi mugre y mis piojos porque yo no se lo permito; son míos y a mucha honra». Tienen, además, esos hispanos, espejos en Jos que mirarse. Los más altos jerifaltes de esta taurocracia —o cuernicracia— ejemplar que nos ha caído del cielo después de la dictadura franquista, exhiben su afición taurina, de la que se muestran orgullosísimos. Uno de los que nos gobiernan declara que no debemos permitir que nadie nos toque nuestra fiesta nacional «que es muy bonita»; se confiesa currista «hasta las cachas» y si un día estuviera enfermo haría que lo llevasen en camilla a ver a su Curro torear.

La cornificación de España ha alcanzado ya sus más altas cotas. Qué pena que esta hermosa y desgraciada nación que podría estar a la cabeza de Europa, por culpa de unos vivillos no sea más que ludibrio del continente y bochorno de los propios españoles.

 

Ong ADDA  -Octubre/Diciembre 1991


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