Sobre la barbarie de la sangre en la arena - Francesc Pané

ADDAREVISTA 40

Afirmo una verdad: el hombre no es el centro de la tierra. Al igual que Madrid o París no lo son de sus estados; ni Europa lo es del mundo. Ni el hombre tiene derecho soberano sobre la mujer. Galileo y Einstein demostraron que todo gira alrededor de todo y que todo se sostiene por la ley de la diversidad: cada elemento es tan imprescindible como los demás, a pesar de su prelación o su dimensión. 

El grado de civilidad de una nación, lo dan sus escuelas, el cuidado que dedica a sus ancianos, la pulcritud de sus cementerios… Y el respeto con el que trata a los animales y al entorna natural que posee. 

Cataluña fue abanderada de una ley que ordena la protección de los animales. No se trata de un código de exigencias. Es como la escritura democrática de una elevada conciencia colectiva; de una ética asumida. De aquella ley, no obstante, quedaron al margen protecciones necesarias, tal vez por corrección y temor político. A menudo topamos con aspectos culturales que dependen de la intencionalidad humana y de las maneras que ésta usa para la obtención de beneficios: en la deforestación de los bosques, en la pesca, en la caza... Pero hoy tenemos que afirmar que ningún sacrificio es justificable por la dudosa razón de una estética o una dramaturgia plástica, si la última escena es la muerte, exhibida y aclamada, después del tormento del animal. Cuando el dolor, la muerte, o la ostentación de la conquista abatida forman parte del mero espectáculo, de la pasión no gobernada, del orgullo antropocéntrico, del lucro ocioso, la dimensión humana que lo ha causado, cae lo más bajo. Y eso es la corrida de toros. Y, en buena medida, también lo es la fiesta de los toros “embolados” y “enmaronados” en los que se humilla al animal con tormentos obvios. 

¿Por qué es mayoritariamente el hombre, el macho, el que se viste de luces, alza el estoque y gira sobre sus talones, brindando la muerte del toro? Para el hombre primitivo no había nada más excitante que la inmolación ritual de la carne ajena. Las mujeres, en cambio, no celebran los sacrificios; saben lo que vale una vida que alimenta a otra. Por eso, el espectáculo de la plaza de toros es un estallido de machismo. No es pulcro, no es noble, porque no hay igualdad en la lucha entre el hombre y el toro. La inequidad desmiente la dramaturgia de la angustia humana frente a las fuerzas de la naturaleza. En la plaza, la agonía es sólo del toro; y el espectáculo, un mero ceremonial del poder brutal. 

¿Qué placer civilizado hay en el pavor de los toros con fuego sobre su cabeza? ¿Qué preciosismo en las espinas de las banderillas, en los latigazos de la pica, en el estoque que perfora sus vísceras? La crueldad o la sabiduría con la que tratamos a nuestros animales dan la medida de nuestra evolución.Si hemos pedido a nuestros ganaderos que inviertan con el sudor de su frente en el bienestar de los animales que nos alimentan, si Europa está cada día más comprometida con este juramento, ¿deberíamos tolerar la desolación de los toros en la arena? 

Catalunya quiere acabar con la lírica del tormento. No hay música en los cornetines que anuncian el cambio de tercio, la nueva etapa del calvario. No existe poesía en el escarnio del toro bajo los gritos de la gente. El siglo XXI, en Catalunya, se quiere acabar con el espectáculo público del martirio, de la sangre vulnerada mojando la arena. De la misma manera que hemos aprendido que el horror de la violencia no justifica nada que se imponga por ese horror, hemos sabido que no hay grandeza humana en ningún espectáculo de la muerte. Hoy sabemos que la compasión y la ternura son más poderosas que la ira y la fanfarronería vestidas con traje de camuflaje o de luces. La belleza no está en el tormento, sino en el espectáculo de la vida. 

Hay mala fe en los que defienden las corridas de toros para la supervivencia de su raza. Es un argumento tan viejo como el del rapto. Y actúa con culpable candor quien las justifica como un arte o una cultura. La cultura es estética ligada íntimamente a la ética. No es cierto que la mal llamada fiesta taurina sea un reflejo del españolismo histórico y profundo. Por desgracia, hay plazas en Latinoamérica i también las hay en el sur de Francia. Y en todo el ámbito catalán, se han contemplado muchos hombres vestidos de luces con las manos ensangrentadas sosteniendo las orejas del toro abatido. Lo que realmente importa es saber reconocernos en la nueva sensibilidad, querer ser impulsores del rechazo de las violencias, sacudirnos la brutalidad con la que hemos tratado a los animales como víctimas de un espectáculo cruento. Es importante liberarnos de la complicidad que hemos tenido con un negocio residual de castas oxidadas. 

Más allá de los pensamientos primitivos, ¿hay alguien que crea que el tormento público, el espectáculo de la agonía, es una forma de cultura contemporánea? Los votos que recibe aquel (o aquella) que defiende la barbarie en la arena y en las gradas que la contemplan, son votos manchados de sangre.

 

Ong ADDA   -Junio 2010


Relación de contenidos por tema: Corridas de Toros


Temas

Haz clic para seleccionar