El perro Reyet -Carme Méndez

ADDAREVISTA 46

Mi nombre no importa, mi raza tampoco. No tengo pedigrí ni origen conocido. Soy un perro mestizo que, durante días, vagó desorientado por las calles de la ciudad, perdido o abandonado; mis amigos no lo saben y nunca lo sabrán, pero muy a menudo les oigo cavilar que me debieron abandonar. Ellos han hecho sus deducciones y como conocen mi carácter creen que yo no podía alejarme de con quien estaba: ¡alguien me abandonó! Me vieron por primera vez cerca de una parada de autobuses: iba y volvía por la misma zona sin alejarme demasiado. Les oigo comentar que mi aspecto era desolador. Estaba decaído con mi cola baja, miraba sin ver, mis ojos solo estaban pendientes de reconocer una figura o un rostro: el que tenía por costumbre ver cada día. No me di cuenta de que alguien se fijaba en mí; intentó cogerme, pero, rechazándolo, corrí y escapé; aún me quedaban fuerzas. Estaba tan desorientado, ¡todo había cambiado tanto en mi vida! «Está abandonado seguro, y no se ha dejado coger. Lo atropellarán», comentaba aquella figura extraña.

Pasaron dos o tres días y me volvieron a ver, y yo, cada vez más desesperado, seguí sin dejarme coger. Comentan que me dieron por desaparecido; mientras yo, que seguía con mi incierto destino, seguía sin saber qué hacer. Hurgaba en las basuras y debo reconocer que aún ahora, si no me vigilan, recordando aquellos días, deshago alguna bolsa por puro placer. Me regañan porque estoy bien alimentado, no me falta de nada, pero… ¡qué le voy a hacer! Algún defecto tenía que mantener.

No perdamos el hilo de mi historia, me estoy enrollando y ustedes querrán saber… pues durante mi peregrina aventura, también otra persona me había localizado. Habrían transcurrido cinco o seis días y también me quiso coger, ¡qué pesados! —pensaba—. Yo solo quiero a mis dueños, ¿cuándo van a volver? Pero no los veía, las fuerzas me fallaban y los ánimos también. Descansaba en un césped, hasta que una manguera de riego me despertó bruscamente, sin fuerzas para seguir escapando de una señora que consiguió atarme una correa a mi piel. Me dejé conducir por ella y el destino me hizo volver a coincidir con él. Vivían en la misma escalera, y una vez en casa de la señora, como no me podía tener, subió a comentar el suceso a sus vecinos para ver qué destino me daban, pues los teléfonos de recogida comunicaban y la mujer no sabía qué hacer.

Cuando le explicó cómo era yo, mi futuro amigo, exclamó contento: ¡debe de ser el mismo que vi en la calle y no se dejaba coger! Bajaron a recogerme. Enseguida me eché en el suelo abatido, no me importaba nada y no quería comer. Estaba muy sucio, la piel inflamada y me había arrancado el pelo de mi lomo. «Hay que lavarlo y sobrealimentarlo», exclamaban, «luego ya pensaremos qué podemos hacer».

Me bañaron, me secaron, me pusieron comida, y yo seguí con la mirada indiferente, perdida y sin ganas de comer; tumbado al lado de ellos descansé. Dormí y dormí durante muchas horas, sin moverme, estaba triste, cansado, aquella no era mi casa, tenía miedo y no acaba de entender. Todo estaba dentro de mi cuerpo molido de tanto caminar y correr… no sé, cuando empecé a comer, me miraban con cariño mientras murmuraban, «qué mal lo está pasando». No sé, pero dicen que hasta al cabo de dos días no reaccioné. Mi amiga siempre explica que se dio cuenta de en qué momento los acepté: en un momento determinado cambió mi expresión. Dejé mi mirada indiferente para mirarlos con alegría. Lo cierto es que empecé a sentirme agradecido, me encontraba un poco mejor y veía sus caras y miradas pendientes de la mía, me daban cariño y empecé a quererlos. Levanté mi cola, levante mi pata, toqué su mano y les indiqué que les correspondía: ¡gracias, amigos! Me dispuse a ganarme mi plaza, así que durante los días siguientes y mientras ellos continuaban sobrealimentándome y pensando qué decidían, yo me iba apropiando de sus corazones. «¡Ya no podemos separarnos de él!», comentaban mis amigos, sin saber que yo les estaba desmontando sus buenos propósitos de encontrarme una buena colocación. Por mi parte ya estaba decidido: tenía que quedarme con ellos.

Lentamente fui recobrando la confianza y la alegría. Al principio, cuando salíamos a pasear, se dejaban conducir por mí, observando si yo seguía una ruta determinada y les daba alguna pista. Observaban que una vez en la calle mi actitud era de búsqueda, mirando casi siempre hacia el lugar donde, durante días, estuve vagabundeando y en el que aparecía y reaparecía… otras veces, me detenía en seco y me quedaba observando fijamente a alguien desde lo lejos, como esperando reconocerlo, pero no… mis esperanzas se fueron desvaneciendo con el tiempo y yo me fui concentrando con mis nuevos amigos. Sé de cierto, que si durante el primer tiempo se hubiera localizado a mis antiguos dueños y me hubieran reclamado, mis nuevos amigos habrían podido renunciar a mí, y yo también a ellos. Pero ahora ya no. Han transcurrido casi tres años y nos pertenecemos.

Durante un largo tiempo, sentí mucha necesidad de reafirmar mi cariño y atención hacia ellos. Estaba tan contento que no podía pasar una hora sin levantarme y reclamar sus caricias. Cuando había visitas, siempre quería ser el centro de atención. Zarandeaba con mi pata sus manos para que me tocaran. Gemía mimosamente para que me miraran y hablaran. Ahora ya se han disipado mis temores y los reclamo mucho menos. Conozco sus costumbres y cuando están trabajando no los molesto. No necesito relojes para saber las horas de salida, de comida y de juegos. Tengo miedo de perderlos, los sigo con la mirada y nunca me alejo de ellos. Dicen modestamente de mí que soy un «santo», pero también que soy un tragón y que si no vigilaran mi dieta moriría de una indigestión. Es verdad que me gusta comer demasiado, pero es que ¡caray!, mientras pasé tantas peripecias, tuve tanta hambre y era tan difícil encontrar comida… Me sentí tan solo y abandonado….

No voy a opinar sobre mi «canina santidad», porque creo que hay algo de pasión de dueños y me miran con muy buenos ojos. Si les preguntan a ellos les explicaran todas mis cualidades y harán de mí unas observaciones muy divertidas: mi amiga les dirá que soy muy sensible y que se me debe regañar con mucho tacto porque me ofendo fácilmente y pongo una expresión muy triste y melancólica. También soy algo celoso, como todos mis congéneres.

Una vez en una excursión creí equivocadamente, porque me falta vista y oído, que mi amiga se había perdido y estuve a punto de arriesgar mi vida en su búsqueda. Ya casi me iba a lanzar a un río corriente abajo, suerte que me pudieron rescatar a tiempo. Ante tanto arrojo, se emocionaron mucho conmigo. Saben que el agua no me entusiasma. Hice lo que sentía. No soy su héroe, pero si su mejor amigo.

Me encanta que me rasquen la cabeza, todavía no saben mi edad, pero soy un venerable y casi anciano perro, los veterinarios no aciertan a precisar mis años. Espero acabar mis días con mis actuales amigos; tuve la fortuna de recuperar mi confianza en la gente a través de ellos. A veces recuerdo mi pasado… pero los animales sabemos vivir el presente mejor que ustedes. Ojala que mis compañeros perdidos o abandonados tengan una buena oportunidad.

Estas páginas no han sido escritas por mí, estarán ustedes pensando acertadamente, pero lo que no saben es que las he dictado yo a través de mi sentimental influencia a mis amigos. ¡No lo duden! Cada palabra sobre nosotros está escrita en el cielo.

Carmen Méndez - Presidenta Ong ADDA 

Ong ADDA  -Junio 2013


Relación de contenidos por tema: Animales de compañia


Temas

Haz clic para seleccionar