Cuidado con la Unión Europea - Heredoto

ADDAREVISTA 14

El asunto va de familia. Parientes ricos, parientes pobres. Los ricos, muy puestos, toman las decisiones; a los otros se les tolera porque, algunas veces, también son necesarios para hacer de comparsas: unas palmaditas en la espalda... Pero cuando hay que discutir asuntos importantes se les suele dejar de lado.

España, desde aquel ya lejano inicio del embajador Ullastres -de innegable valía- acólito del sistema franquista, estuvo porfiando desde un minidespacho en Bruselas una aspiración que por ampliamente rechazada la hacía más apetecible: el ingreso en la Comunidad Europea, que, entonces, era cosa de siete. Con nuestro sistema político de dictadura, nos repetían una y otra vez el portazo en las narices. Con la, teórica, democracia fuimos acogidos y entramos en Europa; la de la Comunidad, ahora Unión Europea, porque geográficamente era difícil excluirnos, a no ser que Zeus, en forma de uro, repitiese el rapto de nuestro suelo hacia Creta. Pero entramos como los parientes pobres; y seguimos, vocacionalmente, tal cual. No solos, sino acompañados de Grecia y junto a Portugal (por esto votamos casi siempre al unísono). Y los pobres, o menos ricos, tienen un vicio o una virtud: el pedir. Así comenzaron las ayudas comunitarias, los fondos de compensación, los subsidios. Nuestros gobernantes regresaban de Bruselas, después de protagonizar rabietas infantiles, pletóricos por la obtención de miles de millones que, cual maná, se esparcían, y se esparcen, sobre nuestra economía. Al español, por nuestro clima e idiosincrasia, pues si estuviésemos en el norte seríamos como ellos, el recibir por no trabajar le produce una doble satisfacción: la holganza y el haber resuelto "su problema".

El despertar de este sesteo empieza a ser inquietante. Nos damos cuenta de que nadie da nada por nada a excepción de los animales. Las ayudas comunitarias nos van a convertir en el país cautivo de los poderosos del norte: ahora aún más poderosos con la última incorporación de Austria, Suecia y Finlandia. Sin prisas pero sin pausas, van atenazando, no tan solo nuestra economía, sino nuestra forma de vivir, ambas muy interrelacionadas. Nuestra dieta primordialmente mediterránea -demostrada la más sana- se está viendo cada vez más amenazada. Nuestras riquezas de siempre, orgullo y deleite de nuestra personalidad, quieren ser arrasadas para dejarnos en un estado de dependencia y de vida vegetativa controlada: la mitad de las vacas han acabado en el matadero, subsidiadas, eso sí, y ahora tenemos que importar leche. Sobra carne de vacuno y, de rondón, se subsidia a los toros de lidia: una forma de "pan y toros" para entretener "al respetable". Hay que arrancar nuestras viñas porque nuestros caldos ya son de una calidad peligrosamente competitiva con quienes, hasta ahora, han mantenido la hegemonía mundial, y, para colmo, hay que cambiar nuestros vinos por otros del norte que dan salida al azúcar de la remolacha -lo único que su pésimo clima les permite producir- por el mosto de nuestras uvas.

Triste panorama y aviso a los navegantes: se avecina, de no cambiar de rumbo, un país cautivo, de economía controlada, a remolque de otros intereses y con nula capacidad de decisión política. Y si no, al tiempo.

 

Ong ADDA    Marzo 1995


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