La muerte (in)digna del toro en el coso - Luis Gilpérez Fraile

ADDAREVISTA 34

El argumento taurino que me resulta más repugnante para defender la pervivencia de las corridas, es el que se refiere a dar la oportunidad, al toro, de tener una muerta digna. Hasta hace poco tiempo no he llegado a comprender la razón por la que era ese, y no otro, el argumento que presentía como más indecente de todos los que utilizan los taurinos. Podría haber sido el argumento del arte, la cultura, la ausencia de dolor, o cualquier otro de los muy manidos y numerosos que emplean. Pero no, cada vez que oía o leía eso de que, en contraposición a la muerta indigna que sufre en los mataderos, las corridas dan la oportunidad al toro de tener una muerta digna, algo en mi percepción de lo decente me gritaba que era lo más obsceno que se podía argumentar.

Yo me decía, y me digo, que si el toro tuviera sentido de la dignidad, él no podría aceptar como hecho digno, el que de su muerte se haga un espectáculo de diversión. De hecho, para las personas con sentido de la dignidad, tal afirmación creo que es poco discutible. No hace mucho, coincidiendo con el aniversario de la muerte de un conocido matatoros, una cadena de televisión que se ocupaba del asunto, informaba que la familia del siniestro había amenazado con presentarles una querella, si se atrevían a difundir las imágenes de su agonía en la enfermería. Decía la familia que lo haría para defender la dignidad del torero en un momento tan íntimo como el de la muerte. Y si para el torero morir en público, como consecuencia, además, de un lance de su supuesta noble profesión, atenta a su dignidad ¿por qué para el toro debe ser lo contrario?

En resumen de lo dicho, yo entiendo que los toros, como el resto de los animales irracionales, pueden no tener sentido de la dignidad, como pueden no tenerlo ni del bien ni del mal, ni de la justicia ni de la crueldad. Pero lo que sin duda tienen es capacidad de sufrir y de sentir dolor, y con dicha capacidad, si pudieran elegir la forma de morir, elegirían sin vacilación la muerte que no les causara dolor, ni agitación, ni sufrimiento, ni presentimiento de ferocidad, es decir, todo lo contrario a la muerta que se les proporciona en los cosos. Creo que es un argumento impecable para desarmar el de la pretendida dignidad de la muerte como espectáculo. Sin embargo, no lo es, nunca lo ha sido, para explicarme la singular repugnancia que me produce la afirmación contraria.

Pero hace unos días me hicieron un par de observaciones que me dieron la explicación. La primera me la hizo el abogado de Asanda. Éste me manifestaba, poco más o menos, que de las imágenes de una corrida, la que más le impresionaba no era la de las hemorragias de la pica, ni la de los vómitos de sangre, sino la del animal buscando un lugar apartado para morir, sin encontrarlo. Y la segunda fue un comentario de la presidenta de Asanda. Mientras ordenaba unos papeles la oí mascullar, en referencia a la fotografía que ilustra este escrito, algo así como que, entre tanta fotografía mostrando escenas de crueldad, la que le resultaba más insoportable era la visión de ese toro que parecía pedir que le dejaran morir en paz. ¡Y eso me dio la clave! Efectivamente, los animales no racionales puede que no tengan sentido de la dignidad, ni del bien ni del mal, ni de la justicia ni de la crueldad, pero sí tienen, como nosotros los humanos, el instinto de la muerta íntima. Los elefantes tienen sus cementerios, lugares a los que van a morir en intimidad. El zorro moribundo busca su madriguera para morir en intimidad. La mascota busca los ojos de su “amo” para morir en intimidad. Y el hombre no quiere que su lecho de muerte sea la cama del hospital, sino que añora lo que ha sido su hogar, en su más amplio sentido, para morir en intimidad.

Y el toro, lo hemos visto mil veces, maldito sea el recuerdo, busca en una plaza sin esquinas un rincón para morir en intimidad. Y en vez de intimidad recibe mil voces que lo acosan, capotes que lo hacen girar, cobardonas que lo hieren, y mientras muere siente que le niegan lo único que en ese momento su instinto le pide: morir en intimidad.

Ahora ya sí comprendo por qué el argumento taurino que me resulta más repugnante para defender la pervivencia de las corridas, es el que se refiere a dar la oportunidad, al toro, de tener una muerta digna: porque es el más abyecto y miserable que se puede argumentar.


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